Diego Armando Maradona, el Pelusa, “regó de gloria este suelo” dice la canción, “olé, olé, olé, olé, Diego, Diego”, Maradona ¡es!, leyenda popular.
Inscripto para siempre en la mitología, en la magia, en el deporte, en el mundo del espectáculo, en el cine y el teatro, en los medios tradicionales, en las nuevas plataformas de comunicación y hasta en las artes e industrias, en el circo y la danza, Maradona ¡es!, ícono, leyenda universal que va más allá de cualquier encasillamiento, discusión, diferencia, Diego Maradona ¡es! de toda la humanidad.
Conquistó el mundo entero con su fútbol, con su ángel y su gracia, con su arte sin igual de gambetas, con su zurda, su despliegue, con goles nunca antes vistos, irrepetibles. Encantó y desorientó rivales, deslumbró entrenadores, hinchadas, dirigentes, poderes políticos, sociales, económicos, culturales, países, líderes, empresas, periodistas, relatores. “Barrilete cósmico”, “el gol de todos los tiempos” en la historia de los mundiales, en las copas del mundo. “De qué planeta viniste”, de uno inexistente.
De allí tal vez vino Maradona y conmocionó al mundo, maravilló y llenó los ojos, el alma, los corazones y los sueños de millones de niñas y niños en el mundo entero que querían y quieren ser como él, que se inspiran en él, en su fantasía sin par dentro de la cancha. Emocionó a abuelos y ancianos, a personas de todas las edades, de toda condición de todo el mundo.
Y no se trata de política, menos aún de discutir ni rivalizar con nadie, no se trata de nada de eso, la figura y la leyenda de Maradona están por fuera y por encima de cualquier discusión terrenal o de intereses. Se trata entonces de evocar, de “poner en valor”, de decir.
Maradona 10, jugadorazo, campeón mundial sub 20 en Japón 79 y selección mayor en México 86, líder de los equipos, capitán, goleador, figura, héroe insuperable, mano de dios, rayo de luz enceguecedor.
Maradona mueca, alegría, festejo, marca identitaria y comercial, deidad, iglesia Maradoniana, negocio sin igual, bambino de oro, todo en un solo jugador, en un solo ser humano. ¡Tanto y tanto más!, y todo mezclado.
Maradona redefinió, reinventó el fútbol, el sentido mismo de ese deporte, de su juego, sus formas, sus dinámicas, su estética. Lo convirtió en otra cosa, la pelota siempre al pie, control y dominio absoluto, las defensas desorientadas, desarmadas, corriendo y pegando todo tipo de patadas. Maradona, marca de fuego imborrable en el fútbol, partió la historia de ese deporte para siempre entre un antes y un después, inconmensurable, inabarcable, del momento de su aparición en los campos de juego con la diez, el brazalete de capitán y la pelota, esa que “no se mancha”.
Por eso y por mucho más todos querían, quieren, sueñan ser como él, hacer jugadas y goles mágicos, llevar su equipo a la victoria y la gloria, levantar copas y trofeos con la cinta de capitán, ser ovacionado por las hinchadas, poner a los estadios de pie, ser tapa de los diarios del mundo, de las revistas, ser noticia y figura de los canales de televisión, Maradona ¡es! un sueño, una súper estrella.
Maradona ¡es! y Nápoles lo sabe mejor que nadie. Diego está lleno de símbolos únicos que parecieran haber sido escritos y guionados por el mayor autor de todos los tiempos, por la mente más amplia y abierta de la literatura, Maradona ¡es! y será por siempre. Nápoles lo sabe mejor que nadie, su estadio de fútbol, el del Napoli, se llama Diego Armando Maradona, sus títulos, sus scudettos, copa Italia, UEFA, la grandeza la conquistaron con Maradona. Las calles de Nápoles, su santuario y su museo Maradoniano, su gente, sus casas, sus bares lo dicen, lo demuestran, Maradona ¡es!, el imposible, el inesperado, el héroe amado.
Sus tardes mágicas en el San Paolo venciendo uno a uno a los poderosos equipos del norte y a todos, el delirio de los tifosi, mama mama mama mama... He visto a Maradona y enamorado estoy. Y Dalma y Yanina y Claudia y la Tota y don Diego “y los pibes de Malvinas que jamás olvidaré”, con aquel gol a los ingleses surgido del último rincón, del lugar más recondito del campo del estadio azteca, venido del fondo de la mitología universal, de Grecia, Roma, Egipto, de las mil y una noches del mundo árabe, del pueblo judío, de China, India, de la antigüedad, de las culturas precolombinas, criollas, de todas ellas y de ninguna.
Cada una con su dios, sus dioses, sus mitos, y para todas ellas Maradona es un mito, una leyenda que inscriben junto a sus tradiciones, costumbres, creencias, un dios, el dios del fútbol. Diego reúne templos, historias, sueños, frustraciones, fracasos, victorias y derrotas, las resignifica e ilumina con su zurda mágica y prodigiosa, sus gambetas increíbles y heroicas, sus goles asombrosos, su sonrisa de chico humilde y bueno.
Sin proponérselo, sin saberlo, Maradona conquistó a todos, su puño en alto, sus brazos abiertos al cielo, su grito de gol, Nápoles, Argentina, Buenos Aires, La Boca, Fiorito, Rosario, Sevilla, lo saben.
Lleva la pelota atada a su pierna izquierda, salen a cruzarlo, a derribarlo, a romperlo y no pueden, él lo sabía de antes, estaba preparado, Dios se lo advirtió cuando niño. Elude a todos, los gambetea, las tribunas se levantan, no lo pueden creer, se ponen de pie ante su avance, en las pantallas de TV en los bares y en las casas nadie lo puede creer, las gargantas de los relatores se cierran y se abren, Maradona deja surcos en la cancha, nadie puede quitarle la pelota, llega al área rival, sus ojos echan fuegos que intimidan a los jugadores adversarios, los movimientos de su cuerpo son felinos, de perros salvajes, nadie sabe de dónde salió ese hombre, nadie sabe que hará, cómo detenerlo. Los arqueros no saben si enfrentarlo, si salirle a achicar, si quedarse debajo del arco esperando, todo lo intentan y él siempre termina tocando la pelota sutilmente con su zurda, inflando la red con belleza, con una magia jamás vista.
Sí, la era de Maradona no era, ¡es! y será siempre, por todos los tiempos, por toda la eternidad, por los siglos de los siglos.
Y de nuevo, no tiene que ver con la política, con la declaración de nadie, tiene que ver con que pasó un año más y no era, ¡es Diego Armando Maradona!.
Palacios imperiales, culturas y civilizaciones a sus pies, se peleó con el Vaticano pero llegó Francisco y lo rescató con amor para su iglesia. Maradona es un enviado, no hay cuestiones terrenales que anteponer.
Nápoles lo sabe, ¡Maradona es!, Maradona será por siempre: mito, leyenda, verdad, marca, identidad, bandera, camiseta, sentimiento, negocio. Lo saben en Italia y en toda Europa, también en Bangladesh, China, la India, América Latina y del norte, en África, en Asia entera y Oceanía, de Ushuaia a La Quiaca. Todos lo saben, Maradona no era, ¡es!, el dios del fútbol, el diez, el gran capitán. ¡Gloria eterna a Maradona, al diez, al dios del fútbol!