“Una vez que pruebe esta ciudad, no podrá vivir sin ella”. La frase resuena en el primer episodio de La paz de Marsella (reciente estreno de Netflix), uno de esos policiales que hacen gala de brutalidad, clasicismo, poca finura y bastante eficacia. La ciudad más antigua de Francia es el escenario de una guerra por el control del narcotráfico. El foco está puesto sobre el escuadrón de policía que busca limpiar las calles con una doctrina tan agresiva como autónoma. Si Los Ángeles tuvo The Shield, Madrid su Antidisturbios, y Line of Duty sucedió en algún rincón sin mencionar de Gran Bretaña, esta producción creada por Kamel Guemra y dirigida por Olivier Marchal (El muelle y MR 73) propone un juego reconocible, con acciones y personajes ídem, más el acento del enclave portuario.
“¿Por qué cada vez que en Marsella pasa alguna mierda siempre se escucha tu nombre?”, le reprochan a Lyès Benamar (Tewfik Jallab) tras haber terminado un trabajo. El protagonista dejó en claro sus métodos con un cruento operativo en medio de una playa, entre balas perdidas y con un dealer apresado que llega al destacamento con la cara destrozada. Benamar es un impúdico Harry El Sucio forjado en el Mediterráneo. Puede partirle la crisma a un detenido contra el vidrio de un coche en movimiento o quedarse con una parte de los botines sin dar demasiadas explicaciones. La comisaria Fabiani (Florence Thomassin) no aprueba su proceder, aunque tiene debilidad por este agente que conoce los barrios peligrosos. No por nada Asuntos Internos lo tiene entre ceja y ceja. Otro personaje clave es Alice Vidal (Jeanne Goursaud), una chica que abandonó Interpol para sumarse a esta fuerza con el objetivo de saldar una vendetta.
No hay ironía encubierta en el título de la ficción compuesta por seis episodios. En el nombre original, Pax Massilia, suena el eco de tiempos romanos con soldados imponiendo la armonía con violencia. El equipo de Benamar, de hecho, busca evitar una guerra entre dos clanes. Franck Murillo (Nicolas Duvauchelle) es un viejo gánster que vuelve a las andadas tras haber sido dado por muerto en Venezuela, Ali Saïdi (Samir Boitard) comanda una organización que se hizo fuerte entre desclasados. Y entre ellos hay más que rencillas por el negocio. La venganza es la gran pulsión para todos los implicados.
Lo más logrado pasa por la intensidad de las escenas de acción, el retrato del ida y vuelta entre la ley y la mafia, el argot de flics y sans-papiers, la tensión permanente y su explosión urbana. Atención: la entrega se aleja de la crítica social aferrándose a su lógica de entretenimiento cabal, hipertestosterona, persecuciones por la ciudad puerto, balaceras, más el sello que impone su máximo responsable. Secundado por su propia experiencia en la fuerza, Marchal ha entregado una y otra vez la misma historia: malditos policías con su ley del Talión frente hampa. Más allá de su coartada ideológica, las mayores fallas de la serie pasan por el esquematismo de sus criaturas y la poca sutileza con la que están hilvanadas sus tramas. Vale agregar que La paz de Marsella tiene como antesala Bronx (2020), película también disponible en la N roja y del mismo realizador, en la que criminales y hombres de ley tenían un modus operandi demasiado similar. “Atrapado entre la corrupción de las fuerzas del orden y el enfrentamiento de bandas en Marsella, un leal policía toma las riendas del asunto para proteger a su equipo”, rezaba la sinopsis del largometraje y calza en esta producción sin problemas.