Las novelas de Patricio Pron despliegan un campo minado de incertidumbres. La complejidad no radica tanto en una prosa exquisita con un dominio del lenguaje extraordinario sino en una constelación narrativa que da en el blanco de preguntas medulares acerca de la identidad y esa curiosa ilusión de creer que es posible conocer a los otros, ya sean padres y madres, hijas e hijos, hermanos o hermanas. En La naturaleza secreta de las cosas de este mundo (Anagrama) el escritor radicaliza su propuesta estética con una escritura que busca asentarse en la interrogación como método para suscitar la proliferación de historias. “Va a chocar, va perder el control del automóvil y va a embestir las vallas que separan la autopista del bosque y de los secretos que éste oculta, pero Olivia aún no lo sabe; no tiene idea de lo que va a sucederle en un momento, cuando un recuerdo de una intensidad desusada la asalte, rompa sobre ella como una ola y la arrastre consigo”, cuenta el narrador. Olivia, una actriz que se dirige a Manchester, buceará en el vínculo con su padre, el artista visual Edward Byrne, quien desapareció cuando ella tenía catorce años.
Novela que también admite ser leída como una historia de fantasmas; en la segunda parte emergerá, como plantea Anne Sexton, lo que acecha en el corazón de Edward y cómo abandona a su familia para comenzar una nueva vida. Ese corte extremo, una fuga sin mirar atrás, hastiado de cosas que ni siquiera podía nombrar y a las que ponerles nombre, esa desaparición tendrá consecuencias. Su deriva lo llevará por hoteles, casas rodantes y trabajos precarios. “Es como si tuviera la impresión de que la gran casa del mundo ha estado deshabitada hasta este momento y que a su vida anterior y a su sitio en esa vida les faltaba un intérprete: todo fue para él, en los últimos años, como un enorme cuarto vacío que estuvo tratando de llenar con la ayuda de los demás sin conseguirlo”, postula el narrador.
Nuevo comienzo
Pron (Rosario, 1975), que reside en Madrid desde hace once años, publica su última novela por primera vez en Anagrama. El cambio editorial, como lo explica en el epílogo, supone un nuevo comienzo “más cercano a mis ideas acerca de qué es la literatura, para quién es y quién debería publicarla y leerla”. La naturaleza secreta de las cosas de este mundo cuestiona la idea de final: nada termina nunca. “Los personajes de esta novela se creen al final de su recorrido, sin embargo descubren que tan solo estaban al comienzo, lo que hace que la novela conecte de una manera misteriosa con este nuevo comienzo como escritor”, confiesa el autor de seis libros de relatos, entre los que se encuentran El mundo sin las personas que lo afean y lo arruinan (2010), La vida interior de las plantas de interior (2013), Lo que está y no se usa nos fulminará (2018) y Trayéndolo todo de regreso a casa (2021).
Su última novela postula que tal vez “final” sea “el nombre que damos a una manera específica de comenzar de nuevo”, precisa el autor de notables novelas como El comienzo de la primavera (2008), El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia (2011), Nosotros caminamos en sueños (2014), No derrames tus lágrimas por nadie que viva en estas calles (2016) y Mañana tendremos otros nombres (2019), con la que ganó el Premio Alfaguara de Novela. “En la medida en que mi trabajo consiste en romper los compartimentos estancos que simplifican la lectura y la recepción del ensayismo en oposición a la de la ficción, cuando hablo de regreso a ciertas fuentes, no me refiero tanto a cuestiones estéticas, sino más bien a algunas certezas y prácticas que tenía cuando no me pensaba como escritor. Cuando era un adolescente de un barrio pobre, de una ciudad pobre, de un país pobre, los únicos libros que podía comprar nuevos eran los Compactos de Anagrama -recuerda Pron en la entrevista con Página/12-. Estos libros formaron mi gusto, al igual que formaron el gusto de miles de personas, de modo que más que tener la impresión de que estoy llegando a Anagrama tengo la sensación de que estoy regresando”.
La relación de Pron con Anagrama precede a la publicación. Cuando llegó a España, empezó a leer autores alemanes para el entonces fundador y director editorial Jorge Herralde y su equipo. El autor de los ensayos El libro tachado: prácticas de la negación y del silencio en la crisis de la literatura (2014) y No, no pienses en un conejo blanco: literatura, dinero, tiempo, influencia, falsificación, crítica, futuro (2022) cuenta que los libros que no podía comprar, cuando era un adolescente, los robaba. “En un momento de mi vida me convertí en un buen ladrón de libros”, revela el autor del diario de sueños Traumbuch (2022), que fue elegido por la revista Granta en 2010 como uno de los veintidós mejores escritores en español de su generación. “Recientemente estuve en Ecuador y los libreros de una librería me pidieron que les mostrara mis técnicas para robar libros para ver si eran tan infalibles como yo creía porque nunca me agarraron. Se las mostré y me dijeron que para Ecuador no funcionaría; que tienen técnicas mejores. Las mías son algo anticuadas y habrá mejores; pero nunca me agarraron y mi biblioteca se fue componiendo de actos delictivos y otros entusiasmos que son la vida de todo lector o lectora”, ironiza Pron, cuya obra ha sido traducida al alemán, inglés, francés, noruego, neerlandés, chino, italiano y portugués, entre otros.
La potencia de la literatura
-Si se piensa en galaxias narrativas, la familia siempre aparece en tus novelas. En “La naturaleza secreta de las cosas de este mundo” aparece la familia vista desde la situación de la huida. ¿Qué te interesaba al mirar la familia desde esta perspectiva?
-La idea de la trayectoria de los miembros de esta familia es que no podemos saber ni siquiera quiénes son las personas más próximas a nosotros, por consiguiente no podemos saber quiénes somos nosotros y estamos inquietos al no saber quiénes son nuestros padres, nuestras madres, nuestros hermanos, nuestra pareja o nuestros hijos. En realidad, descubrimos que no sabemos nada de ellos, que lo entendimos todo mal, que es lo que le sucede a Olivia, y que habiendo entendido mal a las personas que nos rodean también estamos entendiendo mal quiénes somos nosotros y qué es lo que queremos ser. Esta enorme incertidumbre que produce el descubrimiento de que los otros no son como nosotros creíamos suscita una inquietud en torno a la propia identidad.
-¿Nuestra identidad se ve más jaqueada cuando no sabemos quiénes son los otros?
-Hay un abismo ahí; nuestras ideas del mundo son frágiles y provisorias y no tenemos asidero, no tenemos a qué agarrarnos. Después de escribir la primera nouvelle, se me hizo evidente que aunque yo pensaba inicialmente terminarla allí tenía que contar la historia de Edward, tenía que contar los mismos hechos narrados en la primera parte de la novela de manera distinta, no porque Olivia los hubiese comprendido mal sino porque solo había comprendido una parte de ellos o porque su comprensión de ellos era una de las muchas posibles. La literatura postula la posibilidad de que dos cosas sean dos cosas distintas, contradictorias e inciertas; es el único ámbito en que esto se produce. Esta potencia de la literatura le otorga un lugar que me parece interesante y que es el lugar de la resistencia. La naturaleza secreta de las cosas de este mundo está en el doblez; en la posibilidad de que las cosas sean lo que son y además su contrario, también implica la posibilidad de que nosotros creamos lo que somos, pero también nuestro contrario. La única forma de dilucidarlo es contar historias y esto es lo que hacen los personajes de la novela: cuentan historias a otros, pero también cuentan su propia historia para tratar de entenderla.
Tiempos finales
-Olivia dice que los que nacieron en las últimas décadas del siglo XX son todos niños ferales: “no hay lugar en el mundo para nosotros”. ¿Coincidís con esta descripción que hace Olivia respecto a no tener lugar en el mundo?
-Sí, absolutamente. Creo que somos sujetos liminales que habitamos un borde específico entre las épocas y por lo tanto tenemos dificultades para comunicarnos tanto con quienes nos han precedido como con quienes vienen después. Esto no es necesariamente extraño para mí porque me sentí fuera de lugar desde que tengo recuerdo; pero sí adquiere unas dimensiones en la actualidad que tal vez no haya tenido en el pasado. Habitamos un tiempo de finales, de escenas de cosas que parecen estar terminando a nuestro alrededor, como cierta forma de concebir el trabajo y nuestra relación con él; algunas características del Estado de Derecho que creíamos que eran inherentes a él; la idea de la naturaleza como un lugar de refugio y no como el origen de terribles catástrofes provocadas por nosotros mismos en nuestra desidia; es el final de decenas de cosas y esto otorga a nuestra época un carácter especialmente liminal. Sin embargo, en la medida en que esperamos el fin del mundo, que nunca se produce, habitamos lo que un filósofo alemán denominó “el mundo del final”, no el fin del mundo; es difícil habitar en él y encontrar un lugar en él. Para muchos de nosotros ese lugar está en la literatura o en el arte, en aquellas cosas que aún son susceptibles de arrastrarnos con ella hacia donde quiera que vaya. Los personajes de la novela son muy conscientes del modo en que nuestra sociedad no solamente nos provoca daño, sino que además persiste en la difusión y el incremento de ese daño. Posiblemente esta sea la novela en la que más he hablado acerca de mí mismo y de algunas personas que me rodean. He dicho demasiado de mí en la novela.
-Aunque parezca un lugar común, ¿la literatura es tu lugar en el mundo o estar en la literatura y escribir te hace sentir más fuera de lugar?
-Es una tensión que caracteriza el acto de escribir, que para mi está estrechamente vinculado con el acto de leer, como se hace evidente en el epílogo de la novela. Hay una especie de paradoja en el acto de escribir; comienzas a escribir porque quieres dirigirte a otros, hablar con otros, quieres pertenecer a la comunidad a la que otros pertenecen, pero en el momento en que lo haces y empiezas a escribir cambia tu forma de ver el mundo y te vuelves aun más ajeno a la comunidad a la que querías pertenecer. Al final, todo consiste en tratar, una y otra vez, de entablar esos diálogos, que esos diálogos pasen por el alto el hecho de que ya es imposible que pertenezcas a la comunidad a la que creías pertenecer. Yo me siento miembro de una comunidad muy amplia de lectoras y lectores en español. Mis libros forman parte de la larga tradición de libros de la literatura argentina, que fueron escritos fuera de Argentina. La literatura postula la posibilidad de un mundo otro y ese mundo otro es un buen lugar donde estar. En la medida en que es efectivamente concebida como un inmenso afuera, la literatura es un lugar que puedes habitar y que te habita con una intensidad mayor que los otros lugares en los que podrías estar.
Lengua privada
-La galerista le dice a Olivia que el padre pasó del Barroco al Renacimiento, de la expresión individual a la alegoría y de allí al mito. Y que finalmente alcanzó la pura gestualidad, que es el sitio al que se dirigen todos los pintores verdaderos. ¿Esa pura gestualidad tendría su equivalente en la literatura? ¿Hacia dónde se dirigen los escritores verdaderos?
-Supongo que todo escritor de relevancia se dirige a la producción de una lengua privada en el interior de una lengua pública. El propósito es escribir un libro que sea tan claramente tuyo que no haya podido ser escrito por nadie más y que resulte medianamente reconocible. Los grandes escritores consiguen eso y a menudo se convierten en adjetivos: Kafka deviene kafkiano; Borges se convierte en lo borgeano; hay elementos que permiten distinguir con una enorme claridad un relato de Silvina Ocampo de un texto de Victoria Ocampo; hay una forma específica de escribir que distingue los textos de Clarice Lispector o de Armonía Somers de cualquier otro texto escrito antes o después. Se trata de producir una conversación con personas a las que no conozco y sin embargo siento profundamente cercanas y al mismo tiempo contribuir con ellas a un esfuerzo de inteligencia colectiva que nos permita esclarecer quiénes somos y eventualmente quiénes deseamos ser, si no estamos contentos con quienes somos. La literatura no sirve para nada; esa inutilidad es lo que tenemos que defender.
-En un contexto mundial donde las extremas derechas avanzan intentando imponer criterios utilitarios, el hecho de que la literatura no sirva para nada la hace más subversiva y a la vez inasible, ¿no?
-Estoy absolutamente de acuerdo, solo que no atribuiría ese utilitarismo solo a la extrema derecha sino que caracteriza a buena parte de los ámbitos en que nos movemos. Incluso aquellas personas que abjuran de la extrema derecha están intentando crear impacto en las redes sociales y hay una visión utilitarista de la literatura que determina que serviría a los fines de la expresión individual. Supongo que es difícil comunicar a las personas que ciertas cosas no tienen un “para qué” y que la experiencia de contemplar un cuadro que hace algo en ti que no sabes bien cómo explicar no tiene utilidad, no es mensurable, y sin embargo tiene más entidad y existencia que cualquier otra cosa que puedas medir. Supongo que esto nos preserva de convertirnos a nosotros mismos en mercancías.