Promediaba la presidencia de Mauricio Macri cuando escribíamos una nota para este mismo diario titulada "Melmac". Nos cuestionábamos, en ese entonces, cierta ingenuidad cis progresista frente al avance del conservadurismo neoliberal.

Hoy, el escenario es muy otro. No hay velos ni eufemismos. Hoy sabemos lo que se avecina, no por mágica predicción, sino porque nos lo grita la historia reciente. No es que queramos presagiar malos augurios, o que nos guste la pose de analistas incisivas. “Hay que esperar”, dicen algunes. Pero nosotras nos miramos y nos preguntamos ¿esperar qué? Si ya lo sabemos. Sí, las imágenes se agolpan y lo vemos con claridad. Tan sólo revisando archivos fotográficos o periodísticos del comienzo de siglo XXI en nuestro país, podemos avizorar cómo terminará el experimento que inicia el próximo 10 de diciembre. Entonces, volvemos a mirarnos y nos preguntamos ¿hay que volver a decirlo? Es cierto, lo que es cruel y dramático para algunes, no lo es para todes. Pero apelamos, una vez más, tozudamente, a conmovernos, a reflexionar. Lo sabemos, decimos.

Lo sabemos en términos económicos: pulverización del poder adquisitivo de los salarios, aumento del desempleo, despidos masivos, extrema precarización de las condiciones de vida, empobrecimiento generalizado, caída de todos los indicadores de calidad de vida.

Lo sabemos en términos de soberanía: privatización de recursos naturales, venta y extranjerización de recursos estratégicos, desregulación total de la explotación minera, absoluta apertura económica reprimarizante, enriquecimiento brutal de los sectores concentrados y privilegiados, desde luego, nueva toma de deuda externa en dólares.

Lo sabemos en términos de protecciones sociales: desjerarquización y desfinanciamiento del sector público, en especial salud y educación, rifa del fondo de garantía de sustentabilidad del sistema previsional, residualización de la asistencia social, vaciamiento del PAMI.

Lo sabemos (y sentimos) como mujeres y disidencias, en términos de embestida hacia los cuerpos feminizados: no sólo la eliminación del Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad y la desarticulación de todos sus programas, sino también -y sobre todo-, su correlato en el recrudecimiento y la impunidad de la que gozará la violencia machista y el desamparo al que se nos arrojará.

Lo sabemos en términos de conflictividad social: cuando el hambre cunda, la movilización en las calles no se hará esperar, al tiempo que será reprimida con rudeza sin que tiemble ningún pulso.

Y aquí entramos al lodo, porque lo que sabemos sobre economía, protección social, soberanía y conflictividad, no lo sabemos en términos de afrenta a los Derechos Humanos.

No estamos hablando, únicamente, de quitar financiamiento a programas o de remover del organigrama nacional secretarías e incluso ministerios. No estamos hablando de calificar como un "curro" el trabajo metódico e inclaudicable de los organismos de DDHH, que es referencia mundial de memoria, verdad y justicia. No estamos disputando en el terreno simbólico o cultural solamente: aquí radica la más tremenda amenaza para la convivencia democrática.

Bajo el ropaje de la libertad, primero se pudo hablar en televisión abierta sobre la tenencia de armas, sobre la venta de niñes, sobre el mercado de órganos. Pero lo que se buscaba habilitar era todavía más siniestro. Se han roto los diques de contención que vedaban, hasta hoy, las posibilidades de reivindicar públicamente el terrorismo de Estado. Esta es la novedad macabra, la variable que no sabemos pronosticar en su cabal alcance. Lo que sí conocemos, pues también nos lo enseña la historia reciente, es su capacidad de daño irreparable.

El pacto democrático que comenzamos a firmar en 1983 se ha quebrado: esta sí es la grieta. Pero no nos encuentra ingenues ni resignades. Como dice la gran Dora Barrancos, dejemos el pesimismo para tiempos mejores. Afortunadamente, hoy no estamos en Melmac. 

*Centro de Investigación en Gubernamentalidad y Estado (PEGUES-CIGE UNR)