Los detalles se amplifican. El sonido de una gota de agua parece un golpe si tiene un micrófono cerca. La escena es confesional pero todo lo que sucede en el cuerpo se convierte en una forma. Allí están esas bombitas de agua que al principio son sólo un recurso de la escenografía, inquietante pero anómalo y después, en el relato que sucede en una voz grabada, como un monólogo interior que nos permite acceder a los pensamientos de las intérpretes, adquieren un significado más concreto.
Los ojos mudos. Conversaciones sobre el dolor es una obra donde las protagonistas se exponen en situaciones que tienen una fuerte entidad de verdad. Ayelén Clavin hace del tumor que habita en su cuerpo una figura que se expresa en esas bombitas coloridas que son como gotas de agua grandes y festivas. La reminiscencia de esos objetos a una experiencia alegre la lleva a bailar con una maya de pompas de agua que ella revienta para que su contenido estalle. El dolor y los miedos, las fantasías en torno a ese cuerpo tomado por una serie de células, se convierte en una instancia compartida y ritual. Su baile no pierde la envergadura del drama pero el cuerpo se muestra gozoso, vital, ese desdoblamiento entre la estructura escénica y una interioridad rota que se reconstruye en la palabra es un elemento narrativo fundamental de Los ojos mudos.
Ayelén Clavin y Carla Rímola están presentes en escena pero su voz remite a un pasado. Los movimientos son exactos, cuidados, todo parece medido en la convivencia entre el agua y los cables de los micrófonos. Lo que sucede en el escenario genera la promesa de un peligro. No sólo por el riesgo de estar descalzas, incluso con los pies en el agua mientras mueven los cables de los micrófonos, sino porque lo que están conjugando es la muerte misma.
Por momentos ellas hablan o enumeran una serie de palabras, listas de imágenes que tienen un tono triste y a la vez enérgico. Si la noción de protagonista guarda en su etimología la idea de una agonía, aquí las dos asumen las implicancias que la muerte trae consigo.
En el caso de Carla su historia está ligada a un hermano que vivió solo ocho horas, que prácticamente murió al nacer. Ella discute cómo definir esta situación, si señalar las horas que vivió o marcar su muerte por encima del breve tiempo de existencia. Este pasaje se une a la muerte de su padre cuando Carla tenía once años. Las dos instancias construyen sujetos y esa es la materia sobre la que Ayelén y Carla reflexionan en Los ojos mudos.
¿Cuál es el terreno que esos dramas conquistaron en sus cuerpos y en sus vidas? ¿Ellas son acaso el resultado de ese dolor, serían otras si esa marca de la muerte no estuviera con ellas como un extraño que siempre las mira? Pero lo fundamental es que esta obra hace de ese drama una situación un poco más pequeña. Si la gota de agua se convierte en el sonido fundamental, en una especie de partitura al acercarle un micrófono y poder escucharla de otra manera es porque Los ojos mudos busca poner la atención en los detalles imperceptibles.
Lo mismo sucede cuando las intérpretes cubren los micrófonos con una bolsa de nylon y comienzan a morderlos, como si quisieran comerse esa bolsa. La sonoridad que surge de allí (en un diseño sonoro a cargo de Gabriel Gendin) es descabellada, rabiosa pero los elementos están a la vista. Se trata de una escena de montaje donde las intérpretes, lejos de jugar con la identificación, hacen evidente el dispositivo escénico, exponen sus vidas como si Los ojos mudos fuera otra variante del ensayo dramático.
No construyen una ficción sino que le dan al dato biográfico la envergadura de un pequeño espectáculo donde la tristeza no se apaga. La composición de la situación se sostiene en la distancia, ellas permanecen dispuestas a encaminar sus sentimientos en la palabra y el movimiento como quien arma una imagen donde la interioridad deviene forma y donde hay algo que no va a terminar de decirse sino que quedará como una vibración, un eco, un sonido tan real que en su repetición se vuelve metáfora.
Los ojos mudos se presenta el viernes 15 y el sábado 16 a las 21:30 en Fundación Cazadores