De un puente de hielo inmenso

vi a un hombre asomado

y un cielo muy celeste

lo iluminaba.

Vi a una mujer

envuelta en tul de hielo y un tigre

oscurecido adentro del aire inmóvil

que entre ventanas ojivales miraba.

Vi el azul del hielo,

tan azul que no llega a ser azul

sino otro color, en escalinatas

que no sé dónde van;

tal vez al cielo, tal vez a la piscina.

Vi luz eléctrica,

dentro de linternas de hielo.

Puse mi mano en una llama de hielo, no me quemó.

No tiembla la luz ¡y todo para desvanecerse

antes que aparezca el sol de otras mañanas!

¿Esto lo he soñado

o lo soñaré?

Llegué a la piscina helada

que sana enfermedades cardio vasculares y nerviosas.

Me arrojé a la piscina, los ojos cerrados,

para no asistir a mi curación.

Seis minutos quedé en el agua helada.

Después salí de la piscina totalmente curada.

Me arrodillé frente al Dios de hielo

y quedé dormida, agradecida, redimida, reducida

a la más extraordinaria dicha.

Prefiero el frío helado

al calor interminable de insectos

donde no existe ningún mundo de hielo

que se convierta en escultura prehistórica,

en edificio, en largos tramos de casas y de templos,

que uno ve por dentro y por fuera,

como si lo de adentro fuera lo de afuera y a la inversa,

para la eternidad.

Todo lo escondido a la vista y

todo lo visible escondido.

El hombre los animales las plantas todo lo que existe

Vive de secreto en secreto

y nadie lo roba a nadie, porque cuando roba uno,

otro secreto nace para ocupar el lugar

exacto del anterior,

con mayor deslumbramiento y silencio.


Este texto pertenece al libro de Silvina Ocampo Y así sucesivamente. Publicado por primera vez en España en 1987, cuando la autora era reconocida en el exterior, marca también el inicio de la última etapa de sus obras. Ahora, en el marco del plan de rescate de todos sus libros, Lumen lo reedita en este fin de año.