Resulta sumamente difícil calificar la relación que existe entre Francisco, el Papa, y Hebe de Bonafini, un símbolo viviente de la lucha por los derechos humanos en la Argentina. Podría decirse que ni siquiera los propios protagonistas podrían describir con precisión las características de un vínculo que -por lo menos en los términos actuales- se remonta solo al tiempo en que Jorge Bergoglio se convirtió en el Papa Francisco.
Sin embargo, nadie podría negar que a ambos personajes los une una relación de mutua confianza y respeto, que implica el reconocimiento de las trayectorias de cada uno de ellos y la valoración del lugar que ocupan respectivamente en sus espacios de referencia. Alguien podría decir también que tanto a Hebe como al Papa, por razones diferentes, le sirve y beneficia la relación con el otro. Pero no hay utilitarismo por ninguna de las partes. Por el contrario. Tanto Hebe de Bonafini como Jorge Bergoglio tienen plena conciencia de que, dentro de ciertos límites y ajustándose a los acuerdos básicos que existen entre ambos, (esto incluye el reconocimiento de las diferencias) la vinculación y, en algunos casos, la acción conjunta beneficia las causas en las que coinciden y además fortalece en distinta medida a los dos personajes.
La comunicación entre Francisco y Hebe -así se tratan los dos- es mucho más asidua de lo que alguien ajeno podría imaginar. Para contextualizar. El Papa es un hombre que, a pesar de su agenda cargada y de sus ocupaciones al frente del catolicismo en el mundo, se vincula en forma personal, sin intermediarios, habitualmente a través del teléfono o del correo electrónico, con muchas personas en todo el mundo. Buena parte de quienes aparecen en la lista de los contactos del Papa residen en Argentina. Muchos de ellos son amigos o personas con las que Jorge Bergoglio ya tenía lazos siendo sacerdote o como obispo en Argentina. No es el caso de Hebe de Bonafini, con quien Bergoglio arzobispo y cardenal casi no tuvo relaciones y las que existieron no alcanzaron nunca el grado de confianza que ahora existe entre ambos, como queda de manifiesto en la nota de Nora Veiras a la que estas líneas acompañan. Hoy, Francisco y Hebe intercambian muchos mensajes informativos, de interés común, sobre cuestiones que a los dos inquietan y cuyo tenor casi nunca trasciende ni siquiera a los círculos cercanos a los interlocutores.
De algo no se puede dudar: tanto el Papa como Hebe de Bonafini están preocupados por la situación de la Argentina, particularmente por la realidad que atraviesan los pobres, por el deterioro de la calidad de vida y por la pérdida de derechos que se viene concretando. Y cada uno desde su lugar, hace las contribuciones, los aportes, manda mensajes. Cada uno a su estilo, dentro de los respectivos márgenes de maniobra y posibilidades. Aparecer juntos, respaldarse mutuamente, es parte de la misma estrategia y sirve a los mismos fines.
No puede decirse que ambos coinciden en sus perspectivas ideológicas y políticas. Ninguno se mueve de sus convicciones. Pero hay en los dos, una preocupación genuina por el ser humano y por la justicia. Desde lugares y con metodologías disímiles, pero con esa coincidencia básica que les permite un lugar de encuentro desde la diferencia.
El hecho que ocurrirá hoy en el Vaticano debe leerse en esa línea y en ese contexto. Una situación generada, sin duda, a partir de la audacia, la creatividad y la tenacidad de Hebe de Bonafini. También en la apertura de Francisco que, en muchos sentidos, sigue reafirmando la idea de que la llegada al pontificado le ha permitido a este sacerdote un grado de libertad y una visión de la política que Bergoglio no tenía o de la que no hacía gala.
Sin duda, entre Francisco y Hebe hay una relación singular, hoy tan genuina y firme, como difícil de catalogar o de encerrar en un molde o en una calificación.