Son dos semanas frenéticas en donde todo termina antes de arrancar. Las calles respiran furia, angustia y decepción. El FMI ya bajó la palanca. Corralito y cacerolas. Hambre y saqueos. Hay estado de sitio y la represión apila muertos. De la Rúa huye en helicóptero. La vicepresidencia, vacante. Puerta aterriza en la Rosada y convoca a la Asamblea Legislativa. Se elige a Rodríguez Saá. Promete defaultear y crear empleo. No alcanza. El corralito sigue. También las revueltas populares. El puntano no va más. Asume Camaño. No quiere quilombos. La rosca gira a toda velocidad. El Congreso aprueba el desembarco de Duhalde. Ya es 2 de enero de 2002 y en catorce días pasó de todo. Cinco presidentes. Y ahora, ¿qué va a pasar? Se anuncia el fin de la convertibilidad. ¿El que depositó dólares recibirá dólares? Nadie sabe. En medio de tanto vértigo e incertidumbre, una certeza: el sistema político, a pesar del caos, aún funciona. Es un diagnóstico impasible para el momento, aunque a la distancia cobra otro valor. Sobre todo hoy, cuando el pacto democrático pide a gritos seguir siendo valorado.
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