Jorge Bergoglio y Cristina Fernández de Kirchner venían de un tiempo de desencuentros, aunque la relación de la Presidenta con el arzobispo porteño había sido mejor que la de Néstor Kirchner. La llegada de Bergoglio al papado cambió el escenario de manera sustancial. De alguna manera Francisco dejó atrás a Bergoglio: otras responsabilidades y desafíos para una función que no solo trascendía las fronteras de su país natal, sino que requería mirar y comprender la sociedad y el mundo con los mismos principios pero desde otro lugar y con otro panorama. Así lo entendió el Papa. Cristina estadista lo leyó rápidamente y lo que antes pudieron ser diferencias en el ámbito local quedaron al margen para asumir con prontitud el valor que para Argentina y su gobierno adquiría el hecho de un papa argentino. Fue suficiente para que ambos dejaran de lado antiguos reproches, aparecieran las sonrisas distendidas y se abriera de par en par la puerta de las expectativas a un camino de enriquecedoras coincidencias.