Los acuerdos estratégicos iniciados a comienzos de siglo con la República Popular China significaron una expansión sin precedentes del comercio bilateral con Argentina. Hace veinte años atrás , las ventas de Argentina  a China eran prácticamente inexistentes: se pasó de exportar tan solo 1093 millones de dólares en el año 2002 a exportar 8022 millones de dólares en 2022. Es decir que en dos décadas, las exportaciones argentinas se multiplicaron más de siete veces mientras que las importaciones se multiplicaron 52 veces. El intercambio comercial (exportaciones más importaciones) se multiplicó 17 veces. De esta manera, China se posicionó como el segundo mercado de destino para las exportaciones argentinas después de Brasil, y principal proveedor de importaciones.

A ello se suma el nuevo rol de China para el país como proveedor de inversiones en el marco del Acuerdo de la Ruta de la Seda, consolidando un esquema de mayor integración económica basado en la secuencia de inserción comercial externa-inversiones - mayor inserción externa. Este esquema asociativo virtuoso replica el que Argentina tuvo con Inglaterra desde mediados del siglo XIX hasta 1930, que fue la etapa de mayor crecimiento económico ininterrumpido que tuvo la Argentina. 

El comercio de lana durante la década de 1860, el desarrollo exportador de la carne desde 1880 y el posterior desarrollo exportador de la agricultura constituyeron fases de esta asociación estratégica que estaba basada en la complementariedad de ambas economías – Argentina tenía los recursos naturales que Inglaterra necesitaba e Inglaterra era el proveedor de los bienes industriales que Argentina demandaba y en donde Inglaterra aportaba de manera directa o en asociación con actores locales la inversión en infraestructura, como ferrocarriles y puertos – que potenciaba el desarrollo de las exportaciones locales. 

El desarrollo agropecuario no hubiera sido posible en el siglo XIX sin el ferrocarril, y este hubiera sido imposible sin el capital inglés. Pero este desarrollo sólo se extendió teniendo en cuenta los intereses del capital inglés. No supuso para la Argentina un desarrollo integral y equilibrado. Esta complementariedad se reforzaba por el financiamiento de los bancos ingleses a las importaciones argentinas provenientes de Inglaterra y por el otorgamiento de empréstitos para cubrir los déficit fiscales de la época.

Cuando las economías no son complementarias sino concurrentes –es decir cuando compiten entre si en terceros mercados – las posibilidades de creación de comercio y con ello de inversiones disminuye notablemente. La inversión de Estados Unidos  que reemplazó al predominio del capital inglés desde la década del 50 hasta mediados de los setenta se centraron en inversiones locales con el objeto de abastecer un mercado interno creciente. Ello se consolidó durante la década del 90 con los procesos de take over que acontecieron: la adquisición de empresas nacionales como forma de adquirir porciones del mercado interno.

Lo descripto con la Inglaterra del siglo XIX no es algo muy distinto de lo que acontece actualmente en la relación actual con China: expansión del comercio, inversiones en infraestructura, financiamiento de importaciones y uso del swap para pagar importaciones chinas y hasta para pagar al FMI, son ejemplos de lo señalado. 

La contracara es un déficit de balanza comercial creciente que resulta indispensable comenzar a reducir ya que la profundización del mismo pondrá en cuestión el grado de conveniencia de la asociación estratégica. Reducir el déficit debe significar mayores exportaciones argentinas y ello supone la aprobación de nuevos status sanitarios por parte de China – hoy pendientes – para poder diversificar nuestra oferta exportable a este destino.

La cuestión central es tener claridad sobre cuáles son los intereses de la Nación en esta asociación estratégica sabiendo cuándo y en dónde avanzar y cuándo decir que no cuando ello afecta el vínculo con otras potencias o el interés nacional. Es un delicado equilibrio que Argentina está transitando y la próxima gestión deberá continuar como política de Estado.

* Economista