Los relojes señalaban las 17.49 en Bogotá cuando los presentadores dieron pie a la batalla más esperada de la Red Bull Batalla Internacional. No la más esperada de este evento en particular -también, sí-, sino de unos cuantos eventos más de freestyle. Cuando está la posibilidad de que se enfrenten los mejores, la expectativa crece, y el choque entre Chuty y Aczino por los cuartos de final estuvo a la altura de esa espera. Lo que no parece ser poco para una disciplina que, ahora dicen, se estaría muriendo.
Si la previa del evento estuvo marcada por el uso del concepto "narrativa" como eje para pensar en lo que podría pasar, el desarrollo de los cruces ratificó que esas narrativas personales de los competidores y su lugar dentro del freestyle funcionó cual combustible premium: alimentó la ansiedad, la atracción y el morbo por ver a las bestias despedazándose sobre un escenario. La batalla entre ellos no fue la primera, pero pudo haber sido la última, y nunca antes había existido tal tensión personal entre ambos, como para agregarle condimento a un evento que no siempre puede despertar al genio. Narrativa champagne para un evento canónico.
Ahora Aczino, el tricampeón internacional, diabólico, había asumido abiertamente el papel de villano solitario, acaso haciendo un último sacrificio por el freestyle: el de socavar su buena fama en pos de autodenominarse "el G.O.A.T." y darles una buena excusa a todos para querer sopapearlo en vivo. Chuty, autoproclamado "Dios", se veía involucrado en cambio en una misión divina: frustrar los deseos del demonio, cristalizar una carrera brillante dentro de un certámen que históricamente le había sido esquivo, y rescatar del ninguneo a sus colegas, freestylers terrenales, que habían sido chiflados y abucheados en la internacional de México el año pasado.
"Últimamente me afecta menos si el público me grita o no las rimas, me afecta más que el jurado compre eso", le comentaba el español al NO en la previa. "Al final, el público compra la entrada; y mientras no sea tirando cosas al escenario, o siendo especialmente irrespetuoso de pitar mientras rapean los otros, puede apoyar a quien quiera. Para juzgar hay cinco personas que se supone que están especializadas y tienen que determinar qué es lo que es bueno y qué es lo que no tiene tanta calidad, independientemente del ruido que se genere."
Para provocar ese impacto, "Dios" se preparó como un Rocky Balboa de la improvisación a punto de pelear 2.625 metros por encima del nivel del mar. Cambió hábitos alimenticios, intensificó su entrenamiento físico y se mentalizó en ésta, aunque no quisiera decirlo así, como si fuera a ser la batalla de su vida. Esto explicaba: "En cuanto a calidad de rimas, la preparación física no tendría por qué influir realmente. Viene más por una cuestión de aguantar más tiempo rapeando. Si vas pasando rondas de la competición te vas cansando cada vez más, entonces cuanto más preparado estés físicamente o a nivel de alimentación, pues menos vas a arrastrar esa fatiga".
A escala panorámica, si el freestyle se muere o no es algo que se conversó como hilo de la jornada. Aunque, como casi siempre, no se conviene previamente sobre qué línea separa la vida y la muerte de una expresión artística. Un Movistar Arena cafetero colmado por 13 mil personas y millones viéndolo desde sus casas por el mundo, no parece constituir evidencia mortuoria. Se entiende, de todas formas, que lo que bajó es el entusiasmo y que la renovación generacional no termina de dar la vuelta. Por eso, el choque de narrativas de los dos mejores, que arribaron a la disciplina cuando todavía no era imaginable ganar mucha plata con ella, tuvo aún más valía.
"Ahora ya la gente muchas veces empieza a hacer freestyle con la pretensión de subir a FMS, de vivir de ello. Nosotros no tenemos esa pretensión, porque no existía FMS cuando empezamos, prácticamente no se podía vivir del freestyle, entonces no había una frustración tan temprana", reflexionaba Chuty. "A una persona le salen dos batallas bien y, si al año siguiente no está en FMS y viviendo del freestyle, siente como que están siendo injustos con él. Ya hay una presión añadida, una autoexigencia que nosotros no hemos experimentado."
Respecto del cruce con Azcino, Chuty decía: "Creo que para el freestyle es guay que coincidamos en el mismo evento, porque al final los dos tenemos bastante recorrido y a la gente le gusta que coincidamos, a ver si nos enfrentamos. En las competiciones de freestyle tienen que estar los mejores. A mí, por lo menos, cuando soy espectador en un evento, me gusta que así sea. Y si la gente considera que somos de los mejores, pues bien, así lo van a disfrutar más".
Lo que sí deben sortear los dieciséis freestylers clasificados -algunos lo lograron más que otros, todos parecieron intentarlo- es la despersonalización que abunda en competencias tan estandarizadas, donde los hosts estiran las vocales en cada presentación y sueltan arengas genéricas para una audiencia a la que presumen infantilizada. Incluso las pantallas sugieren "RUIDOOOO" entre cruce y cruce, y cualquier batalla mínima puede ser inflada al punto "batallón": el desafío está en romper ese granito audiovisual desde el discurso, la presencia o la sonoridad. En una tarde no tan definible por presencia de flows, los mejores momentos tuvieron que ver con el ingenio o la comparativa de trayectorias dentro del rap, y no con las rimas localistas, casi siempre reiterativas, casi siempre previsibles, casi siempre de relleno.
Antes de viajar a Colombia, Chuty tenía claro el peso de la localía en las internacionales. Por eso hablaba del bogotano Carpe Diem como el rival más difícil a vencer, incluso por encima de los favoritos obvios. Al bajarse Carpe, la plaza fue cubierta por su subcampeón: Fat N, un MC de tan sólo 17 años que, arropado por el impulso de la localía, estuvo tan plantado y a la altura de las circunstancias que fue quien hizo transpirar a Chuty en el último choque de la tarde. Hasta que, a las 19.13, hora de Bogotá, el madrileño fue proclamado campeón internacional de Red Bull Batalla.
El freestyle argentino tuvo representación en Mecha, clasificado por su tercer puesto en el mismo evento del año anterior, y por Jesse Pungaz, el reciente campeón argentino. Jesse llevó frescura under al escenario, y dejó su marca con una rima directa al corazón de Oner, venezolano campeón de la Red Bull de Estados Unidos 2022, a quien le sentenció: "¿Representás a Estados Unidos con orgullo? / El país al que representás está matando al país tuyo". El de Miramar caería más tarde contra un Nitro en gran nivel. El cordobés, por su parte, consolidado en el primer nivel del freestyle competitivo, consiguió igualar su marca del año pasado y así clasificar directamente a la internacional 2024, a hacerse en España.
A las 19.14, Aczino le transfirió a Chuty el cinturón de campeón, justo poco después de haberle dicho: "Tú paras el tiempo / Eres el eterno segundo". Y cuando parecía que la discusión quedaba a un lado, Chuty, que en batalla le había reclamado a Aczino no frenar los abucheos de su público a los competidores en 2022, decidió elogiar a la audiencia bogotana para limitar los localismos: "Lo único que puedo decir desde aquí a los españoles es que recuerden esto para el año que viene, porque voy con toda la intención de ganar, pero quiero ganar bien".
La narrativa todavía estaba viva. A Azcino, que entraba en plano a un costado del vencedor y había planteado dudas sobre su continuidad en el freestyle, le cambió la cara -que ya no era buena-. A Dtoke, que había estado como jurado, le brillaban los ojos. Los viejos lobos le seguían aullando a la Luna, y el freestyle tenía una de esas epopeyas que las leyendas saben regalarle cada tanto.