La noche del batacazo se quedó saludando a quienes la esperábamos para festejar el triunfo. La viuda que hizo temblar de alegría y odio al país bailaba, para colmo, cumbias. Esa catadora de choripanes con cartera de Louis Vuitton, que arrastró muchedumbres tantas veces a la plaza, le habló a una sociedad que había visto mejorar los índices y su cotidianeidad. Desde AUH hasta a la netbook como novedad en la casilla de la villa. Contra el prejuicio de la adhesión estilo “ganado”, todo era puesto en discusión en las calles esos años. Las mareas que un día se movilizaban para pedir por Mariano Ferreyra, al siguiente velaban a Néstor Kirchner.
En “Esa mujer” el coronel que escondió el cadáver de Eva le cuenta su versión a Walsh. Lo había ocultado para mitigar el efecto que producía en los obreros. Las falacias de moda son efectivas si se expanden sobre un terreno donde antes se barrió la memoria. Seguro van a querer hacernos creer, otra vez, que no vivimos todo eso. Al intento de hacer desaparecer -no cualquier verbo-, un cuerpo, una porción de historia y los resultados de un proyecto, se podría contestar: las huellas del fervor popular son manchas difíciles. No se las limpia tan fácil de un tejido. Esa alegría fue nuestra. Y esa mujer, también.