Salí a escondidas de la casa, asegurándome de no usar mi máscara de Covid-19, para que los drones israelíes no me confundieran con un objetivo que intentaba esconderme.

En 2014, durante la última guerra, Israel mató a mi hermano Hamada; destruyó mi apartamento cuando derribó la casa familiar que albergaba a 40 personas. Mató al abuelo de mi esposa, a su hermano, a su hermana y a los tres hijos de su hermana. Aún no hemos superado ese trauma. No hemos terminado de reconstruir las casas que Israel destruyó entonces...

El martes, mi hija Linah volvió a hacer su pregunta después de que mi esposa y yo no respondiéramos la primera vez: "¿Pueden destruir nuestro edificio si se corta la luz?" Yo quería decirle: “Sí, pequeña Linah, Israel todavía puede destruir el hermoso edificio de al-Jawharah, o cualquiera de nuestros edificios, incluso en la oscuridad. Cada uno de nuestros hogares está lleno de cuentos e historias que hay que contar. Nuestros hogares molestan a la máquina de guerra israelí, se burlan de ella, la persiguen, incluso en la oscuridad. No puede soportar su existencia. Y, con el dinero de los impuestos estadounidenses y la inmunidad internacional, es de suponer que Israel seguirá destruyendo nuestros edificios hasta que no quede nada”. Pero no puedo decirle a Linah nada de esto. Entonces miento: “No, cariño. No pueden vernos en la oscuridad”.