En un reducto de fronda verde, Justina y Alexia viven en un castillo. Madre e hija pasan sus días al amparo de este gigante, algo roído por el tiempo. Cuesta mantenerlo en pie, pero allí está, aún magnífico, con paredes que guardan recuerdos. Justina, descendiente de pueblo originario, alguna vez fue la empleada de la señora; pero ahora es la dueña de la mansión, situada en medio de las pampas. Cuando el director, Martín Benchimol (La gente del río, El espanto), se encontró con la historia de Justina Olivo y Alexia Caminos Olivo, entrevió la película. Luego de estrenarse en la Berlinale, ser premiada en San Sebastián y en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata (Mejor Director, Mejor Guion, Mejor Realización Técnica), El Castillo se estrena en El Cairo Cine Público (Santa Fe 1120), con funciones previstas para hoy, a las 18, mañana a las 22.30 y domingo a las 20.30.

“La historia da cuenta de una grieta, es una rareza, pero a mí lo que me convocaba y a lo que estaba atento, era a no perder de vista lo más cercano, que es el vínculo entre ellas dos. Honestamente, era lo que me hacía volver al castillo a visitarlas, a estar con ellas, a escribir. Un poco me había olvidado de la historia excéntrica, la de la herencia del castillo; cuando estaba con ellas, me decía: ‘ellas son la película, todo está acá’”, explica Martín Benchimol a Rosario/12.

-Como en un documental, parece que saliste al encuentro del guion durante el mismo proceso.

-Fue sucediendo. La verdad que tenía varias sensaciones; en un momento entendí que esta historia tenía una cadencia narrativa muy fuerte; por otra parte, me parecía muy artificial encorsetarla en un abordaje cien por ciento de ficción, que olvidara por completo lo que estaba pasándole a ellas. Si bien había un guion, ese guion dejó las grandes decisiones un poco en sus manos; ése es el gesto más documental de la película. El guion da un marco, pero a su vez ellas lo iban actualizando de acuerdo a su presente.

-Hay imágenes notables, como la de Justina llamando a las vacas desde el balcón, como si fueran súbditos, con una especie de trompeta medieval.

-¡Es una manguera! Justo estás mencionando un ejemplo bastante paradigmático. Justina salía a la mañana a buscar a las vacas y demás, pero ése es un invento de la película (risas). Son licencias que nos tomamos. Yo necesitaba contar la espacialidad, algo de lo gigante del lugar, de lo inabordable que es para ella. Justina no anda a caballo, así que no puede caminarse los 4 km de ida y los otros 4 de vuelta, todos los días. Si bien tenía otras cosas parecidas para llamarlas, inventamos dispositivos como éste, para convertirlo en algo más cinematográfico. La película busca un equilibrio, por un lado para retratarlas, porque sin ellas no habría película, y a la vez para armar un abordaje medio de fábula y cuento de hadas, que es lo que se relaciona con la génesis del proyecto: la de esta herencia un poco extravagante y cómo tiene, al menos para mí, quizás una salvación mágica, que permitiría ascender de clase. En el contexto actual, imagino que los votantes de este nuevo gobierno que empieza están cercanos a este pensamiento mágico, una especie de creencia medio religiosa, que nadie puede explicar cómo va a funcionar.

Benchimol con Justina y Alexia.

-Justamente, retratás un entorno -familiares y conocidos de la antigua dueña- que no termina de aceptar a Justina y le hace sentir la diferencia de clase.

-Para mí la película habla finalmente de eso, o se pregunta cosas acerca de la pertenencia de clases, si es algo que se puede modificar, si es algo que se hereda, si depende de la cantidad de dinero o propiedades, o si es algo más cultural. Mientras hacía la película me preguntaba cómo se vincula la clase media con los sectores populares. Hay algo que percibo, de cierto desprecio por lo popular, que para mí está muy arraigado y no siempre relacionado con el dinero. Eso me apasiona y muchas veces me entristece, pero lo veo en la sociedad.

-Disfruté de la música, apela a un registro de género fantástico mientras las imágenes dicen otras cosas.

-Lo de la música surgió un poco después de escucharnos decir a nosotros mismos que la película era una fábula, un cuento de hadas. Como el origen de la película es documental, era impensado musicalizar y menos aún con una orquesta. El presupuesto era chico y ridículo, pero la película por suerte ganó unos fondos afuera, cuando estaba en desarrollo y en preproducción, lo que nos permitió soñar con estos recursos estéticos, que habitualmente pertenecen a las películas de ficción, y pudimos grabar música original con una orquesta en Chile. Para mí fue muy revelador este ejercicio o experimento de musicalizar “a lo grande” una historia tan íntima y particular; lo que me atrajo de la película es cómo una historia vivida de cerca puede ser gigantesca, y para mí la historia de ellas lo es, por más recóndita y aislada que sea.

-Accedés a esa intimidad también por una confianza y vínculo ganados.

-Desde que las conocí hasta que empezó el rodaje, pasaron varios años de compartir tiempo juntos, y al momento de hacer la película ya me sentía parte de sus vidas. Sigue siendo así, porque hay un vínculo de amistad, y eso fue lo que me animó a probar un tratamiento distinto. Ellas lo cuentan en entrevistas, sobre cómo las transformó la experiencia misma de hacer la película. Yo las invitaba a hacer escenas que habíamos vivido en el pasado, incluso a imaginar futuros y finales distintos para sus vidas. Eso te obliga a hacer un ejercicio de revisión propia que le agregó muchas capas a la película.

El Castillo estrena en El Cairo y Benchimol dice que “lo más lindo es que la película se muestre en las provincias, y justo en este contexto. El cine argentino frente a las y los argentinos es muy poderoso. Las plataformas están buenísimas y traen laburo, pero lo que tenemos con nuestro cine, hecho ciento por ciento en Argentina, es que nosotros le damos una identidad a las historias que ponemos en pantalla; cuando viene la mirada de afuera, eso deja de ser un espejo y pasa a ser otra cosa”.