Habían pasado solo cuatro días desde su asunción cuando Mauricio Macri decidió nombrar a dos jueces de la Corte Suprema por decreto. Era un evento inédito en la historia democrática argentina. Con solo ese movimiento, Macri se desprendía de la indignación republicana con la cual había aguijoneado al kirchnerismo durante años para brindar un anticipo de lo que sería, de allí en más, su particular dinámica con la justicia (con persecución de opositores, espionaje ilegal y juegos de paddle).
El relato de Cambiemos, entonces, proponía un Congreso activo, pluralista, fuente de grandes consensos. "Se podía soñar en cambiar escrituras rutinarias por una Moncloa por día", ironizaba Mario Wainfeld por aquellos días. El relato, sin embargo, duró poco y la llegada de los dos paracaidistas, Horacio Rosatti y Carlos Rosenkrantz, les jugaría en contra después. El radicalismo se le sublevó y tuvo que echarse atrás, pero dejó un antecedente peligroso. Un antecedente que cobra nueva relevancia frente a la posibilidad de que Javier Milei gobierne a través de DNUs.