El 25 de marzo de 2003 cayó domingo. Sentado ante la Asamblea Legislativa, papeles en mano, el saco abierto, el dedo arriba, las palabras precipitadas, Néstor Kirchner leyó en cincuenta minutos su programa político al que llamó “proyecto nacional”. Fue la primera vez de cosas que luego serían política, legado y remera. A las relaciones carnales le opuso alineamiento “no automático” con EE.UU. Ante Chávez, Lula y Fidel comprometió su posición en el mundo con América Latina. “Soy parte de la generación diezmada”, dijo. A las Fuerzas Armadas pidió compromiso “sobre todo con el futuro y no con el pasado”. Avisó que no dejaría sus convicciones y a nosotros, jóvenes del que se vayan todos, vino a proponernos un sueño con la narrativa de una política de la esperanza, todo en su primera hora. Aún así, gran parte giró en torno a la económica. “No se puede recurrir al ajuste, no se puede volver a pagar deuda a costa del hambre y de la exclusión, generando más pobreza y aumentando la conflictividad”. Eso, no se puede. Y esa frase vuelve hoy para alertar.
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