El honor a diferencia de la autoestima implica siempre un deber. El de asumir valores que no solo nos interpelan sino que en muchos casos son muy difíciles de asumir. Hubo tiempos en que el honor estaba por encima de la propia vida. Esa época quedó clausurada por distintos motivos. A las exigencias del honor le sucedieron las exigencias aumentadas del individualismo narcisista.
Entre las múltiples novedades del sector político que va a gobernar a este doloroso y golpeado país, nos encontramos con la flagrante pérdida del sentido del honor y la responsabilidad que siempre lo constituye.
La escena política actual es muy elocuente en este aspecto. Se han reunido y han pactado para gobernar quienes se han insultado, denigrado y ofendido hasta superar todos los límites.
Se pueden dar diversos argumentos con respecto a la función del pragmatismo en política y su dimensión utilitaria, pero aún así la honorabilidad no puede estar en juego, y menos como en este caso, donde el honor y la dignidad que conlleva, queda pulverizada en el festival de las negociaciones.
La escena política, ahora devenida en reality, se revela como el lugar donde todo puede ser negociado, sin miramiento alguno por la integridad personal de uno mismo y de los otros.
De este modo las ultimas barreras del pudor y la vergüenza quedan definitivamente expulsadas en el teatro del poder. Sin duda, se trata de exponer en acto la moral neoliberal que rige a estos personajes en sus vidas.
"La economía es el método, el objetivo es el alma", proclamaba la vieja mentora inglesa. Y finalmente en Argentina existen ejemplos de sobra que muestran a las almas devastadas en este ejercicio del poder cínico y nihilista.
Lo que vuelve insoportable a esta práctica donde nadie vale nada, donde cualquier enunciado pronunciado puede ser desmentido, es que estos mismos personajes, sin ningún tipo de reparo, apelen a la idea mesiánica de realizar un gran sacrificio, un tiempo de dolor y miseria que sería compensado posteriormente.
¿Cual es la autoridad moral que asiste a una corte de denigradores seriales para realizar semejante pedido a los gobernados?
Lo que surja de este remolino de maldad insolente el tiempo lo dirá.
Lo que es seguro es que si esta nación quiere sobrevivir y continuar siendo un país digno de sus grandes legados históricos, algún día no solo tendrá que reconstruir su economía, su Estado, su clase política, sino que deberá volverse hacia su propia cultura fundacional, para intentar, si todavía es posible, reinventarse en una ética política distinta.