El 9 de diciembre de 2019 terminaron de sacar las rejas de Plaza de Mayo que, durante el macrismo, impedían al pueblo acercarse a Casa Rosada. En la vigilia a la asunción de Alberto Fernández un grupo de jóvenes, familias y transeúntes se congregó en la Pirámide de Mayo. Cantaban, bailaban y, para mitigar el sopor, metían las patas en la fuente. Después de cuatro años de sufrimiento, el entusiasmo era enorme. La noche siguiente Fernández se paró junto a Cristina Kirchner y dijo en el escenario que iba a empezar “por los últimos”, porque “el hambre debía avergonzarnos”. CFK, a su turno, le recomendó confiar en el pueblo. “Preocúpese por llegar al corazón de los argentinos y ellos siempre van a estar con usted”, le dijo. Todos sabían que sería difícil. Se heredaba, entre otras cosas, una deuda de 45 mil millones de dólares con el FMI. Lo que nadie sabía era lo que vendría: pandemia, guerras, la peor sequía en 20 años y una feroz interna. La pobreza, sin políticas de redistribución, se disparó y hoy hay casi dos millones más de pobres. El hambre sigue avergonzando.
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