La experiencia anacrónica (UNR Editora) es una novela inscripta en lo indescriptible, desconcertante, traza líneas de tiempo, juega con personas y objetos que ponen en jaque la mente hasta la confusión. Su autor, Enrique Carné, crea un mundo multisensorial, donde todo es intenso y un tanto enfermizo, es una novela atravesada por las tensiones que genera el cruce entre estética y política.

El libro recorre el derrotero de Paoloni, un periodista cincuentón, fóbico, adicto a los tranquilizantes, políticamente incorrecto, precarizado y asustado en una sociedad que no logra descifrar. Enrique Carné explica a Rosario/12 que “el personaje es malo, es como el huevo de la serpiente” en alusión a aquella película de Ingmar Bergman sobre el surgimiento del nazismo. Los personajes van desfilando por la trama con características marcadas, con descripciones muy gráficas y realistas que descubren en un detalle todo lo que son. Diógenes Larguía, el ex jefe de redacción que reaparece constantemente en la vida de Paoloni, caminando en ojotas en pleno invierno por un problema en el dedo gordo del pie que supura constantemente; Lilian Pons, que reaparece ante el personaje principal para traer al presente tiempos de furia y desapariciones plasmados en sus pechos con marcas de quemaduras de cigarrilos y tortura; la Lacaniana con la que pone a prueba su rasgo de voraz lector y su psique sin red de seguridad; la dueña de la pensión, una cuarentona con un piercing en la lengua y tatuada que despierta extraños deseos sexuales al periodista; la editora que destroza sus marcas de estilo personal en cada nota que presenta. Personajes que entran y salen constantemente de la vida y la mente de Paoloni y que van generando un clima abrumador en la novela, una especie de paranoia contagiosa, de olores palpables e imágenes tensas que parecieran no llevar más que a lo sensorial.

“El personaje de Paoloni es la conciencia, es un tipo de pocas palabras, poca prosa, es un tipo ni. Creo que hay un narrador en tercera persona, un narrador ideólogo que es una trampa. Eso es un invento del escritor Gustave Flaubert en Madame Bovary, el indirecto libre. Es una tercera persona que de pronto se empasta con la mirada del personaje principal. El narrador ideólogo es el que pone a prueba su propia ideología y crea una fabula que te deja en suspenso. ¿Qué estoy poniendo a prueba? Un paradigma de representación literaria que tiene su tradición y que se fundamentó en el alto modernismo, en una serie de tópicos, de presunciones, lo pongo a prueba con la novela en la irrupción de eso que confunde arte y vida, que no se sabe. Si eso estuviese logrado sería el hombre más feliz del mundo”, dice el autor sobre el personaje principal y su obra.

Carné es delgado, histriónico, un lector tan voraz como su personaje, poco amigo de las redes sociales, hasta hace un año no usaba celular. Rosarino, fue periodista en los diarios La Capital y El Ciudadano y en una decena de medios gráficos y digitales, ejerció el periodismo cultural para Lucera, Transatlántico y Grandes Líneas y colaboró para la revista española Zona de Obras. Publicó varios CD de relatos entre 1992 y 1996, Folletines Argentinos, Adiós a las Armas y El ching. En el 2008 ganó el primer premio del concurso Ciudad de Rosario con su libro de relatos La ciudad ilegible. Cuenta que La experiencia anacrónica pasó por un largo camino que incluye lecturas de varios amigos e intentos de publicación sin éxito durante el boom de las pequeñas editoriales rosarinas, “tiene ese plus que me pesa un poco”. Finalmente se publicó este año en la colección Confingere de UNR Editora.

Carné apunta rápidamente a correrse del centro, quiere que su obra hable por sí misma, y aclara que “ninguna de las ideas que pueda expresar ahora sobre la novela son previas a la construcción. ¿Qué es una novela? Un territorio lleno de olores, sensaciones, que empiezan a articular mi modo de ver con la premisa de que el arte hunde a la literatura en el lenguaje, en la materialidad de los trazos a partir de los cuales lo histórico, lo social, se hace visible. Ya sea a través del lenguaje objetivo y mudo de las cosas o el lenguaje cifrado en las imágenes. ¿Qué estoy diciendo? Algunas marcas son muy referenciales de contextos políticos, de situaciones generales y ahí está el desafío. Es derivado en lo discursivo, en la opinión, eso lo advertí y está muy cuidado. El lenguaje como dice Roland Barthes es fascista, la lengua te obliga y correrte de ese imperativo que se supone que vos tenés que escribir cuando tenés algo que decir, una tarea del escritor. ¿Quién dijo que vos tenés que escribir cuando tenés algo que decir? El arte es justamente lo opuesto, es escribir lo otro, lo imprevisto. Esto es lo que hice con esta novela”.

La novela no pretende ser una crítica, sino una suspensión, una experiencia pura al decir de su autor, y cita como ejemplo cuando Paoloni ve el emprendimiento inmobiliario que produce edificios monstruosos, descripto en la novela como “una ilusión que consumía toneladas de agrotóxicos y ampliaba la frontera del monocultivo en toda dirección”, contrastado con el nombre de la calle Madres de Plaza de Mayo; el personaje “se suspende, como si le hubieran cortado la lengua. Hay un modo encontrado azarosamente de transmitir una experiencia que no es argumentativa. Hay una literatura que yo leo, que me gusta, que tiene que ayudar a suspender el juicio sobre los presupuestos del sentido común, desarmarlo”.

 

El autor concluye que “cuando uno intenta escribir la experiencia de algo lo que queda es menos que un tema, que un olor, un sonido, lugares, sensaciones, un universo de pequeñas vibraciones sensibles ¿Qué carajos es una novela? Hay que inventar un mundo y luego, ¿quién sabe lo que queda? ¿Ideas? En todo caso me atrevería a decir que narrar es pensar sensualmente”.