Demasiadas cosas van a suceder por primera vez el domingo 10 de diciembre cuando Milei se calce la banda presidencial. Quiero detenerme en al menos tres: nunca en nuestra historia un candidato a presidente ganó las elecciones repitiendo una y otra vez que venía a hacer un ajuste feroz. Nunca en cuarenta años de democracia un candidato a presidente citó de manera textual, sin medias tintas, a un genocida para referirse a los crímenes de la última dictadura militar. Nunca hubo un presidente cuyo horizonte programático explícito haya sido destruir al Estado. No son las únicas. Podríamos nombrar muchas más anomalías, pero estas tres bastan para dimensionar el hiato histórico en el que nos ubicamos.
1. Predicador del dolor
“Nadie lo votó para estar peor”, repiten quienes confían en que el desencanto para con el anunciado programa de estanflación será rápido y obligará al nuevo gobierno a rever sus planes. Pero existen predicadores de la miseria cuya función es que las personas convivan más o menos conformes con su miserabilidad.
Milei demostró tener más carisma que los últimos dos presidentes de este país, que jamás se vieron rodeados por multitudes que los vitorearan. Milei, en cambio, se dirige a las masas. Abre sus brazos, agita banderas y repite oraciones de su plataforma política como si fueran mantras. Ya lo dijo y lo tradujo a lenguaje pop de redes: “no hay plata” dice una remera con los colores de La Libertad Avanza.
Las metáforas médicas y la apelación al sufrimiento físico estarán a la orden del día ¿Quién no entiende que para evitar un mal mayor a veces es necesario pasar por operaciones dolorosas? ¿Quién rechazaría, si la promesa fuera una mejor calidad de vida, una cirugía mayor?
El peligro es que gane el sadismo ¿Qué cuerpo es el que habrá que operar? ¿Alguien se lo preguntará? Está por verse cuánto dura el discurso del mal necesario, del dolor pasajero. No sería extraño que se imponga durante un tiempo la crueldad. Que la cadena de desgracia funcione para regodearse en que hay alguien más abajo, más pobre y miserable. Que sean una tibia mayoría, pero mayoría al fin, quienes se alegren por el empleado público sin trabajo, por el vecino que perdió el plan y por la piba que no quiso y tuvo que parir. Que ese sea el circo, la anestesia, el algo habrán hecho versión Milei-Villarruel.
2. ¿Cuándo se jodió la Argentina?
Apertura financiera, privatizaciones, congelamiento de salarios. La dictadura fue un quiebre para todos los indicadores sociales. Sólo un gobierno de facto podía aplicar en aquella época de sindicatos fuertes un ajuste de esa magnitud.
Existió alguna vez un país en el que se jugaba en la vereda. Las clases se mezclaban en la escuela, en el hospital y en la universidad. No era la panacea, no. El salario era mayoritariamente masculino, pero alcanzaba para la casa propia, para las vacaciones, para ir a estudiar.
El primer presidente liberal libertario va a asumir en el país que quizás sea el de mayor capilaridad de la militancia por los derechos humanos en todo el mundo. Un país que juzgó a cientos de genocidas, en el que cada año miles de personas dicen en las calles Nunca Más; el país de las Madres y abuelas de Plaza de Mayo, donde hijos de genocidas rompieron pactos de silencio y renunciaron a sus familias de origen, donde se recuperó la identidad de ciento treinta y tres nietos apropiados por los militares ¿Puede alguien nombrar algún otro lugar donde exista una tradición así? Si consideramos una generación por década, somos cuatro generaciones nacidas y criadas con esa emotividad que supo ser mayoría y que quizás no lo sea más.
Nos toca hacer un duelo largo a quienes creímos que había en nuestro país una malla de contención democrática, a quienes pensamos que había un límite infranqueable construido en estos cuarenta años. Tal cosa no existe. Es indistinto cuántos de los votantes de Milei conocían o no las declaraciones de la fórmula ganadora sobre los excesos de la dictadura, o la cercanía de la vicepresidenta con Videla. Sea por convencimiento o indiferencia, algo se rompió.
3. Rifar el Estado
Es probable que mucha gente acuda a la asunción el domingo y que la escena sea bien diferente a aquella que vimos cuando le tocó a Mauricio Macri. Milei va a alimentar el perfil popular y juvenil que lo diferencia de la derecha que conocíamos hasta el momento. Tendremos un presidente que ama a Estados Unidos pero no sabe inglés. Que defiende a los ultramillonarios sin ser de esa clase social. Es un fanático de sus ideas, cree profundamente en lo que dice. Es un pastor dispuesto a dar la vida por defender su credo liberal. Por ahora la batalla cultural le fue innata, no tuvo que negociar.
La nueva alianza de gobierno está clara. Su línea de recuperación histórica también: macrismo, menemismo, dictadura militar. Las tres fueron etapas en las que desde el Estado se planificó la concentración de la riqueza, el aumento de la miseria y se habilitaron distintas formas de violencia. En las tres sucedió la desposesión de las mayorías, la acumulación en pocas manos, y la aparición de una grieta: la grieta social, que el último gobierno describió muy bien al asumir y no supo abordar.
¿Hay un límite físico para el sufrimiento? ¿Cómo se construye el umbral soportable del hambre y del dolor? Cada etapa tuvo el suyo. Habrá que descubrir cuál es el que van a inaugurar.
El Estado que Milei quiere destruir ya no es el de principios de siglo XX, cuando las grandes mayorías no sabían leer ni escribir, las mujeres no votaban y sólo había un puñado de personas capaces de redactar leyes y ocupar los cargos para gobernar. De las generaciones que no heredaron el negocio familiar, que se formaron en la escuela o la universidad pública, es, quizás, de donde pueda surgir la respuesta a la distopía del anarcocapitalismo, que bien podría llamarse tiranía del capital. Rifar el Estado hoy es una metáfora de la eliminación de lo común: de un aula compartida, de la vereda que es tan tuya como del vecino, de las Islas Malvinas o de un satélite de ARSAT.
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No es difícil probar el origen injusto del reparto actual de la propiedad privada. Nadie tiene según lo trabajado, si entendemos por trabajar el vendernos por un salario (y no asesinar ni torturar, como hicieron militares durante la Campaña del Desierto, o en la última dictadura militar). Cualquier estadística de uso del tiempo, sobre las que tanto insistimos las feministas, lo puede demostrar.
“En defensa del derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad”, repite Milei. El domingo se cumplen cuarenta años de democracia. Nunca más pudimos lograr la distribución del ingreso previa a ese programa económico. El nuevo gobierno nos obliga a adoptar una narrativa que vaya aún más atrás para explicar cuándo se jodió la Argentina: habrá que insistir en explicar cómo se repartió lo que hoy se llama propiedad, pasando por encima del derecho a la vida y a la libertad.
La autora es economista (UBA) y militante feminista