Hace poco más de diez años, en una expansión impensada de la liber- tad de expresión, Jorge Rafael Videla se despachaba en un reportaje para España con su verdad acerca de los comienzos del Proceso de Reorganiza- ción Nacional que él mismo había encabezado, y se quejaba de la baja calidad institucional de la democracia actual (2012). No más preguntas, señor dictador. Quizás, su rostro en el espejo de la conciencia opaca de tantos argentinos de bien, el reseteo de la memoria y el vintage sádico de los Falcon verdes que ornamentaron los últimos días electorales sean los contenidos de la más profunda parábola de lo que sucedió por estos días: a 40 años de democracia, reivindicadores de Videla y negacionistas asumen el poder por vía demo- crática. El futuro es incierto.
Me permito una reflexión espantosa: ¿por qué Videla (y no Massera, por ejemplo) es el ícono de los libertarios más extremistas? Estimo que, para ellos, Massera era muy politiquero y libertino, y Videla representa (agigantado por el paso del tiempo) un modelo de pureza, un espartano, un genuino libe- ral profundamente religioso. Un cruzado. Detrás de este cliché, detrás del rostro de Videla, asoma la absoluta barbarie de lo que se legitimó con el voto. El resto es relato, o teoría.