La maniobra fue tan fugaz como su gobierno: Fernando de la Rúa escaló al helicóptero que lo llevaría desde la nada hacia la nada. Era una escena del 20 de diciembre de 2001, que el diario reflejó en la tapa del 21. Sus 740 días de gestión marcaron el record de licuación de poder conocido hasta ese momento. Desde octubre de 2000, cuando se rompió la alianza con Carlos Chacho Álvarez y el vice renunció en vez de disputar espacios, la caída fue tan vertiginosa como el vuelo de los capitales golondrina. La Convertibilidad ya era un artefacto herrumbrado. Sin fuerza propia ni consenso, De la Rúa prolongó inútilmente la agonía. Hasta se fue con estado de sitio y metió bala. En los dos últimos días de su mandato hubo 22 muertos, cinco de ellos en Plaza de Mayo y alrededores. En Rosario Pocho Lepratti, auxiliar de cocina en una escuela, protegió a los chicos. “Dejen de tirar, manga de hijos de puta”, les gritó a los policías. Lo mataron de un tiro en la garganta. León Gieco lo convirtió, para siempre, en “El ángel de la bicicleta”. De la Rúa se fue mientras asesinaba.
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