El entorno cotidiano que rodea a José González no parece estresante: una casa de madera moderna, totalmente equipada y con vista a la más bella naturaleza. Sin embargo, A Tiger in Paradise comienza con una confesión, el detalle de los pormenores de un tercer (y tal vez último, afirma esperanzada la voz en off) brote psicótico, provocado en parte por el cansancio y la falta de sueño, entre otras razones probablemente más profundas. La ficción documental o documental ficcionalizado dirigido por el sueco Mikel Cee Karlsson –que además de documentalista y realizador de videoclips ha ofrecido su talento como montajista para otros realizadores, entre otros su compatriota Ruben Östlund en la reciente El triángulo de la tristezano es el clásico documental sobre una figura de la música

Y no lo es solamente por ese comienzo tan particular. A lo largo de 76 minutos, A Tiger in Paradise –que llega a la plataforma MUBI este viernes– alterna escenas de la intimidad de González junto a su mujer e hija con otras en las cuales el compositor garabatea frases o ensaya acordes en la guitarra. Rompiendo por completo esa pátina de realismo, la pantalla ofrece situaciones surrealistas, como el vuelo de un pájaro repetido infinitas veces o una secuencia paradisíaca que termina en mutilación grotesca, acercando de paso una explicación para el título de la película.

Imagen: gentileza Mikel Cee Karlsson

A pesar de estar instalado en Suecia, su país natal, González es una figura muy conocida en el ambiente musical local y sus recitales en la Argentina suelen convocar a una gran cantidad de seguidores. La última visita fue hace apenas un par de meses y el show en el Teatro Coliseo agotó las entradas. “Mi papá está en Mendoza, así que estoy seguro de que en breve volveré”, afirma desde su estudio de grabación en Gotemburgo, en comunicación exclusiva con Página/12

Hijo de padre y madre argentinos exiliados en 1976, luego del golpe de estado, González habla perfecto español porteño con un tenue acento que se hace evidente cuando pronuncia ciertas palabras. “Fue Mikel el que se acercó, a sabiendas de que estaba escribiendo mi cuarto álbum, Local Valley”, recuerda, antes de detallar el origen de su segunda colaboración con el realizador. Hace trece años Karlsson dirigió The Extraordinary Ordinary Life of José González, documental que tuvo un par de exhibiciones en el Festival de Cine de Mar del Plata en 2010. Pero si aquel título hacía las veces de carta de presentación del músico, usualmente etiquetado como practicante del indie folk, de quien mostraba fragmentos de su vida interior pero también registraba su paso por los escenarios, en A Tiger in Paradise la vida de gira se reduce apenas a algunos fugaces planos antes y después de los shows, o bien en una ruta hacia un nuevo destino.

“Desde el principio la intención fue filmar una suerte de semi documental. O un video musical con las canciones del disco, dependiendo de cómo se lo mire. Una vez que empezamos a trabajar, se me ocurrieron algunas ideas que luego fueron cristalizando, y una de ellas fue incluir varias cosas sobre mi propia historia. La verdad es que no tenía tanto tiempo para darle a Mikel, así que la idea nunca fue que A Tiger… fuera un documental en un sentido estricto. Él fue diseñando la película poco a poco, el tipo de escenas que quería filmar, y yo iba haciendo las cosas que me pedía: simular que escribo una canción, hacer como si me levantara a la mañana o conversara con mi pareja. Tuve que ensayar un poco mis acting skills”, dice González, un poco en serio, un poco en broma.

-Hay algunas cosas muy personales en la película, comenzando por esa descripción de un brote psicótico.

-Me di cuenta de que eso era importante para que todo tuviera un elemento realmente personal, pero que también se pudieran tocar ciertos temas más amplios y universales. Empezar por un tema personal, pero también con muchas preguntas; cosas que solemos cuestionarnos acerca de qué es real y qué es ficción, tanto a nivel personal como colectivo. El modo de pensamiento que mostramos en la película está ligado a querer hacer una diferencia en el mundo, pero lo hacemos sabiendo que esa posible diferencia es muy pequeña. Y que, tal vez, ni siquiera tenga influencia en las zonas que uno quisiera afectar. 

Por un lado está la música. Yo siempre intento hacer música que suene muy bien y que además le guste al oyente; pero también existe otro nivel, que tiene que ver con las ideas y los conceptos que me interesan. Si eso tiene finalmente algún tipo de influencia o no en la gente es una cuestión secundaria. En la película Mikel lo puso en pantalla de una manera particular, y parece que vivo en un mundo dramático, pero trato de tener distancia de mí mismo en ese rol.

-Hay varios segmentos juguetones, surrealistas, que surgen de disquisiciones filosóficas, y que no son simples ilustraciones de tus letras.

-Si, en fin. Hay cuestiones como la idea de la “micromuerte”, una unidad de riesgo ligada a la probabilidad de muerte de uno entre un millón dependiendo de la actividad que uno esté realizando (N. de la R.: El concepto fue introducido por el ingeniero Ronald A. Howard​, un pionero en la práctica del análisis de decisiones moderno). Eso surgió durante una conversación con Mikel, a partir de esa idea de analizar el efecto que uno tiene en el mundo. Él me preguntó qué podíamos filmar y entonces caímos en las micromuertes: se pueden medir muchas cosas, incluido el riesgo de muerte que se tiene, dependiendo de la actividad.

-La película destaca tus estados al componer canciones, pero también como letrista. En varios momentos puede verse tu letra manuscrita en los tres idiomas que manejás, en la vida y en la música. ¿Cuándo y cómo decidís si una canción tendrá versos en español, sueco o inglés?

-Eso suele establecerse bastante temprano. Hay veces en las que empiezo a componer en un idioma y me trabo, pero al probar en otro sale mejor. Con “Swing”, por ejemplo, ocurrió exactamente eso: comencé en sueco y tuve que pasarme al inglés. Pero las letras suelen llegar bastante tarde, entonces ya tengo una idea muy clara de lo que quiero hacer con la canción. Siempre hay algún idioma que me “suena” mejor para tal o cual tema. Se trata de algo ligado al ritmo, pero que es también de otra índole. En el caso de “El invento”, que es una canción clásica, se dio el hecho de que quería tocar el tema de nuestras propias ficciones. A mí me interesaba hacerlo de una manera un poco  enigmática para el resto del mundo, pero que en cambio no lo fuera para los latinoamericanos.