Ese mediodía, el de la tarde del partido, hubo accidentalmente una especie de rito previo. Era 1963 y mis nueve años. Del lavapiés del bidet, por error o nerviosismo, no se excluyen, brotó su lluvia al revés que dejó una mancha mojada en el techo. Como era habitual, River nos ponía contra el arco, el River de Onega y el Pinino Más; dos goles anulados por off side me devolvían el alma al cuerpo. De una intrascendencia en el medio campo, poco antes de finalizar el primer tiempo, Menotti saca un zapatazo de 40 metros, virtud del flaco, con un Carrizo adelantado, Central 1 River 0. Ese fue el resultado final.
La mancha en el techo del baño duró mucho tiempo más de ese día, un recuerdo jubiloso del partido cada vez que levantaba la vista. Pensé en usarlo de cábala pero me pareció demasiado para el vecino de arriba, podría pasarle humedad, y ya había recibido equivocadamente algunos objetos en su ventana, arrojados por hinchas de Ñuls al salir de la cancha, hacia el punto incierto de donde se escuchaba la marcha de Central, tras uno de los últimos clásicos. Finalmente, a la espera del partido, me quedé pensando en Campaz.