Doctorado en la Universidad de Florencia con una tesis sobre Giordano Bruno y autor de un ensayo sobre Baruj Spinoza, Emanuele Dattilo, emprende en El dios sensible una tarea de cuya complejidad dan cuenta los siete capítulos que componen el libro. Se trata de un trabajo que recurre a una enorme biblioteca que va desde la Antigüedad hasta la actualidad, con un destacable rigor y conocimiento de fuentes originales, de comentarios, traducciones y estudios diversos para intentar responder ¿qué es el panteísmo?
Pregunta inicial, formulada por el propio autor a la que siguen en su línea de argumentación muchas otras, como desencadenantes de las cuestiones que va abordando, las cuales incluyen no sólo las diversas posturas respecto del panteísmo sino también una suerte de método de análisis del desenvolvimiento y conclusiones a las que arriban tratadistas y filósofos y de qué modo muchas de sus afirmaciones quedaron establecidas como base para posteriores concepciones acerca del vasto campo de asuntos referidos a categorías fundamentales en las teorizaciones y sistemas filosóficos, entre ellas: ser, materia, forma, sustancia, naturaleza, sensibilidad, razón, causalidad, creación, cognoscibilidad, el mal, el sujeto, el deseo, el Eros, la contemplación y la acción. En este caso tales cuestiones nodales se relacionan con los modos de concebir esa entidad llamada Dios y el estatuto que se le ha conferido en relación con el mundo, las cosas y lo humano.
Previsiblemente Dattilo rechaza la mirada superficial, peyorativa o condenatoria sobre el término para adentrarse en sus posibles orígenes, desarrollos y presencia en la historia del pensamiento, pese a señalar “que históricamente nunca ha existido una doctrina panteísta como tal: ningún filósofo, hasta el siglo XVIII se definió jamás como panteísta, e incluso en la Edad Media la idea panteísta fue formulada de manera más coherente por sus detractores, y casi siempre se presentó de forma espectral y dispersa.”
Dado que no existe un corpus doctrinario panteísta coherente sino que más bien “ha tenido en Occidente la vida de un fantasma”, encarar sus manifestaciones, por otra parte disímiles según los autores y épocas, constituye un desafío para comprender sus alcances, influencia e importancia, para lo cual es necesario hacer “un esfuerzo de la imaginación” y sobre todo -y como se constata a lo largo de todo el libro, dado el peso de la tradición prevalente (desde Platón y Aristóteles en adelante)- llevar a cabo una propuesta de máximo alcance: “tendremos que redefinir todo nuestro vocabulario metafísico”.
Acorde con esta fuerte afirmación, Dattilo elige, en lugar de hacer una suerte de secuencia histórica de las irrupciones del panteísmo, “repensar, a través de una serie de figuras, el objeto mismo caro a los autores panteístas”. Objeto multifacético que implica interrogar la idea de que Dios y el mundo son un solo ser, el universo una sola sustancia, considerar la vida y potencia de la materia, ver a Dios como lugar y no como entidad positiva, indagar el amor intelectual, la concepción del espacio no euclídeo, la relación entre materia y deseo, entre muchas otras cuestiones vistas desde distintas perspectivas y en distintos momentos históricos y variadas reflexiones, aun a veces no concordantes entre los llamados panteístas. Esta comprensión del tema como algo abierto permite no sólo no clausurarlo sino además ver de qué modo se encuentra en pensadores como Giordano Bruno, Spinoza (excomulgado y maldecido por los judíos), David de Dinant, Amauri de Chartres (condenados por la Iglesia por herejes), antiguos fragmentos de la filosofía estoica, aspectos de la Cábala de Isaac de Luria, conferencias de Friedrich Schelling, junto con otros muchos autores citados incluyendo a Heidegger y Agamben, entre los más recientes.
Claro que el modo en que Dattilo construye sus figuras (que bien se relacionan con las categorías antes mencionadas), y teniendo en cuenta que la concepción panteísta se manifiesta de modo parcial, cambiante, fragmentario, casi necesariamente aparece el reverso de la teología positiva, que los refutó, así San Alberto Magno y Santo Tomás de Aquino, por nombrar dos principales. Como si todo girase en torno de una “figura”, Dattilo hace dialogar –en concordancia o discordancia- por ejemplo a Spinoza o el medieval hereje Amauri con Franz Kafka.
Ineludiblemente, esta suerte de deconstrucción (esta palabra no pertenece a los conceptos ni vocabulario de Dattilo, pero de algún modo parece adecuada para observar con agudeza las ideas que va desplegando y que cuestionan tantos conceptos de las religiones y teologías positivas –judaísmo o cristianismo, por ejemplo- y del canon filosófico y más allá) no deja de ser en muchos momentos sorprendente y de suscitar reacciones diversas en el lector.
La defensa de una no separación entre Dios –con todos sus atributos- creador del mundo le permite cuestionar la idea misma de creación y en cambio defender “la capacidad autogeneradora de la materia, a la capacidad de extraer de sí, de nutrir y desarrollar algunas formas”, es a esto que llama “naturaleza”, de la cual todos los seres animados e inanimados formamos parte, aunque según distintas “formas”. “¿No es naturaleza el nacimiento de cosas?”, otra de sus preguntas que deriva en una visión abarcativa: “Concepción, espera, imaginación, deseo, lenta formación dentro de sí: he aquí lo que acompaña al nacimiento y a la causalidad material, y he aquí el verdadero lugar de la idea”.
Para aludir a lo que considera “el experimento quizá más extremo de la metafísica occidental: la afirmación de la identidad entre la materia y Dios” elaborada por el filósofo medieval David de Dinant, Dattilo recurre a Poe: “La materia última o indivisa no sólo penetra todas las cosas, sino que las impulsa; y de esta manera es todas las cosas en sí misma. Esta materia es Dios. Lo que el hombre intenta formular con la palabra ´pensamiento´ es esta materia en movimiento”.
Una pregunta más: ¿Por qué en este momento abocarse al estudio del panteísmo? Dattilo responde con la hipótesis de que el enorme cuerpo teórico consolidado, aceptado y prevalente que incluye al discurso científico contemporáneo, tal vez sea “una proyección engañosa del fantasma panteísta, el cual, al revelarse, podría actuar como poderoso corrosivo”. O sea, aportar a una necesaria revisión crítica de afianzadas o naturalizadas convenciones.