Hay una excedencia en el ejercicio puro de la dominación que lo vuelve irreductible al mero interés de clase. Una primariedad de la venganza y el odio cuyo fondo oscuro no tiene historia.
El fascismo -cualesquiera hayan sido sus nombres- no tiene historia. La crueldad -que significa no detenerse hasta hacer brotar la sangre (cruor)- y el encarnizamiento -no detenerse hasta haber devorado toda la carne-, no tienen una explicación económica ni política. Más bien tienen su inscripción en el orden del goce, que excede el amedrentamiento, el disciplinamiento y la tortura con propósitos pragmáticos.
Cuando descuartizaron a Túpac Amaru (quisieron hacerlo mientras estaba vivo pero no pudieron, debieron decapitarlo antes) en la plaza de Cuzco luego de cortarle la lengua a él y toda su familia una tarde latinoamericana de 1781, fue para dispersar sus restos entre las poblaciones andinas aledañas como amenaza y advertencia a quien quisiera repetir la rebeldía (no obstante, repetida en Mayo de 1810). Pero lo central fue otra cosa: el goce de producir sufrimiento hasta el infinito.
El ensañamiento con Milagro Sala (saña: no parar hasta arrebatar la sangre y la carne) repite la misma historia (porque no tiene historia). Aprender a vivir no es posible sin afrontar la pregunta: ¿cómo ser contemporáneos de ese ensañamiento? ¿Cómo serlo de la perversidad planificada que el gobernador Morales ejerce sobre el cuerpo de Milagro? ¿Cómo serlo de su encarnizamiento? ¿Es ésta acaso una pregunta política? Como sea, pienso: ojalá Milagro esté protegida por una sabiduría de la que nosotros carecemos, condenados a no saber ser contemporáneos de lo siniestro.