Uno de los grandes actores del cine argentino, tal vez no tan reconocido como se lo merece, es Luis Ziembrowski. Y es dueño de una historia de vida muy particular. Su padre biológico se fue de la casa familiar cuando el actor tenía tan solo dos años. "Me dijeron que se había ido de viaje: cada vez que escuchaba un avión, miraba hacia el cielo, buscándolo", dice con el paso de los años. Puede contar con los dedos de las manos las veces que vio a Santiago, ese fantasma acechante que fue sastre y jugador; ruleta y caballos, aunque también quiso ser actor… pero el hampa lo tentó. "A lo largo de la vida tuve sustitutos de él: mi abuelo, mi padrastro, un primo mayor, maestros. Hasta que llegó la actuación: actuar es cubrir una ausencia", expresa el hijo de aquel inmigrante polaco.

"Soy huérfano. O casi huérfano. Decido entonces subirme a mi auto con una cámara y un amigo director que se ofrece a acompañarme. Encaro la ruta hacia Mar del Plata: voy a reencontrarme con Santiago después de ocho años de no verlo", recuerda Ziembrowski hijo. Luis casi siempre es convocado para hacer de villano en las películas. Lo alarma la posibilidad de expresar a través de la actuación un gen maligno que pueda despertarse y producir daño en quienes ama. A partir de recuerdos fragmentados, el actor se propone indagar en la memoria de su familia mientras se pregunta si tanto él como su padre no son meros simuladores. Si lo único auténtico, lo único posible en una vida, es la ficción o la fuga. Todo eso queda plasmado en El villano, notable ejercicio documental tan personal como no convencional, que dirigió junto a Gabriel Reches. "La grabación de esos días es un enfrentamiento entre un cuarentón insoportable (yo) que le reclama a un viejo desvalido un ejercicio de memoria de los hechos más traumáticos de la familia", explica Ziembrowski. El film se estrena este jueves 7 en el Gaumont y el 9 en el Malba.

"Encuentro muchos sinsentidos y entre ellos, asoman algunas tímidas razones que, como piezas de un rompecabezas, arman lentamente un relato con distintos formatos: archivos grabados, audios, fotos, entrevistas a familiares y a conocidos de Santiago. Recortes de periódicos de la época, escenas ficcionales apócrifas. Y fundamentalmente, el registro audiovisual de mi encuentro con Santiago en el 2006. Junto a Gabriel Reches, en un devenir amoroso y punzante, fuimos encontrando una posible película, acompañados por Paula Zyngierman y MaravillaCine", señala Ziembrowski.

-¿Desde cuándo sentías las necesidad de hablar de tu padre? ¿Era algo que te planteabas?

-Era una presencia fantasmática. Fue así durante nuestra vida. Yo lo conocí ya de más grande. Yo tenía casi 7 años cuando lo conocí. Se produjo una hecatombe en la familia, después de haber entrado él en el mundo delincuencial. Y yo no lo volví a ver. Y cuando me reencontré con él mis encuentros a lo largo de la vida fueron esporádicos. Y eso generó también una sombra interna que me hacía preguntar un montón de cosas por tener más un relato sobre él que una relación. Entonces, me parecía que eran elementos constitutivos de cualquier narración. Las versiones que puede haber sobre alguien, las mitificaciones que puede haber sobre alguien, las omisiones que puede haber sobre alguien son tan importantes como es el padre.

-El ladrón también se tiene que poner máscaras y simular. ¿Creés que tu padre encontró en el hampa la expresión que tal vez no pudo tener como actor? Porque también quiso ser actor...

-Yo creo que podríamos armar una analogía, que un poco la plantea Ricardo Ragendorfer en la película, pero la vivencia sin pensar las consecuencias ya no tiene que ver con la actuación. Defiendo mi hacer y mi profesión.

-¿Y al ser un tema tan personal te estimuló a codirigirla?

-Sí, porque sabía que yo también iba a estar en la toma de decisiones sobre escenas, encuadres, sobre el montaje; con los componentes de lo que es la construcción de una película y la construcción de una mirada no iba a ceder en eso. Por un lado, fue muy importante la llegada de Gabriel Reches a la película, a armar una codirección. Nos conocíamos de la Biblioteca Nacional, donde habíamos hecho microprogramas durante la gestión del gran y querido Horacio González. Por otro lado, y fundamental fue el interés de MaravillaCine, la productora Paula Zyngierman para hacer la presentación del proyecto en el Incaa y para poder llevarlo adelante.

-Dijiste que hacer esta película "fue reparador". ¿Le película tuvo ese objetivo desde el principio o fue algo que sentiste después?

-No, fui encontrándolo. Sabía que tenía que hacerlo, tenía una fuerza interna que iba a llevar a concluir o a definir ciertos aspectos difusos, pero la fui encontrando sobre la marcha. Por ejemplo, una escena final, casi como un epílogo, es una canción que cantamos con él y yo no quise ponerla porque sentía que podía entrar en una zona más moral de perdón o no perdón. Y eso no entró nunca a jugar en mí. O sí entró y quise descartarlo. Después me di cuenta de que no había que perdonar nada, sino que estaba bueno justamente esa reparación. Más allá de que estoy con mis seres más cercanos, queridos y amados, como son mis hermanas y mis hijos, también está la certeza de una profunda soledad sobre la vida de cada uno y las decisiones. Terminé de encontrarlo sobre la marcha.

El villano.

-Otra cosa interesante es que, aunque se trata de un documental, se notan tus recursos actorales en cámara...

-Sí, yo sabía de eso desde el vamos, desde que fui a filmar mi reencuentro con él. Y sabía que después de esa premisa iban a estar también el ser y no ser, digamos. El ser y correrse y también el dominio sobre el lenguaje en relación a tener una cámara presente. Pero sí era fundamental encontrarme también vulnerable, encontrar un estar más que un ser. Pasé por esas dos cosas: por ser y estar.

-¿Qué sentido o esencia le encontrás a la relación entre la ficción y la vida?

-Considero que la actuación es mi forma existencial de vivir. No sólo es una herramienta profesional, un oficio o una profesión. Es también la forma de relacionarme, la forma de imaginar, la forma de colocarse frente a determinadas situaciones; creer que, a veces, una de las definiciones de la actuación es que mejora mi vida. En ese sentido, la película no es una conclusión, sino un devenir.

-¿Te sentís cómodo en el rol de villano?

-Sí, me siento cómodo y también aturdido. Me deja tomado por la mugre de esos personajes, de ese lugar dentro de las historias. Me contamina también, necesito expulsarlo después. Ya no es lo mismo que años atrás. De alguna manera, una broma que tenía con esta película era desvillanizarme (risas).

-¿Por qué creés que te eligen varias veces para el rol de villano? ¿No te molesta que te encasillen?

-Por eso decía que hoy por hoy estoy más incómodo, pero también fue un lugar construido. No me voy a hacer el boludo con esto. Pasan varias cosas. También tiene que ver con la portación de rostro, de alma que uno trabaja sobre los diferentes materiales para construir personajes diferentes que puedan tener ese denominador común. También es cierto que la profesión tiene algo prostibulario: uno es eficaz en determinadas cuerdas y, entonces, llaman para que yo ejecute eso dentro de otras historias. A lo largo de la vida, también hice otros personajes que dan otros colores, otra paleta diferente, y en este momento me interesan más.

-¿Qué tiene que tener un personaje para que te atraiga?

-Los personajes más nobles, personajes que portan un saber y una vulnerabilidad diferente para llevar adelante las historias. No puedo precisar qué, cuál, cómo, pero en este momento estoy por hacer dos películas en las cuales voy a construir personajes más contradictorios, con otras aristas. El villano, más allá de ciertas fuerzas que puedan contraponerse, tiene un objetivo, un confrontar con otro, y una necesidad de destrucción del otro. Y hoy estoy en un proceso diferente. La actuación acompaña a la biología del actor. En la película también quería contar cómo sucedió y sucede desde un lugar de hijo y también de padre. Y eso me lleva también al amor y al cuidado.

-Haciendo una analogía con lo que vive el país políticamente, ¿estamos viviendo en una época de villanos o, en realidad, la Argentina siempre fue una época de villanos?

-Todo eso, en ese orden. Es increíble porque voy a estar estrenando el 9 en el Malba y es premonitorio de lo que podría llegar a suceder el 10 a la noche o lo que ya está sucediendo y ya nos podemos imaginar. La violencia es una construcción que se aceleró. Los elementos que se ponen en el juego democrático han confirmado este año de tantas elecciones cómo la violencia es constitutiva de la construcción política. La violencia discursiva, la violencia institucional, la violencia cotidiana y concreta, la violencia de las redes que retroalimentan esa violencia, la violencia al límite del intento de magnicidio a Cristina. El aceleracionismo de este capital psicótico y financiero, la necesidad de acumulación de la riqueza que tienen los capitales lo trabajan casi extorsionando los poderes políticos. Ni hablar de esta movida que está haciendo el gobierno elegido de seguir pidiendo deuda y rindiendo pleitesías sin ningún tipo de renegociación de las condiciones de un préstamo ilegítimo y tan dañino, tan macabro.

-Uno podría pensar la violencia como constitutiva de un sistema, pero la democracia nunca tuvo el nivel actual.

-No, por eso también es una novedad política lo que vamos a empezar a vivir. Un neoliberalismo 5G, recargado. Uno puede prever que puede haber un déjà vu, pero ya lo hay porque acaban de nombrar al mismo ministro de Economía que nos endeudó a cien años. A partir del recorte que están anunciando y que anunciaron desde siempre, todo lo que tenga que ver con su "bendito" déficit fiscal que tanto los excita, que tanto los calienta, sabemos que el sufrir y el sacrificio lo han dicho desde las PASO. Así que la violencia fue aumentando y se fue instalando. Y ni hablar que pospandemia eso sucedió hasta llevar el mundo a la guerra. Nosotros somos el coto de caza, como siempre: las colonias del imperio funcionan de esta manera. Ahora vienen por todos los recursos que les faltan.

-¿Y el cine nacional está dando cuenta de lo que vive el país, o tiene una deuda pendiente en relación a la mirada de ciertas situaciones coyunturales de la Argentina?

-A las pruebas me remito: la película Puan rebota -y sobre todo la escena final en la que también me encuentro- hablando del peligro, en este caso de la educación pública, del peligro que tenemos adelante. En general, cualquier obra de obra de arte o expresiva habla de una situación social y me parece que se hace cargo de la coyuntura, ya sean historias intimistas como en historias de personajes más sociales. Yo creo que siempre hay una mirada sobre eso. El suplente es otra película reciente. Hasta películas más familiares hablan de la violencia y de la situación que se vive intrafamiliarmente. Ni hablar de las películas de Paula Hernández, como Los sonámbulos. Si realmente una obra logra tener una singularidad, si realmente es una obra de arte, no tiene uno por qué ser tan explícito. Justamente va a tener que tocar y hacer sonar las cuerdas invisibles de la vida cotidiana en la que está enajenada. El arte se hace cargo de eso y lo deja ver. No diría que hay una carencia en eso. Para nada. Lo que puede llegar a haber es directamente una carencia del cine argentino si cumplen la promesa de lo que puede llegar a pasar con el Incaa y con los presupuestos que necesitan también las escuelas de formación, por ejemplo la Enerc. Todo lo que tenga que ver con ese recorte podría llegar a ser nocivo y puede llegar a haber una fisura entre lo que exige el comercio, lo que exige el consumo de lo que está por fuera de eso y que busca tener una mirada profunda, singular y autoral para que siga formando parte del acervo cultural. Eso es lo que está en juego. El paso que dio la sociedad a través del voto no lo vamos a analizar ahora porque no es mi tarea, por lo menos, pero le dio el voto a una propuesta política que tiene que ver también con un cambio cultural.

(Imagen: Verónica Bellomo)


Los proyectos que vienen

Luis Ziembroski está trabajando en dos películas. Está viajando en estos días a Villa Gesell a filmar la continuación de La boya, de Fernando Spiner. "No quiero arriesgar el nombre porque no sé si está definido, ni tampoco se va a llamar La boya 2. Pero sigue Villa Gesell como geografía, pero sobre todo sigue la relación con el poeta Aníbal Zaldívar". Y el actor destaca que en esta nueva película van a trabajar la representación y la muerte. "Por eso también aparecemos algunos actores representando algunas personas reales", cuenta Ziembrowski. 

El otro proyecto en el que se encuentra abocado es la segunda película de Ezequiel Erriquez, cuya ópera prima fue La crecida, realizada en Misiones. "Ahora construyó una historia sobre la identidad y la adopción de un mundo familiar. Es un autor joven que está experimentando y tratando de encontrar su lenguaje. Me encanta laburar en la construcción de nuevos mundos", concluye Ziembrowski.