El discurso del nuevo Presidente inició una línea publicitaria con destino probable de machaque, machaque y machaque: la herencia es desastrosa, por culpa de esa herencia llegaremos al 15 mil por ciento de inflación y yo, Javier Milei, los vengo a salvar de la hecatombe. Eso sí, con otra hecatombe. La del ajuste impiadoso de las cuentas públicas y del fucking Estado.
¿Cuánto afectará esa política a la provincia de Buenos Aires? Quizás no haya que tomar la publicidad de Milei de manera literal. Por supuesto, es posible que quiera ajustar las cuentas del Estado. Que inutilice sectores productivos. Que elimine subsidios para los sectores populares. Que fortalezca, eso sí, el Ministerio de Seguridad de Patricia Bullrich. Porque, dicho sea de paso, las políticas ultraliberales nunca debilitaron esas funciones del Estado, sobre todo porque eligieron la coerción antes que la prevención.
El punto clave, de todos modos, podría no ser el achicamiento del Estado sino otro: la estanflación. No como tragedia inexorable sino como plan político y social. Lo que ajustaría de verdad la economía y la vida cotidiana sería una brutal transferencia de ingresos desde los más desposeídos, los trabajadores y las pequeñas y medianas empresas hacia los grandes negocios. Los del sector financiero, por ejemplo.
Si ésa termina siendo la perspectiva real de la gestión Milei, el desafío para la Provincia no sería sólo sobrevivir con transferencias menores desde el Estado nacional.
El gobernador Axel Kicillof y su ministro de Hacienda Pablo López, confirmado el sábado a la mañana para el segundo mandato, suelen explicar que la Provincia aporta el 39 por ciento de los fondos coparticipables de la Nación y recibe nada más que el 22 por ciento. Hay, normalmente, un argumento en contra: el mayor distrito del país estaría recibiendo también fondos discrecionales, por ejemplo para obra pública, y esos fondos no están computados en el 22 por ciento.
Pero incluso aceptando como válido el último argumento, una economía parada podría producir efectos que no requieren medidas oficiales ni castigos contra la anomalía electoral bonaerense, ésa de un gobernador peronista elegido el 22 de octubre con una diferencia de 19 puntos respecto del segundo, el candidato de Juntos Néstor Grindetti.
Una frenada en seco de la economía bajaría la recaudación. Es decir que los fondos copartipables, aun manteniendo los porcentajes y aun agregando fondos discrecionales, serían menores a los actuales en términos absolutos.
Esa frenada en seco restaría ingresos genuinos de los municipios. Hay dos tipos de impuestos. Uno, el de Alumbrado, Barrido y Limpieza. En ése las situaciones de crisis suelen producir mora. El otro, Seguridad e Higiene. Es el que pagan las empresas. Es probable que ese problema no le afecte a Mario Secco, el intendente de Ensenada, porque allí operan grandes firmas. Y las grandes pagan. Pero en otros distritos donde predominan las pymes la mora podría ser también importante en Seguridad e Higiene.
Hay otro elemento que no suele tenerse en cuenta. Es costumbre hablar de que provincias como Salta, Chaco, Santiago del Estero o Chaco precisan de fondos nacionales para los gastos corrientes del Estado, sueldos incluidos. Bien. Sucede lo mismo con el 70 por ciento de los distritos del interior de la Provincia, y con algunos del Conurbano como Moreno. Varios de ellos están gobernados por fuerzas que no son el peronismo ni Unión por la Patria. Radicales en muchos casos. O alguna variante del PRO, de las tantas que aparecieron con la implosión del partido fundado por Mauricio Macri. ¿Qué harán? Misterio.
La Provincia no solo aporta alrededor del 40 por ciento de los electores, del Producto Bruto Interno y de la producción industrial, agraria y de la agroindustria. En el Gran Buenos Aires vive el 47 por ciento de los pobres. Kicillof puede diseñar políticas compensatorias y productivistas, no torcer la macro. Pero, y sin que esto signifique imaginar conspiraciones que siempre afectan a los más humildes, no hay estabilidad política en el país sin estabilidad en el Conurbano. Y esto no significa desparramar el miedo. Es lo que muestra la historia.