La guerra desatada sobre la franja de Gaza hizo añicos al derecho internacional humanitario una vez más. Dos días antes del 10 de diciembre, cuando se conmemora la declaración universal de los DDHH, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas fracasó en su intento de imponer un cese al fuego. Estados Unidos vetó una iniciativa para frenar los sistemáticos bombardeos sobre territorio palestino. Doce países apoyaban una resolución presentada por Emiratos Árabes Unidos. Entre ellos, tradicionales aliados del gobierno de Washington como Francia y Japón. Pero la continuidad de los ataques de Israel basada en la llamada doctrina Dahiya explica por qué no dejan de caer proyectiles sobre poblaciones abiertas y con nula protección aérea.
Es la estrategia que definió públicamente el general Gadi Eizenkot como el uso “de una fuerza desproporcionada”. No repara en daños civiles y toma su nombre de un barrio de Beirut que fue arrasado por la fuerza aérea israelí durante el conflicto del Líbano en 2006. Su objetivo militar era destruir a la milicia de Hezbolá. Ahora el estado invasor la justifica para hacer lo mismo con Hamas.
Eizenkot es un militar formado en EE.UU y su país que comandó las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF) entre 2015 y 2019. Exdiputado, se sumó al gabinete de guerra de Benjamin Netanyahu en octubre pasado por el partido de la Unión Nacional. Su líder, el también exgeneral Benny Gantz, se incorporó desde la oposición al gobierno de emergencia del primer ministro ultraderechista a partir de la guerra.
La doctrina Dahiya no hace diferencias entre objetivos militares y civiles. Una vuelta de tuerca al pensamiento de Eizenkot – que perdió en combate a uno de sus hijos, Meir Gal, la semana pasada – la había dado el vocero del ejército israelí, Daniel Hagari, el 9 de octubre. Dijo: “el énfasis está en el daño y no en la precisión”. En el diario británico The Guardian definieron esa confesión como “una admisión sorprendente”.
Las bombas de 900 kilogramos de enorme poder destructivo que arrojan los aviones de Israel, son el símbolo más elocuente de la doctrina. Persiguen el objetivo definido por Eizenkot en una entrevista con la agencia Reuters de octubre de 2008. El actual asesor militar de Netanyahu comentó en aquel momento: “desde nuestro punto de vista, no son pueblos civiles, sino bases militares. Esto no es una recomendación, sino un plan, y ha sido aprobado”. Al plan siguieron las declaraciones del ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant, que sin pudor alguno dijo a pocos días de la incursión de Hamas el 7 de octubre: “Estamos luchando contra animales humanos y actuamos en consecuencia”. La deshumanización del enemigo “terrorista” como se lo define en Occidente, había comenzado.
La situación parece que ya no tiene retorno en la lógica de esta guerra colonialista. El embajador de Israel en Naciones Unidas, Gilad Erdan, justificó por qué su país se opone a una nueva tregua: “el verdadero camino a la paz es apoyar la misión de Israel y no llamar en absoluto al alto el fuego”.
Su colega Mohamed Abushahab, el diplomático de Emiratos Árabes que presentó el proyecto de cese del fuego en el Consejo de Seguridad, se preguntó: “De hecho, ¿cuál es el mensaje que estamos enviando a los civiles de todo el mundo que puedan encontrarse en situaciones similares?”. El representante de Rusia, Dmitry Polyansky, fue más duro aún. Acusó a Estados Unidos de dictar “una sentencia de muerte para miles, si no decenas de miles, de civiles en Palestina e Israel, incluidos mujeres y niños”. El embajador de EE.UU, Robert Wood, levantó la mano en el Consejo para vetar el cese de los ataques en Gaza y fue más allá. Dijo que de haberse aprobado la resolución “sólo plantaría las semillas para la próxima guerra porque Hamas no quiere ni una paz duradera ni la solución de los dos Estados”.
El secretario general de la ONU, el portugués Antonio Guterres, había invocado por primera vez desde 1971 el artículo 99 de la Carta de las Naciones Unidas. Ése que permite exponer amenazas para la paz y la seguridad internacionales. Su intervención motivó una crítica durísima del canciller de Israel, Eli Cohen, en la red social X: “El mandato de Guterres es un peligro para la paz mundial. Su petición de activar el artículo 99 y el llamamiento a un alto el fuego en Gaza constituye un apoyo a la organización terrorista Hamas y un respaldo al asesinato de ancianos, el secuestro de bebés y la violación de mujeres”.
Guterres no había omitido críticas a Hamas. Cuestionó “sin reservas” su ataque del 7 de octubre, pero agregó que “nunca podrá justificar el castigo colectivo del pueblo Palestina”. En ese marco defendió su intervención en Naciones Unidas porque “existe un alto riesgo de colapso total del sistema de apoyo humanitario en Gaza”.
La resolución en apoyo a un cese del fuego, como cualquiera que debe pasar el filtro del Consejo de Seguridad, tenía que reunir nueve votos y no ser vetada por ninguna de las cinco potencias mundiales que se arrogan ese derecho: Estados Unidos, China, Rusia, Inglaterra y Francia. Recogió doce votos, pero la bloqueó EE.UU. El gobierno de Londres se abstuvo.
“Cuando se niegan a pedir un alto del fuego, se niegan a pedir lo único que puede poner fin a los crímenes de guerra, los crímenes contra la humanidad y el genocidio”, declaró el observador permanente de Palestina ante la ONU, Riyad Mansour. El 28 de octubre pasado, cuando Hamas ya mantenía rehenes en Gaza después del ataque sorpresa del 7, el director de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ACNUDH), Craig Mokhiber, renunció a su cargo mediante una extensa carta en la que anticipó lo que se venía: “Un genocidio de manual”, lo calificó.
“Como alguien que ha investigado los derechos humanos en Palestina desde la década de 1980, vivió en Gaza como asesor de derechos humanos de la ONU en la década de 1990 y llevó a cabo varias misiones de derechos humanos en el país antes y después de esos períodos, esta situación me afecta personalmente”, señaló en su renuncia.
La doctrina Dahiya con su “fuerza desproporcionada” que invocó el general Eizenkot le va ganando a la ineficacia probada de Naciones Unidas. También a las voces de organizaciones humanitarias que se alzan contra la demolición de Gaza y la inutilidad del Consejo de Seguridad. La Cruz Roja – criticada con dureza en Israel -, Médicos sin Fronteras y Save the Children denunciaron que se volvió imposible ejercer el derecho internacional humanitario en la Franja.