Fue el quiebre, el giro, la prueba definitiva de que el tipo era distinto. Después de tantas tapas de pura amargura por el retroceso en la lucha por los derechos humanos, daban ganas de convertirla en camiseta, de enmarcarla y colgarla en la pared: Néstor Kirchner ordenando bajar los retratos de los genocidas, Néstor en la Esma pidiendo perdón en nombre del Estado, Néstor cediéndole a los organismos el predio para convertirlo en sitio de memoria, de celebración de la vida y la esperanza allí donde había campeado la muerte y el horror. Fue, sin dudas, un 24 de marzo distinto. Fue el día en que ese raro pingüino llegado del sur puso en hechos su promesa de no colgar las convicciones en la puerta de la Rosada. Una sensación de año verde: para un diario que nunca bajó las banderas de Memoria, Verdad y Justicia, tener esa tapa colgada en cada kiosco fue un motivo para inflar el pecho, para mirar bien la fecha y comprobar que no, no decía "28 de diciembre", no era un deseo de los santos inocentes. Era el 25 de marzo de 2004. El comienzo de otra era.
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