“Estamos vivos, porque estamos en movimiento”, se oye en “Movimiento”, la primera canción del nuevo disco del uruguayo Jorge Drexler. Y esa idea atraviesa Salvavidas de hielo, el nuevo trabajo del cantautor radicado en Madrid, lanzado a fines de septiembre. Un movimiento que tiene que ver la búsqueda personal por no quedarse en el mismo lugar artístico-espiritual y que también responde a un estado de situación general. “Me crié en un entorno tan politizado que siempre quise dejar de lado la toma de partido en ciertas temas y sin embargo me encontré que este disco, curiosamente, no sé si porque la época es más grave, dice algunas cosas con las que yo no me metía hace un tiempo”, le dice Drexler a PáginaI12. No se trata, claro, de canciones estrictamente políticas, pero que sí aluden a los procesos migratorios actuales y retrata los tiempos de hiperconexión tecnológica. En esta búsqueda, el músico viajó a la ciudad de México para grabar el disco, con la colaboración de músicos mexicanos por los que siente admiración: Natalia Lafourcade, Julieta Venegas, Mon Laferte (chilena radicada en México), David Aguilar, el dúo Ampersan y Joel Cruz Castellanos. “Yo quería salir de Madrid, donde estábamos haciendo la preproducción del disco, e irme a un lugar diferente. El periodo de composición fue muy endogámico, conmigo mismo, encerrado mucho tiempo frente a la hoja en blanco, muy silencioso y de mucha soledad. Entonces, quería irme a un sitio en las antípodas, un sitio ruidoso, muy diferente de mí mismo. Sentí un impulso de ir a México”, explica el músico, quien arrancó la gira de presentación el miércoles en Montevideo, luego visitará Chile y entre el 19 y el 22 de este mes se reunirá con el público argentino en el Gran Rex (Corrientes 857), con entradas agotadas en todos los conciertos.
Se trata de un disco de once canciones que fueron compuestas en la soledad de su estudio de Madrid. En un sofá, con la guitarra, un cuaderno y un grabador. Y la única fuente de sonido es la guitarra, además de la voz de Drexler y de varios invitados especiales. La intención era que las canciones se defendieran solas. Pero no se trata de un disco austero, nada de eso. Más allá de la riqueza poética que caracteriza la obra de Drexler, el músico exploró las posibilidades de la guitarra: desde sus variedades tímbricas y melódicas hasta su potencialidad percusiva (la caja de madera, la piel de un banjo, el metal de un dobro, por caso). En “Quimera”, una especie de candombe, suena una cuerda de tambores hecha con guitaras percutidas. Entre las que se destacan, está “Despedir a los glaciares”, una canción luminosa en la que el músico combina el campo de la ciencia con el de las emociones. “Y cuando el momento llegue, honremos nuestras heridas, celebremos la belleza, que se aleja hacia otras vidas”, canta en un plano de trascendencia, armonía y madurez espiritual. No menos emotiva es “Asilo”, una balada a dúo con Mon Laferte que llega a lugares profundos. “Prefiero lamer después tus heridas / a que tu amor pierda filo”, sentencian.
La canción que da nombre al disco, “Salvavidas de hielo”, junto a Natalia Lafourcade, es otro de los momentos altos. El título amerita una explicación: “Salvavidas de hielo tiene un efecto paradojal. Porque refiere a agua flotando sobre agua. Una salvación efímera”, dice. Ante la pretensión de eternidad, un salvavidas de hielo es una alegría efìmera. Algo así como valorar más el presente, la intensidad del momento y no esperar la salvación eterna. Drexler se reconoce un obsesivo de las décimas. Esa estructura es la que presenta “Pongamos que hablo de Martínez”, una canción de “agradecimiento” a su maestro y amigo Joaquín Sabina.
–¿Por qué eligió grabar en México?
–México siempre fue un misterio para mí, un territorio mítico que no terminada de comprender. No quiere decir que lo haya comprendido, pero sí que me he acercado de alguna manera. Es más fácil explicárselo a alguien del Río de La Plata: la visión que tienen de los afectos, de la cultura, de la muerte, de la canción, es tan diferente de la nuestra como uno pueda imaginarse. Es una sociedad con parámetros culturales muy diferentes a los nuestros. Y además con unas dimensiones que a un uruguayo le inspiran mucho respeto. México tiene un carácter continental. Siempre quise saber un poco más, entender un poco más el país y sentir que era entendido. Mi música está muy marcada por la sensibilidad del cono sur. Entonces, no es fácil de extrapolar, de llevar a otros sitios. Entonces, México me parecía que era un lugar que valía la pena como ejercicio cultural. El DF es una ciudad que tiene una energía de base muy peculiar. Yo la relaciono con el mezcal que toman, tiene como una borrachera loca. Una borrachera cultural y visionaria. Una ciudad con un estado de conciencia alterado permanente y con una pasión extrema. Una muestra de eso son las tres mujeres que vinieron a participar, aunque una de ella es chilena, Mon Laferte, que ya lleva mucho tiempo en México y ya está muy impregnada del carácter del DF. El disco anterior, Bailar en la cueva (2014), lo había ido a grabar a Colombia. Esa sí era una necesidad más concretamente musical. Me daba la impresión que se estaba haciendo un tipo de música que yo quería vivir de cerca en ese momento. Es una cantera musical impresionante y quería meterme en un mundo de la música del cuerpo. Pero en este disco es más una búsqueda emocional, no es una búsqueda musical estrictamente la que fui a hacer, aunque hay muchos elementos musicales como la jarana, las leonas o la participación de David Aguilar (con quien compuse “Abracadabras”), que es un pedazo de compositor e intérprete.
–Las voces de las tres cantantes invitadas tienen un protagonismo muy fuerte y le aportan al disco una fuerza femenina. ¿Está de acuerdo?
–Estoy de acuerdo y no fue pensando. En el momento de aterrizar en el DF no estaban confirmadas las participaciones de ninguna de las tres. Pero las tres coincidieron por unas horas conmigo en la ciudad, y tuvieron la generosidad de venir a cantar al estudio el único día que tenían cuatro horas para hacer las valijas antes del siguiente viaje, porque las tres están muy ocupadas. Fue hecho sin mucha premeditación. Mon Laferte me ha llevado estilísticamente a cantar a lugares de intensidad expresiva que yo no había trabajado antes. Son tres mujeres muy sabias en su manejo de popularidad.
–¿Por qué se le ocurrió pensar el sonido del disco desde la guitarra y la voz?
–Un disco es un proceso muy largo. Primero estás un tiempo escribiéndolo, después estás mucho tiempo grabándolo y después estás por lo menos dos o tres años tocándolo muy concentradamente y varias de las canciones te acompañan el resto de tu vida profesional. Entonces, es un proceso que requiera una concentración muy grande de fuerza para que salga bien. Y yo necesito tener una motivación crativa en el momento de ponerme hacer un disco. O sea, encontrarle un sentido, un leitmotiv. En este caso, tenía que ver con la austeridad de medios, en una época donde la abundancia es el signo y donde el leitmotiv de la época es “todo ahora”. La gente está acostumbrada a tener en la mano una máquina que tiene adentro todo el patrimonio cultural de la especie, a la distancia de un clic. Es una locura. Entonces, esa abundancia empobrece en el sentido de que es como una planta que la regás demasiado. Evidentemente necesita agua, pero si te pasás de agua el resultado no es bueno. Yo muchas veces me siento como una entidad vegetante que oscila su atención de un objeto a otro de manera involuntaria, guiado por su curiosidad y su pereza. O sea, pasás de buscar la estructura de la sextina y acabás viendo un video de un gatito. Entonces, a veces, la limitación es una manera de expandirse, o sea, de poner un límite. Porque la expansión hacia afuera ya la tenemos. En vez de una explosión, como intentaba ser Bailar en la cueva, hacia afuera, más expansivo, este es un disco implosivo, hacia adentro, hacia mí, mi sofá y mi guitarra. Entonces, antes de entrar al estudio de grabación, pensamos: “¿Por qué no probamos hacer todo con la guitarra?” Simplemente porque nos iba a obligar a comernos la cabeza y tratar de encontrar soluciones microfónicas, instrumentales, perceptivas. Entonces, como desafía Igor Stravinsky, “cuanto más me limito, más me libero”. El disco es una búsqueda fractal del sonido.
–Hay dos canciones que dialogan entre sí o funcionan como dos caras de la misma moneda: “Telefonía” y “Silencio”. En la primera celebra “la telefonía en todas sus variantes” y en la segunda, en cambio, plantea la necesidad de desconectarse…
–Fueron presentadas juntas en Facebook Live (ver aparte) y tenía la voluntad de que quedara claro que así como la visión mejora con la estereoscopía, cuando tenés dos puntos de vista y conseguís una perspectiva, la realidad no es unidimensional y el estado de comunicación permanente también tiene dos polos, tiene dos filos, corta en las dos direcciones. Dos por tres te dan ganas de tirar el celular al agua. Hace unos días hice la prueba de un día de veda digital.
–¿Y cómo le fue?
–¡Me fue alucinante! Tuve un síndrome de abstinencia casi físico. Pero después de un rato entré en otra realidad, entré en otro nivel. Es como con el cannabis, que el tiempo se detiene, y te permite ver los detalles de las cosas. Y tenés otra percepción temporal. Me senté con mis hijos en el parque y fue mucho más fácil el diálogo. Y aunque me preguntaban cosas que el teléfono hubiera respondido, no te preguntan para que les respondas exactamente cuántos tipos de pasto hay. Pero al mismo tiempo yo vivo en España y la mitad de mi familia vive en Uruguay. Tengo un chat de whatsapp con mis hermanos, como el que tiene todo el mundo, en el cual sé cuándo quedan a comer, sé qué hicieron, cuándo fueron a visitar a mi madre. Nosotros somos una especie gregaria, nos interesa muchísimo la comunicación. El peor castigo para un miembro de nuestra especie es el aislamiento. Necesitamos la presencia del otro, algunos más que otros. A mí me gusta mucho estar con gente, con amigos y estar comunicado. El problema del teléfono es que lo tiene todo.
–Pero falta lo corpóreo...
–Absolutamente. Pero también falta lo corpóreo en la literatura. Nadie está planteándolo como una solución única. Pero a veces el teléfono es una vía hacia lo corpóreo, sino Tinder no existiría.
–”Telefonía”, de todos modos, tiene una letra irónica. En una parte, dice “bendita radiación de las antenas”…
–Yo creo que me va creciendo la ironía con las canas. A nadie le puede parecer bonita la radiación de las antenas. Pero cuando una persona está esperando un mensaje realmente importante del mundo de los afectos te dan ganas de besar el teléfono, porque la alegría que te transmite de golpe es muy grande, todo el mundo experimenta eso. Hasta la gente que odia los teléfonos en algún momento recibió una llamada que pensaba que no iba a llegar y llegó de repente. De la misma manera que mostrar dos polos de una misma realidad para entender que es tridimensional y que es compleja, y que no hay realidades unidimensionales. “Telefonía” también habla de la dimensionalidad a lo largo de nuestra historia. Elogia la comunicación telefónica, pero también le dice que no ha inventado nada. Lo mismo que se pone en los mensajes de texto es lo que ponía el rey Salomón en el Cantar de los cantares. Es básicamente el mismo sentimiento de amor y añoranza al amante que está lejos o al hijo que se ha ido a la guerra, cuestiones que siempre han estado en nuestra cabeza como especie. A veces la telefonía tiene la soberbia de pensar que esto es nuevo y que uno no se comunicaba antes con la gente. Todas las generaciones creen que inventaron la rueda.
–Una canción clave es “Movimiento”, que habla tanto de las migraciones del espíritu (del interior) como de la humanidad (lo cultural). ¿ La canción se desprende de la charla TED que dio hace unos meses sobre las décimas y el carácter “infinitamente denso” de la identidad? Son ideas que siempre lo inquietaron.
–”Movimiento” es una especie de un spin-off de la TED talks. En la charla una parte de la temática que tiene que ver con las migraciones. La exposición, de hecho, termina con la misma frase que está en el estribillo: “De ningún lado del todo y de todos lados un poco”. Soy una persona muy limitada en sus horizontes temáticos, me encierro y sucede eso. Uno termina entrando en sus dos o tres obsesiones. El ser humano no tiene muchas cosas a qué cantarle. Esa canción está evidentemente emparentada con otras varias. No me interesa la variedad temática, me interesa la profundidad. Y me interesa la novedad del ángulo desde el que se cuentan las cosas. Por algo es la canción que abre el disco, es una canción muy importante. Y “Movimiento”, al igual que “Telefónía”, agarra un suceso contemporáneo y lo pone en el contexto histórico. Claro que estamos intentando cruzar el Meditarráneo para llegar a Europa y escapar de la guerra; o que estamos intentando salir desde Guatemala y cruzar México en las peores de las condiciones para entrar a Estados Unidos. Es lo que hemos hecho como especie toda la vida. Lo que hizo la abuela de Trump para vivir mejor. No ver eso en perspectiva y pensar que es una cuestión que se puede dirimir a nivel nacional es ingenuo. También es ingenuo pensar que no debe haber ningún tipo de control, los países también tienen que tener algún tipo de legislación, pero lo que pasa es que de a poco nos vamos dando cuenta de que los problemas más acuciantes que tiene y genera nuestra especie no pueden ser tratados a nivel nacional. Por eso este movimiento para frenar la explotación indiscriminada del Amazonas no les importa solo a los brasileros.
–¿Por qué cree que sucede eso?
–Hace 50 años no todo el mundo se daba cuenta de eso, pero ahora ya el círculo de empatía creció. En este momento se enfrentan en el mundo dos tendencias: una a sincronizarse y a la empatía, y otro a desincronizarse, a cerrar y establecer entidades aisladas. ¿Cuál es el problema? Que ya hemos generado problemas globales, la economía global no hay manera de separarla, a Internet no hay manera de ponerle barreras y el conflicto más terrible que tenemos en este momento es el daño que estamos generando en el planeta, que es global y no hay manera de arreglarlo aisladamente. Yo me crié en un entorno hiper politizado, en el Uruguay de los setenta, con la mitad de mi familia exiliada y mis padres pasando muchos apuros, teniendo que dejar su carrera universitaria por su situación política. Nos tuvimos que ir un año afuera también. Entonces, siempre quise dejar de lado la toma de partido en estos temas y sin embargo me encontré que este disco, curiosamente, no sé si porque la época es más grave, dice algunas cosas con las que yo no me metía hace un tiempo.