Comenzó el gobierno de Javier Milei. Muchas de sus características siguen siendo una incógnita a pesar de los primeros anuncios que confirman un rumbo que insiste en su posición anti Estado y de severo ajuste del presupuesto público. En la lista de preguntas hay que incluir el interrogante acerca de cómo funcionará el gobierno con un equipo integrado con pocas y pocos funcionarios propios –la gran mayoría sin trayectoria en la gestión pública-- y con otros “prestados” de otras fuerzas políticas. El perfil de estos últimos resulta por demás preocupante ya sea por comprobados fracasos anteriores en el macrismo y el menemismo, ya sea (como en el caso de economía) por un perfil sesgado y volcado al servicio de intereses privados que no augura ni siquiera una mínima concesión para el lado del bien común y colectivo.
Es un equipo, para utilizar palabras que suele usar el Presidente, integrado por “argentinos de bien”, una categoría con reminiscencias clasistas, que el mandatario usa para designar a quienes piensan como él o, por el motivo que sea, no lo contradicen en público. Podría decirse también que el equipo gobernante es el resultado de la improvisación de quien no estaba preparado para asumir el gobierno y terminó armando una colcha de retazos con el interesado auxilio de “la casta” a la que despreció y a la que finalmente terminó incorporando.
Desde antes del discurso presidencial reafirmando lo “inevitable” del ajuste las usinas mediáticas que le dan soporte avanzaron sobre el argumento de la resignación y la consecuencia de la “herencia kirchnerista”, seguido del remate acerca de que ese es el precio que hay que pagar para luego (¿35 años?) estar mejor. Otra reminiscencia. En este caso del menemismo (“estamos mal pero vamos bien”) que también cohabita con mucho espacio en el gobierno de Milei. Demás está decir que, una vez más, los asalariados y los pobres son quienes pagarán el mayor precio de un ajuste que solo afectará en mínima medida a la denostada “casta”.
Poco o nada se podrá hacer ahora frente a este relato justificativo de la demolición y validado en las urnas. Habrá que mantener sin embargo la actitud alerta y la denuncia inteligente y constante para ponerle un freno al retroceso de derechos que afectan a la vigencia plena de la democracia. Y esta no es solamente una cuestión de disputa discursiva sino también práctica y operativa. Si en el aparato del Estado se destruyen, eliminan o se desfinancian los organismos que deben garantizar derechos éstos se verán afectados por más que se diga lo contrario. Solo a modo de ejemplo: con los actúales niveles de inflación y los que se proyectan en alza será imposible garantizar en 2024 la salud y la educación públicas con el presupuesto nacional congelado en los números del 2023.
La nueva oposición representada en UxP continúa procesando el duelo de la derrota y sigue sin reaccionar proactivamente. Las pocas voces que se escuchan siguen apuntando a la resistencia, casi como un lugar de refugio que de poco servirá si no se carga de una perspectiva proactiva y renovadora de los métodos para hacer política.
Un síntoma de ello podrá ser el comportamiento de los legisladores de UxP en la Cámara de Diputados y en el Senado, donde se podrá (o no) poner un límite democrático a pretendidos avances libertarios cargados de negacionismo y a la ingeniería financiera (no de desarrollo económico) del equipo de consultores armado por el ministro Caputo para darle continuidad al daño iniciado por él mismo antes de finalizar el mandato de Mauricio Macri. Habrá que tener una atenta mirada, sobre todo en estos primeros meses, a lo que suceda en el Congreso porque, se sabe bien y la historia política lo demuestra, que está abierto “el periodo de pases”… con o sin sanguchitos. Y tampoco sirve el argumento complaciente que sostiene que “queremos que le vaya bien a Milei, porque si le va bien al Presidente le va bien a los argentinos”. No es verdad. Si Milei cumple con sus promesas electorales habrá mayor desastre social y agravamiento de la crisis actual. Impedir que eso ocurra debe ser un compromiso de quienes luchan por la justicia.
Pero más allá de lo que suceda en la superestructura política hay un trabajo estratégico pendiente que es la reconstrucción del tejido político en base a nuevos liderazgos. Los liderazgos no se inventan de un día para el otro. Tampoco es necesario, porque están ahí. En los colectivos de mujeres, culturales, juveniles, de trabajadoras y trabajadores, en las pymes, entre intelectuales y profesionales, en las organizaciones de todo tipo. Esto dicho sin ninguna pretensión de agotar la enumeración que es ciertamente más larga.
Allí están. Son referentes, tienen historia, tienen experiencia de diverso tipo. Seguramente ellas, ellos y sus colectivos están aislados entre sí, padecen también la fragmentación. Pero no deberían esperar una convocatoria para juntarse. Quizás podrían hacerlo por propia iniciativa: para conocerse, para sumar fuerzas y construir, en ese caso, una resistencia efectiva en función de garantizar derechos y armar un proyecto de futuro. Es tomar la iniciativa desde abajo, constituir y conformar redes horizontales. Y no para renegar de, o desplazar a, líderes positivos –que también existen-- sino para sumar y, llegado el momento, potenciar a las y los mejores. Sumar fuerzas, ideas, confrontar miradas y discutir metodologías para la acción política, es por sí sola una tarea renovadora y que vale la pena afrontar porque rendirá frutos en el tiempo menos pensado.