Desde París
El movimiento independentista catalán es el más pujante pero no es el único que milita por separarse del Estado central dentro de Europa, tanto en el seno de la Unión Europea como fuera de ella. Córcega y Bretaña en Francia, Escocia en el Reino Unido, Baviera en Alemania, las Islas Feroe, el norte de Italia o Flandes en Bélgica, todas estas regiones europeas llevan décadas empujando hacia la independencia o un régimen autonómico. El ejemplo y la eficacia del modelo catalán ha dado nueva fuerza a varios grupos independentistas de la Europa de la Unión e irrigado otras causas estancadas como, en los Balcanes, los albaneses del sur de Serbia, los serbios o los croatas de Bosnia Herzegovina (ex Yugoslavia), los autonomistas de Vojvodine (una provincia autónoma de Serbia pero ligada al poder central) o incluso, en Rumania, el llamado “país de los Sículos”, una región de la minoría de origen húngaro magiar que pugna por la autonomía en estas tierras de Transilvania. Los funcionarios de Bruselas han perdido el sueño con la vitalidad y la constancia de Cataluña. El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, se pronunció en contra del proceso independentista catalán. Según dijo Juncker, “si Cataluña se independiza, otros harían lo mismo. No quiero una Unión Europea con 98 Estados”.
En Francia, los dos movimientos independentistas que han marcado la historia con su combate frontal se sitúan en Bretaña y en la isla de Córcega. El más influyente ha sido el movimiento armado clandestino FNLC, Frente Nacional de Liberación de Córcega. Al cabo de décadas y décadas marcadas a sangre y fuego con más 5000 atentados, la isla accedió a un estatuto particular que la dotó de una asamblea con mayores poderes autónomos. Luego de un proceso político complejo, en 2014, el FNLC decidió emprender “un proceso de desmilitarización y una salida progresiva de la clandestinidad”. La unión entre independentistas y autonomistas llevó a que los nacionalistas controlaran en 2015 la Asamblea Territorial de Córcega, la cual votó varias reformas que respondían a las aspiraciones de los habitantes, pero que París filtró con mucho cuidado. Hacia el Norte, en Bélgica, el nacionalismo flamenco expandido en la región de Flandes a partir del Siglo XIX nunca ha sido tan poderoso como hoy. Dividido en dos ramas, La Nueva Alianza Flamenca, N-VA, y el partido nacionalista flamenco Vlaams Belang (extrema derecha), el nacionalismo de esta región tiene una influencia particular. Mientras Vlaams Belang aboga por una independencia radical, la Nueva Alianza Flamenca adoptó una estrategia muy distinta de la de los catalanes y ello le abrió el camino al poder central, desde donde estimula cambios. En las legislativas de 2014, la N-VA se convirtió en el primer partido político del país y en el eje sustancial de la alianza del gobierno de derecha (francófono) de Charles Michel. Partidario de la creación de una República flamenca, el N-VA dejó en suspenso (hasta 2019) la marcha hacia la autonomía y se concentró en extender sus capacidades de acción dentro de una Bélgica federal. Sus dirigentes explican que el cambio de este partido nacionalista se debe a que todos son conscientes de que no existe una voluntad mayoritaria de ruptura en el país, de que nadie, en Bélgica, aprobaría una separación de la UE. Con la opción del confederalismo como bandera, el N-VA consolidó su posición política. Estos nacionalistas no han dejado de lado la aspiración de Flandes como Estado, pero adaptaron sus posturas hacia temáticas con menos símbolos de ruptura. Resulta por demás curioso que ninguno de los dos territorios de Bélgica, Flandes y Valonia, impugnen el estatuto de Bruselas (región autónoma) como capital. Sin embargo, el independentismo catalán es un espejo para los dos partidos secesionistas de Bélgica. Matthias Diependaele, presidente del grupo N-VA en el Parlamento Flamenco, asegura que el “proceso catalán es algo excelente. Ello prueba la existencia de una necesidad de identidades en los pueblos de Europa”. En el otro extremo, Dominiek Lootens, diputado del Vlaams Belang, cuenta con que el referendo catalán “haga cambiar de posición a los otros independentistas. Los catalanes nos han probado que un proceso político bien organizado y, sobre todo, constante, es exitoso. Necesitamos aquí un referendo parecido. Cataluña nos dio aliento y esperanza”.
Escocia es otra de las regiones donde el independentismo catalán ha tenido mucho impacto. Luego del referendo sobre la independencia organizado en 2014 (el “no” ganó por 55,3 poe ciento) el movimiento independentista escocés se había adormecido. El SNP, Scottish National Party, dirigido por la primera Ministra, Nicola Sturgeon, y partidario de la independencia, aboga por la organización de un nuevo referendo. El mal resultado del SNP en las elecciones legislativas de junio obligó a Sturgeon a aplazar la consulta para 2018 o 2019, es decir, luego de que Reino Unido salga de la Unión Europea. Nicola Sturgeon y el SNP se apoyan en una paradoja: 62 por ciento de los escoceses votaron contra el Brexit. Por consiguiente, si se realiza una nueva consulta es muy probable (para ellos) que el voto de 2014 cambie de rumbo, tanto más cuanto que la efervescencia catalana les ofrece una hoja de ruta para la acción. Escocia fue un Estado soberano hasta 1707 y recién en 1998 pudo contar con un parlamento. Este actúa en el campo de la educación, la salud y la Justicia mientras que el resto de las prerrogativas recaen sobre Londres.
En las Islas Feroe, el independentismo del Mediterráneo ha reavivado los anhelos de separación. Este archipiélago situado entre Escocia e Islandia y controlado por Dinamarca organizó su primer referendo independentista en 1946. Ganó el “sí” pero Dinamarca no reconoció los resultados. Pese a ello, las islas accedieron a una forma blanda de independencia. Katrin Kallsberg, diputada y miembro del partido independentista Tjodveldi (centro izquierda) asegura que en las Islas Feroe “el referendo catalán interpela a la población. Puede ser tomado como un ejemplo. Es importante que se respete el derecho a la autodeterminación”. Para ello, es preciso esperar hasta 2018, cuando se organice un referendo donde se someterá a consulta una nueva constitución. Si gana el “sí”, la nueva carta magna reconocerá el derecho a la autodeterminación.
Después de Cataluña, y en otras condiciones, el proceso electoral independentista más cercano es el de Italia. El próximo 22 de octubre, dos regiones del norte, Lombardía y Véneto, convocan a sus habitantes a una consulta destinada a saber si desean o no tener más autonomía en varios campos, entre ellos el fiscal. Roberto Maroni (Lombardía) y Luca Zaia (Véneto), dos responsables de la Liga del Norte, organizaron esta consulta que, sin embargo, en nada se asemeja a la catalana. Giancarlo Giorgetti, presidente del grupo de la Liga del Norte en la Cámara de Diputados, comenta que hay que saludar el referendo catalán como “un fenómeno histórico” pero recalca que el que se lleva a cabo en estas dos regiones “es totalmente constitucional”. Giancarlo Giorgetti es consciente de que se trata de “situaciones espinosas”, pero confía en su meta, o sea, un referendo exclusivamente sobre la autonomía: “Son procesos históricos que exigen mucho tiempo, pero estoy convencido de que es una realidad para definir los términos de la identidad”. La Liga del Norte apuesta en que estos dos referendos abrirán poco a poco el abanico de una consulta más global sobre la independencia.
Europa no es un ramo de identidades compactas encerradas en cada frontera sino que, dentro de los países, existen fuertes tensiones nacionalistas que responden a distintos intereses. Cataluña no destapó un sueño dormido. Varias regiones, mediante la negociación, accedieron a distintas formas de independencia. Sin embargo, más allá de su metodología, sus protagonistas, sus reales motivaciones y las controversias que suscita, el independentismo catalán reactualizó un aspiración que los Estados centrales habían marginalizado o menospreciado.