Fanático de Estudiantes, bilardista por convicción, Diego Cremonesi vive desde su infancia en La Plata, pese a ser uno de los actores más convocados por la televisión y el cine. Por aquellos años, forjó una personalidad humilde que no abandona ni lo deja encandilarse por las luces del estrellato. Y pese a la fama, se sigue viendo con algunos de los amigos que, de chicos, jugaban al fútbol en las veredas del barrio platense. Empezó a trabajar de muy joven en el correo y estudió Periodismo hasta 4º año. Pero la vocación le tocó la puerta y luego lo tomó de la mano para transitar el camino de la actuación.
Cremonesi buscó concretar su sueño lo más despierto posible, con los pies en la tierra. Tal vez en eso lo ayudaron la meditación y el Tai Chi. De Todos contra Juan, Solamente vos, pasando por El Tigre Verón hasta El Marginal, y Un gallo para Esculapio, entre tantas apariciones en la ficción, Cremonesi ya es una cara inconfundible de la televisión nacional. Con el tiempo, también fue ganando un lugar en la pantalla grande. Tanto que este jueves estrena no una, sino dos películas que lo tienen como protagonista.
Una de ellas es Dos manzanas, de Eduardo Raspo, donde encarna a Juan Manuel de Rosas. Dice la historia que entre 1832 y 1834, con escasos 22 años, el entonces ignoto naturalista inglés Charles Darwin (interpretado por Martín Slipak) visitó la Argentina acompañando la expedición del bergantín Beagle. El viaje, de vital importancia para sus posteriores elaboraciones teóricas, le permitió una entrevista con el ya célebre Juan Manuel de Rosas, quien comandaba entonces una campaña contra el “infiel”, en el crítico período que separó sus dos administraciones. La ficción de Raspo se presenta como una hipótesis desmesurada y necesariamente falaz de ese encuentro fugaz.
La otra ficción que tiene como protagonista a Cremonesi es Chau Buenos Aires, dirigida por Germán Kral, y ambientada en diciembre de 2001. Argentina atraviesa (una vez más) una de las peores crisis económicas y sociales de su historia. Julio Färber (Cremonesi), cansado de no tener nunca un peso, está decidido a emigrar con su madre y su hija a Europa, dejando detrás su zapatería, su barrio de Nueva Pompeya y su querido grupo de tango, donde es bandoneonista. Pero la vida parece conspirar una y otra vez contra su decisión… Chau Buenos Aires cuenta -en tono de tragicomedia- qué ocurre en la vida de Julio, después de que el gobierno argentino le roba su dinero al declarar el “Corralito” y una taxista hermosa y mal hablada, su corazón (Marina Bellati).
Respecto del interés por protagonizar Dos manzanas, Cremonesi señala: "El hecho de poder interpretar a un personaje como Juan Manuel de Rosas me parecía sumamente atractivo y un desafío actoral importante". El encuentro con el que la película juega también le parecía "fascinante". "Me encanta el tono de fábula que tiene y, a la vez, vi que era un desafío grande, como me pasa, a veces, con algunos textos que no son muy cinematográficos", plantea. "Era un desafío que un texto tan largo, bastante teatral, pudiese cobrar vida a través de la actuación", agrega Cremonesi.
-¿Tiene algún peso extra encarnar un personaje histórico?
-Siento que sí porque uno juega con el imaginario popular, con la imagen que se ha creado de aquel personaje, con lo que se piensa y lo que se siente de ese personaje con las distintas lecturas que hay acerca de esa realidad que se está contando. Una cosa es interpretar a un Rosas, donde uno no tiene una referencia audiovisual en la cual poder montarse. Y la presión es jugar con todo eso. Y ahí siempre termino llegando a un punto que es tratar de salir del lugar más neurótico, de poder conformar esa mirada desde afuera y tratar de lograr una interpretación que sea lo más genuina posible, desde mi lugar, apoyado también en lo sensible. Lo lindo es encontrar al tipo detrás del hombre. Hace poco hice de Manuel Belgrano en un ciclo para la TV Pública. Y un poco fue también lo mismo: cómo me paro con personajes como Rosas, por ejemplo, que están tan cargados de la opinión de quienes han triunfado a la larga en esa puja. Como a Belgrano se lo tildaba de tener una voz aflautada, hablamos con el director: "¿Le damos crédito a eso o no?". Ahí empieza a tener que ver dónde se para uno en relación a esto que está contando. También hay que entender que hay mil posibilidades interpretativas del personaje. En algún punto, sólo es jugar a ser éste durante un rato. En ese sentido, es también quitarle solemnidad.
-Te tocó un personaje histórico bastante controvertido: Rosas tiene adeptos, fanáticos y enemigos. ¿Por qué crees que despierta esos amores y enconos?
-Estuvo en una época de muchísimo enfrentamiento, mucha puja y es un personaje tan polémico, como lo decís… De hecho, hay cosas que me parecen súper interesantes de Rosas y otras que me parecen tremendas. Por ejemplo, este encuentro se da en el descanso entre la primera y segunda gobernación, pero se va a hacer una campaña contra el “infiel”. A la vez, era un tipo profundamente antiimperialista, cosa que me cae muy simpática. Hay aspectos de Rosas que me caen muy simpáticos y otros que me parecen tremendos. Como actor me gusta ese nivel de contradicción porque creo que el bronce es solo eso, y después somos todas personas con millones de contradicciones y sobre todo cuando son personajes que se plantan tanto desde lo conflictivo en nuestra historia, dividen aguas. Ellos decían: "Muerte a los salvajes unitarios", pero también les decían "salvajes" a los federales. Cuando uno indaga en lo que fueron esas guerras civiles, el nivel de crueldad y de salvajismo se encontraba de los dos lados y con un nivel de inhumanidad extremo. Entonces, también tengo la sensación de que esa bestialidad es agigantada por la pluma que termina escribiendo la historia en relación a quién terminó ganando esa puja, lo que no quita que tenga muchas cosas de verdad.
-¿El tema que lo obsesionó a Darwin, la supervivencia del más apto, podría funcionar como metáfora de ese encuentro?
-Ese es el juego interesante que tiene el guión: los pone a los personajes en una especie de debate filosófico en donde podemos sentir que ellos ahí llegan a esos puntos de partida. Siento que el director Eduardo Raspo juega con poder desplegar un poco en ese encuentro, cruzado por la intriga y por algo de suspenso, algo de este juego filosófico y teórico. De ahí, cada uno, tanto Darwin como Rosas se van a ir con la punta del ovillo de lo que terminarán siendo. Le digo “juego” porque siento que lo es, el ejercicio ficcional lo es. En este caso, Raspo se da muchas libertades para poder contar este encuentro y, en ese sentido, la palabra “juego”, ya sea ficcional, de guión o filosófica encaja bien acá.
-Vamos a Chau Buenos Aires: está ambientada en la Buenos Aires de 2001. ¿Cómo recordás aquel tiempo?
-Como un tiempo tremendo, durísimo. Yo era joven, pero era un joven trabajador, estudiante de la universidad, trabajaba en el correo. En ese entonces, el Correo Argentino. Estudiaba en la Universidad de La Plata y era parte de todas esas movilizaciones estudiantiles en defensa de la educación. Hubo grandes movilizaciones desde el 95 en adelante en contra de la aplicación de la Ley de Educación Superior, después estuvo el intento de recorte presupuestario de la educación. Estaba ahí viviéndola como un joven militante universitario y, a la vez, sufriéndola como un joven trabajador. Entonces, abordar este tipo de historias, más allá de dónde está plantada la mirada del director ante lo que quiere contar y dónde se pone el director en relación a este momento histórico... en lo personal siempre fue una responsabilidad grande tratar de darle vida a estos seres que atraviesan una situación semejante, sobre todo porque es algo muy vívido en nuestra sociedad. No solamente por la experiencia y por las cosas que hemos vivido como sociedad en relación a la crisis económica y demás, sino además por los 39 muertos de esa represión y las consecuencias tremendas que tuvo. Si uno le da el peso absoluto que tiene la historia sobre uno, quizás no haría nada. En este caso, me permito hacer la película de Germán Kral, así como lo hice en la serie de Benjamín Avila, Diciembre de 2001. Y en cada trabajo, con diferentes ángulos y con diferentes experiencias, pude jugar a ser atravesado por ese contexto social, económico que tanto nos marcó. Y se trató de lograr que lo que viven estos seres sea genuino para quienes vean la película o la serie. Se trata de estar a la altura de eso. Eso es algo que me pesa siempre, sentir que hay una responsabilidad que tiene que ver con lo duro que ha sido para muchos. Es una forma de honrar aquello.
-¿Creés que si bien la historia está ambientada en 2001 tiene actualidad?
-Sí, porque lamentablemente estamos pasando un momento en el que no se deja de hablar de 2001 como un punto de referencia. Y es algo que nos asusta, nos angustia. Pero también hace varios años que estamos con este fantasma encima. Me acuerdo que cuando empecé a conversar con el director sobre esta película (él está radicado en Alemania), yo le decía: "No sé qué te pasa a vos, pero esta película en este momento, acá, resuena por todos lados". Ahí sí yo sentía una responsabilidad fuerte. Lo mismo nos pasaba en Diciembre de 2001. Son situaciones flasheras porque estamos hablando de esto que sucedió hace treinta años y lo sentimos tan cerca, y con una latencia del peligro tan encima. Eso angustia y no deja tranquilo. A la vez, me parece positivo que se cuenten estas historias y que estas historias dejen cosas picando para ver quién las quiere agarrar para pensar, repensar, indagar. No para estar de acuerdo ni ser formados en la forma de pensar sino al revés: para que sea un disparador y que nos transformemos en seres que cuestionen y que indaguen.
-¿Te gusta el tango?
-Me encanta, soy fanático del tango. Una de las cosas que más me motivó fue eso. La película es un homenaje al tango. El director ya había hecho algunos documentales sobre tango. Y en esta película, el director tenía ganas de darle un lugar. A veces, la música cruza una película, pero no necesariamente la música tiene un protagonismo tan grande. En este caso, yo sentía que no solo se homenajeaba el tango, sino que nos ponía a nosotros en el lugar de tratar de darle a ese tango un cuerpo real. Para eso había que trabajar mucho. Desde chiquito me gusta el tango. Me acuerdo cuando mi abuelo Edmundo Cremonesi falleció. Yo tenía ocho años. Y cuando él murió yo me quedé con una caja de casetes de él. Y ahí estaban los casetes de Julio Sosa, el Polaco Goyeneche, Gardel. Fueron mis primeros tangos y mi primer contacto con el 2x4 ya desde un lugar de independencia musical porque yo lo escuchaba a través de él, pero después me imagino que con el dolor de su muerte yo me debo haber quedado enganchado y después lo transformé en algo muy propio, muy mío. Y siempre me gustó. De hecho, hice muchos años de café concert y eso era una gran excusa para poder cantar tangos y milongas. Así que esta película me propuso ese desafío y para mí fue genial.
-¿Cómo fue el entrenamiento para tocar el bandoneón?
-Es un instrumento tan complejo...Y yo como actor soy un poco obsesivo en relación a tratar de que ese oficio que uno muestra que hace, sea lo más verosímil posible. Me planteó un horizonte muy lejano porque es muy difícil, muy ilógico desde lo musical, pero tuve la suerte que desde la producción de la película se me apoyó mucho y tuve coaches que me acompañaron mucho en ese sentido. A la vez, nos agarró la pandemia: filmamos una semana de la película y la pandemia nos frenó. Durante ese año, estuve sin trabajar y con el bandoneón en mi casa. Dije: "Si no me pongo a hacer algo, me vuelvo loco”. Y me puse a trabajar obsesivamente con eso. Siento que pude hacer un trabajo con mucha responsabilidad y mucha profundidad, por lo menos desde el lugar de la ejecución tanguera. Ojalá que los músicos lo vean así y se sientan honrados.
-No trabajaste de zapatero, como tu personaje, pero sí en el correo. ¿Cómo nació tu amor por la actuación?
-En realidad, darme cuenta de que había amor me llevó mucho tiempo. Me llevó mucho tiempo en la vida. Fue a mis 24 años cuando empecé a hacer mis primeros cursos de teatro. Hasta ese entonces no me había dado la chance de actuar en un contexto de un curso y demás. Entonces, no había tenido esa prueba en relación a qué me pasaba, pero sí tenía la sensación de que era algo que tenía ganas de hacer. Ahora, cuando lo hice, automáticamente me pasó algo que puede sonar cursi, pero fue amor a primera vista. No pude salir de ahí. De hecho, me replanteó la vida y mi vida se organizó alrededor de esa decisión y de esa sensación porque no es que yo empecé a hacer teatro y a laburar de actor. Empecé a hacer teatro y dije: "Esto es lo que me gusta, lo que siento que tengo ganas de hacer toda la vida". Y era algo que lo estaba buscando. De hecho, estaba cursando 4º año en la Facultad de Periodismo y Comunicación, en La Plata, con mucho esfuerzo y tenía ganas de recibirme porque me quería ir del laburo y tener un laburo que me identifique un poco más. Pero no encontraba un quehacer que me atrape con pasión.
-Y se cruzó la actuación.
-De pronto, fue muy contundente ese encuentro. Fue de grande, a los 24 años, pero eso también me generó un nivel de responsabilidad mayor desde la formación porque me di cuenta de que al no tener 18 años y el tiempo de una escuela de teatro, me obligaba a formarme rápidamente y en profundidad. Empecé a hacer muchos cursos. Empecé a actuar en cuanto grupo pude, haciendo infantiles, luego hice café concert y, a la vez, me empecé a formar con Ricardo Bartís, Alejandro Catalán y a hacer mis grupos de pertenencia. Pude empezar a hacer mis primeras obras independientes. Empecé a lograr vivir de lo que estaba haciendo, que era la animación de cumpleaños, casamientos. Y, en paralelo, le empecé a dar toda la energía a la formación y a intentar actuar en cuanta cosa pudiese porque yo me quería formar como actor audiovisual. Sabía que me gustaba eso porque me apasiona esa interioridad que te propone el cine. Y no hay otra forma de aprender que haciendo. Durante muchos años hice mucho cine de terror, muchos cortometrajes. Y esa fue mi formación hasta que pude empezar a hacer los primeros bolos en televisión.
El amor por La Plata
Diego Cremonesi sigue viviendo en La Plata ya que no deja que la vida pública no se entrometa con la privada. "No me siento cómodo en la exposición de lo personal porque aparte tampoco siento que sea algo atractivo. No siento que lo que yo hago día a día me venda mejor que mi actuación. A la vez, como actor, me gusta desaparecer un poco en esa ficcionalidad. Y cuando siento que las caras se vuelven tan presentes y las personas se vuelven tan a mano es muy difícil salir de todo eso".
Por otro lado, el actor manifiesta que tampoco se siente muy cómodo "en el rol de influencer e instagramer". Lo argumenta así: "Elegí ser honesto a mí y percibo algo desde hace mucho tiempo: intentar que sea mi laburo el que hable por mí. Eso fue algo que me lo propuse como un objetivo y también como un sueño, porque el lobby es algo que siempre padecí mucho. Siempre deseé que me lleguen trabajos que me permitan demostrar lo que hago a partir de lo que hice y no de cómo puedo hablar de lo que puedo llegar a hacer".
Vivir en La Plata tiene que ver, en parte, con todo eso, y en parte también con lo familiar. "Y también tiene que ver con que no hace tantos años que empecé a laburar fuertemente y, a la vez, cuando empecé a trabajar fuertemente, entre otras cosas, estuvo la pandemia en el medio. Eso tampoco me dejó acomodarme demasiado. El esfuerzo es grande, pero también sé que la calidad de vida que pueden tener mis hijos en La Plata y la contención familiar es mayor que la que podrían tener en Buenos Aires y lo pago yo con esfuerzo grande de viajes y de tiempo", concluye Cremonesi.