A mitad del rodaje del desembarco en la playa del Día D en Rescatando al soldado Ryan (1998), Steven Spielberg se dirigió a su actor protagonista, Tom Hanks, en ese entonces -igual que ahora- una de las estrellas más populares del mundo, y le dijo: "A pesar de que estás en esta película, nadie va a venir a verla".
El director estaba convencido de que el público no aceptaría la violencia capaz de revolver el estómago de la secuencia de 20 minutos que se sitúa en el comienzo de la película. Esta obertura saturada de sangre, rodada con cámara en mano, muestra a soldados estadounidenses incinerados, con las tripas desparramadas y las extremidades arrancadas. En el momento en que bajan de sus lanchas de desembarco, comienza la matanza. En un momento dado, una bala impacta en el casco de hojalata de un soldado y rebota. Se quita el casco para inspeccionarlo, pero la siguiente bala le atraviesa el cráneo.
A pesar de las preocupaciones del director, la película -reestrenada en los cines con motivo de su 25 aniversario- fue un gran éxito de taquilla, ganó Oscars y fue elogiada tanto por la crítica como por los veteranos del ejército. Sin embargo, resulta tan evidente ahora como hace un cuarto de siglo que casi todos los debates sobre la película empiezan y terminan con esos primeros momentos de carnicería en la playa de Normandía. De alguna manera, el resto de la historia, incluida la misión tras las líneas enemigas para rescatar al soldado Ryan (Matt Damon) y las secuencias que muestran a Ryan de anciano, quedan en el olvido.
Es fácil entender por qué el desembarco en la playa tuvo un impacto tan sísmico. Se trata de una de las secuencias más extraordinarias y fuera de lo común que Spielberg haya rodado jamás. Mientras que los tiroteos con nazis en sus películas de Indiana Jones son jugados para la emoción y la risa, la matanza de los soldados estadounidenses de Rescatando al soldado Ryan está filmada con una intensidad de pesadilla, al estilo de los noticiarios. "Intentábamos plasmar el miedo y el caos en la película", explicó más tarde. "Si el objetivo quedaba salpicado de arena y sangre, yo no decía: 'Oh, Dios mío, la toma se ha estropeado, tenemos que volver a hacerla'; simplemente la utilizábamos en la imagen".
El inconformista director estadounidense Sam Fuller, que había sido soldado de infantería durante el desembarco de Normandía en 1944, comentó en una ocasión que "hacer una película de guerra de verdad sería disparar de vez en cuando al público desde detrás de la pantalla durante las escenas de batalla". En cierto sentido, Spielberg (gran admirador de Fuller) seguía este edicto. Puede que no estuviera disparando a los espectadores, pero quería situarlos en medio de la carnicería.
El desembarco se filmó en la playa de Curracloe, en Wexford (Irlanda). Los que estuvieron allí hablan del ruido ensordecedor del fuego de las ametralladoras y las explosiones. La ayudante de dirección Daisy Cummins recuerda que el director de fotografía de Spielberg, Janusz Kaminski, dio cámaras a los aprendices de cámara y les animó a aventurarse en medio de la vorágine. Se reclutó a amputados para interpretar a soldados heridos. "Si vas a hacer algo gráfico como, por ejemplo, reventarle una pierna a alguien, es obvio que vas a utilizar a un amputado", señala.
Spielberg y su equipo habían llegado a Irlanda con la esperanza de que lloviera (el tiempo durante el Día D fue ventoso y nublado.) Sin embargo, durante gran parte del tiempo, el equipo se encontró con un tiempo estupendo. Noel Donnellon, que trabajaba como supervisor de vídeo de Spielberg, recuerda que Kaminski quemó kerosén negro para "crear una ligera bruma" y bloquear el sol. "Pero un día el tiempo cambió para peor y Spielberg nos preguntó a todos si nos parecía bien adelantar lo que habíamos planeado para dentro de una semana, que en realidad era la escena principal del aterrizaje. Todos dijimos que sí y nos apresuramos a preparar 11 cámaras".
Un cuarto de siglo después, las escenas de la playa siguen siendo tan impactantes como cuando se estrenó la película. Sin embargo, Rescatando al soldado Ryan es una película extrañamente desigual. Una vez que hemos visto las imágenes finales de todos los cadáveres y peces muertos con las olas teñidas de rojo, la película cambia radicalmente. Después de llevar a los espectadores al infierno, Spielberg los conduce por un camino mucho más convencional. El resto de la película se centra en una misión casi suicida para rescatar a un único soldado cuyos hermanos han sido asesinados.
Spielberg es uno de los grandes solucionadores de problemas del cine. Sus colaboradores se maravillan de su capacidad de improvisación y de la rapidez con la que trabaja. "En un principio íbamos a rodar las escenas rurales francesas en Francia, pero como parecía lo mismo, Spielberg dijo que por qué no lo hacíamos en Wexford", recuerda Donnellon.
El personaje de Hanks, el capitán Miller, es igualmente pragmático. Sean cuales sean las adversidades a las que se enfrentan él y sus hombres mientras atraviesan una Francia devastada por la guerra en busca del escurridizo Ryan, siempre encuentra soluciones. Es un profesor de instituto de un pueblo pequeño que posee infinitas reservas de decencia y sentido común, un héroe americano con el que el director se siente muy identificado.
Hay otros momentos extremadamente brutales (el soldado Caparzo de Vin Diesel desangrándose bajo la lluvia; el médico Wade, horriblemente herido, interpretado por Giovanni Ribisi, suplicando morfina; el propio Hanks cara a cara con un tanque nazi). A estas alturas, sin embargo, sabemos que el soldado Ryan volverá a casa. Ya no se trata de una historia sobre el miedo y el caos, sino de una historia familiar de ingeniosos soldados estadounidenses que encuentran soluciones, incluso a costa de sus propias vidas. Spielberg se aleja del abismo y abraza el patriotismo. Remata su película con una imagen de la bandera estadounidense ondeando en la brisa.
El 25º aniversario de Salvando al soldado Ryan está dando mucho más que hablar que la película de Terrence Malick sobre la Segunda Guerra Mundial, La delgada línea roja (1998), estrenada sólo unos meses después con una acogida relativamente discreta. El enigmático Malick regresó a la dirección 20 años después de Días del cielo (1978). También esta película era una gran epopeya con un reparto de estrellas, pero abordaba la Segunda Guerra Mundial de una forma mucho más personal e idiosincrática.
Malick comienza su película con un interludio de ensueño en una isla de los mares del Sur. El soldado Witt (Jim Caviezel) se ha ausentado sin permiso y pasa el tiempo con los miembros de la tribu local, en comunión con la naturaleza. La película, una adaptación de la novela de James Jones, trata de la batalla de Guadalcanal, pero sus primeras escenas parecen un exquisito diario de viaje de National Geographic. Hay pocos indicios del conflicto que se avecina mientras Malick nos muestra magníficas imágenes de insectos, plantas y niños con ojos saltones jugando en la arena. El único indicio de problemas en el paraíso es la imagen de un amenazador cocodrilo deslizándose por el agua.
Los detractores consideraron que La delgada línea roja era divagante y autoindulgente, "sin una idea firme de lo que trata", como se quejó el influyente crítico Roger Ebert. Malick reflexionaba sobre cómo vivían la guerra un puñado de individuos. Intentaba introducirse en la conciencia de estos personajes, utilizando una voz en off poética para compartir sus pensamientos más íntimos y mostrando sus rostros en enormes primeros planos. Al lado de la dura claridad de Rescatando al soldado Ryan, La delgada línea roja parece muy opaca. Sin embargo, se puede argumentar que es una película superior y, desde luego, la más arriesgada formalmente. Tiene un aire onírico.
"Quizá todos los hombres tengan una gran alma, de la que todos forman parte, todas las caras de un mismo hombre, un gran yo", se escucha meditar a Witt mientras pasa junto a los cadáveres y los cuerpos heridos y desfigurados de sus camaradas. En la banda sonora suena música elegíaca. En un momento dado, un cadáver japonés parece empezar a hablar. Los personajes más machotes (por ejemplo, el teniente coronel Tall de Nick Nolte) citan de repente a Homero. Malick contrasta continuamente la sublime belleza del entorno selvático con la violencia y la miseria que acompañan a los soldados mientras se arrastran por las altas hierbas como termitas.
El director de fotografía John Toll contó que, cuando rodaba La delgada línea roja en el Pacífico Sur, estaba en contacto permanente por correo electrónico con su esposa Lois Burwell, que se encargó del maquillaje para Spielberg en Rescatando al soldado Ryan en Europa. Ella le explicaba lo bien que se lo estaba pasando con las prótesis y los equipos de sangre para las escenas de batalla. Toll no podía evitar sentirse celoso. "Pensaba: '¡Oh, genial, allí están haciendo la película que yo quiero hacer, y con Terry lo único que rodamos son cocodrilos y pájaros!'".
Sin embargo, Toll no tardó en comprender lo que estaba haciendo el director. Comparó La delgada línea roja con una película muda en la que "el diálogo no es tan importante como los efectos visuales o la voz en off, los monólogos internos poéticos y filosóficos". No era tanto una película bélica convencional (aunque tiene su dosis de explosiones y un elevado número de muertos) como "una recopilación de pensamientos y visiones".
Uno no puede dejar de maravillarse ante el descaro de Malick. Había reunido a un reparto de estrellas (algunas de las cuales, como George Clooney y John Travolta, apenas aparecen en pantalla) y había gastado más de 50 millones de dólares en hacer lo que era esencialmente una película experimental de arte y ensayo sobre el dolor y el horror de la guerra.
Como era de esperar, Malick no ganó ningún Oscar. La recaudación mundial de su película fue inferior a 100 millones de dólares (una fracción de los 482 millones que logró la epopeya de Spielberg). Un cuarto de siglo después, La delgada línea roja sigue languideciendo a la sombra de Rescatando al soldado Ryan. Pero cualquier comparación entre las dos películas rivales de la Segunda Guerra Mundial debe reconocer que, aunque Spielberg era el mejor narrador, Malick era el visionario.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.