El “aluvión zoológico” era la caracterización despectiva del antiperonismo para referirse a la mayoría apabullante de votos procedente del peronismo bonaerense en las elecciones de 1946. Una zoncera que por zonza no carece de importancia para un análisis serio.
Recientemente, el expresidente Macri ha calificado de “orcos” a los trabajadores e integrantes de clases desfavorecidas cuando hacen uso del derecho a protestar en las calles. Estas agresiones que deshumanizan al distinto --al otro-- me merecen algunas reflexiones que quiero compartir aquí.
Martin Heidegger llamaba “estado de interpretado” al hecho de ser pensado y hablado por pensamientos ya pensados por otros sin anoticiarnos de ello. Es habitual que muchos de nosotros caigamos en esa práctica y, dado que es condición que se lo haga de modo inadvertido, por estructura quedamos afuera de la posibilidad de saberlo salvo que alguien nos lo haga notar y tengamos ganas de escucharlo.
En este texto me propongo transmitir una idea que me frecuenta con insistenciadurante los últimos meses. Como un flash-back constante, casi diariamente me he encontrado pensando en el Manual de zonceras argentinas, de Jauretche. La idea que quiero compartir aquí es la siguiente: este final de 2023 nos encuentra viviendo en estado de interpretados por el genio de Don Arturo.
Braden o Perón
En 1946, Braden, el entonces embajador estadounidense en Argentina, devino el adversario político en las consignas de campaña del peronismo naciente. Contra la fórmula radical Tamborini-Mosca, la justicialista --denominada entonces “laborista”-- integrada por el líder y fundador del movimiento acompañado por Hortensio Quijano, ponía al electorado --todavía integrado solo por hombres-- a elegir entre Patria y colonialismo yanqui, cuya sinécdoque era el apellido del embajador susodicho.
Entonces los votantes eligieron a la fórmula integrada por Perón por una mayoría abrumadora, de modo tal que la opción “Patria o colonia” quedaba zanjada en favor de nosotros.
Comento este episodio de nuestra vida política más o menos reciente, o al menos no tan lejana, porque últimamente no puedo dejar de recordar aquella primera zoncera planteada por Arturo Jauretche en su célebre Manual, la principal y madre de todas las demás, cuya paternidad le atribuye a Sarmiento en su Facundo. Me refiero, por supuesto, a “civilización y barbarie”.
Allí, Jauretche escribe: “La incomprensión de lo nuestro preexistente como hecho cultural o, mejor dicho, el entenderlo como hecho anticultural, llevó al inevitable dilema: Todo hecho propio, por serlo, era bárbaro, y todo hecho ajeno, importado, por serlo, era civilizado. Civilizar, pues, consistió en desnacionalizar”. Luego, citando un artículo de revista de Carlos Mastrorilli, continúa:
“En la íntima contextura de esa mentalidad hay un cierto mesianismo al revés y una irrefrenable vocación por la ideología. Por el mesianismo invertido, la mentalidad colonial cree que todo lo autóctono es negativo y todo lo ajeno positivo. Por el ideologismo porque prefiere manejar la abstracción conceptual y no la concreta realidad circunstanciada.
“El mesianismo impone civilizar. La ideología determina el cómo, el modo de la civilización. Ambos coinciden en excluir toda solución surgida de la naturaleza de las cosas y buscan entonces la necesaria sustitución del espacio, del hombre y de sus propios elementos de cultura. Es decir ‘rehuir la concreta realidad circunstanciada’ para atenerse a la abstracción conceptual.
“Su idea no es realizar un país sino fabricarlo, conforme a planos y planes, y son estos los que se tienen en cuenta y no el país al que sustituyen y derogan, porque como es, es obstáculo”.
Interludio sobre economía y crematística
Aristóteles, en la Ética a Nicómaco (cap. VIII), diferencia entre economía y crematística.
La economía es la disciplina de administrar bien una casa y consta de tres partes: en primer lugar, la prudencia en hacer buenas y saludables leyes para el buen gobierno de todos; luego, la prudencia de juzgar bien las causas y contiendas que se ofrecen entre los ciudadanos; por último, prudencia en el proveer las cosas tocantes al vivir y menesteres de la vida, a la que llama “disciplina de república” o administración de la “cosa pública”, cuya finalidad es satisfacer las necesidades de las personas y garantizar su bienestar.
La crematística, en cambio, tiene como fin la acumulación de riquezas y consiste en el arte de hacerse rico. Aclara Aristóteles --tanto en La Ética como en La Política-- que caer en el abuso de esta vertiente “deshumaniza” a quienes se dedican a ello.
Comento estas referencias porque me parece importante tenerlas en cuenta para analizar en qué sentido aquellos que hablan públicamente y tienen responsabilidades de gestión se refieren a “economía”. ¿Lo hacen en el sentido de la Economía (oikonomós, las reglas de la casa) orientada a satisfacer las necesidades de las personas y garantizar el bienestar general, o lo hacen en el sentido crematístico que donde hay una necesidad ve un negocio?
No está mal tener mucho dinero. Tampoco está mal ganar más. Incluso sería bueno que no falte. Tampoco nos parece malo que hombres de negocios hagan lo suyo. Si de lo que se trata es de hacer buenos negocios y ganar mucho dinero, adelante, no se queden con las ganas. Pero al menos debería existir un miramiento: si esos hombres de negocios están al frente de la administración pública de un país, sería conveniente que la crematística no sea la perspectiva dominante. Ello por una razón: teniendo en cuenta que lo moral atañe a los intereses colectivos sería entonces inmoral desentenderse de la suerte de los gobernados.
El “aluvión zoológico” y “los orcos”: figuras de la barbarie
“Bárbaros” han sido siempre los enemigos, tanto para griegos como para romanos. La etimología de la palabra nos remite al balbuceo, al bla-bla incomprensible que resultaba para los oídos de los griegos las lenguas de los extranjeros.
El impulso defensivo primario que identifica el mal afuera, en el otro, constituye un enemigo como sede de todos los males. Eso malo vuelve inconsistente y a la vez descompleta un adentro seguro por su sola presencia en tanto exterioridad. Allí, en ese lugar, “circunstanciado” para tomar el término de Jauretche, se sitúa el mal en otro al que se teme por distinto, por extranjero, y se lo constituye en amenaza.
Situar ese Mal radical en una sede concreta, en un Otro específico, permite, como sabemos, pensar en la idea de su eliminación --la del Mal-- por medio de la desaparición de ese Otro, no solo su representante sino incluso su ser mismo de malignidad. He escrito extensamente sobre este tema en otro lugar (Cf. “El Otro del Mal”, en Revista Investigaciones en Psicología, Año 12, vol. 2, 2007), retomando en clave spinoziana los desarrollos de Sigmund Freud, Jacques Lacan, Hanna Arendt y Alain Badiou, entre otros.
Diego Maradona ha definido a Macri como alguien que “no sabe leer”; Beatriz Sarlo, como “un hombre de frases cortas”. Del mencionado expresidente hemos escuchado la categoría “orcos” tomada de la saga de Tolkien, como caracterización peyorativa de los trabajadores e integrantes de clases desfavorecidas cuando hacen uso del derecho a protestar en las calles.
Este último insulto ha sido proferido en la misma entrevista en la que el expresidente en cuestión se permitió denostar a Diego Maradona haciendo uso y abuso del privilegio de no tener que concederle el derecho a réplica al agredido. El epíteto descerrajó el aire cual proyectil que obtiene su fuerza explosiva de un asco visceral. “Orcos”, dicho con asco por Macri. En la misma línea, el candidato Javier Milei, hoy presidente electo, aseveró durante su campaña “Somos mejores estéticamente”. Lo hizo con la misma certeza asquerosa que el expresidente Macri dice “orcos”. Dos variantes actuales de la “barbarie” decimonónica.
Sarmiento, autor del Facundo, fuente de “la zoncera madre de todas las zonceras argentinas, de la cual provienen todas las demás” (vg. Jauretche) escribía en una carta a Mitre: “No trate de economizar sangre de gauchos. Este es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre es lo único que tienen de seres humanos esos salvajes”.
Quienes somos tallo y tronco, madera y planta, pared y techo, escritorio y pluma, pizarrón y tiza, vida, estamos del lado cortante de la motosierra porque somos gauchos y somos orcos, trabajadores, docentes, investigadores, estudiantes y jubilados. Yo mismo, que no voté la opción extranjerizante que idolatra a Margaret Thatcher y pretende eliminar la moneda nacional y se orienta por referentes internacionales como Donald Trump y Jair Bolsonaro; pero también están del lado filoso los trabajadores, precarizados y excluidos del sistema que votaron esa alternativa aun cuando se crean a salvo.
Por ellas, por ellos, por mí, por todas y todos nosotros lo lamento profundamente y espero que la Patria resista otro embate y siga existiendo si logramos sobrevivir los próximos cuatro años de zoncera con la motosierra encendida.
Martín Alomo es psicoanalista. Doctor en Psicología. Magíster en Psicoanálisis. Especialista en Psicología Clínica. Docente del Doctorado en Psicología y de la Maestría en Psicoanálisis (UBA). Codirector de la Maestría en Psicopatología (UCES). Entre otros libros, ha publicado Vivir mejor. Un desafío cotidiano (Paidós 2021); La función social de la esquizofrenia. Una perspectiva psicoanalítica (Eudeba 2020); Clínica de la elección en psicoanálisis. Vol. I y II (Letra Viva 2013).