Llegan las primeras asistentes al encuentro, cruzan el patio interno del lugar y caminan directo a abrazar a Ayelen Stroker, una de las fundadoras de Esquina Libertad, que funciona en el barrio de Villa Crespo. La primera cooperativa gráfica creada e integrada por personas privadas de su libertad, liberadas y sus familiares, que lleva 13 años de trayectoria de trabajo constante. “Nos mueve el deseo de cambiarlo todo”, reza una de las paredes, al lado del dibujo de un águila con sus alas abiertas a punto de volar.
Con el esfuerzo y la dedicación de sus integrantes este espacio se convirtió en una salida laboral que traspasa muros y rejas y ofrece una salida colectiva frente a la violencia del sistema penitenciario. La cooperativa nació dentro del penal de Devoto y fue pensada como una herramienta destinada a personas privadas de su libertad y sus familiares, para abordar el trabajo en contexto de encierro y las dificultades de conseguir un empleo cuando son liberadas.
Inspiradxs en el movimiento de desocupados y el cooperativismo, se organizaron para construir una cooperativa con –al momento de su fundación– el 80 por ciento de sus integrantes privadxs de la libertad y el resto eran familiares de lxs detenidxs. Constituyeron una comisión directiva y así se convirtieron en la primera experiencia de organización de este tipo en la Ciudad de Buenos Aires.
Violencia penitenciaria
Marisabel es venezolana, tiene 23 años, lleva cinco viviendo en Argentina. Llegó al país junto a su mamá con el objetivo de mejorar su situación económica y estudiar medicina. Es diabética de tipo insulina dependiente y en Venezuela, la medicina que debe inyectarse todos los días, apenas se consigue y es muy costosa. Comenzó vendiendo accesorios en la feria de Retiro, a veces, también en Constitución. Los primeros años en el país fueron duros, pasó por todo tipo de trabajos informales, su mamá no consiguió empleo y ella tuvo que dejar sus estudios para sostener la economía del hogar.
Mientras trabajaba como camarera en un restaurante, conoció a un hombre. Todo iba bien hasta que después de más de un año de relación, él le pidió que le prestara su cuenta bancaria a la que ingresó dinero de una estafa, lo mismo hizo con su mamá. Ambas se enteraron de lo que este hombre había hecho cuando llegó la policía a su casa con una orden allanamiento y fueron detenidas. El hombre al día de hoy permanece prófugo.
"Cuando me enteré que me había involucrado en una situación ilícita donde estafó a miles de personas solicité que me otorgaran prisión domiciliaria por mi salud, ya que no tengo estabilidad y ya había pasado por tres comas diabéticos, sin embargo, me la negaron", cuenta Marisabel que estuvo privada de su libertad durante un mes en el penal de Ezeiza, sin haber cometido ningún delito, con un estado de salud muy débil y sin poder ver a su mamá que fue alojada en otra unidad.
"Si no me inyecto la cantidad correcta de insulina empiezo a temblar y vomitar y en el penal nadie sabe cómo reaccionar, ni te sacan del pabellón, cuando entré me sacaron la medicación y me inyectaban las dosis que ellos creían correspondiente. Había días que me inyectaban mucha insulina, a veces ni me inyectaban y mi salud empezó a empeorar. Las enfermeras me trataban muy mal, hay mucha violencia de parte del personal de la cárcel", recuerda Marisabel. Su abogado presentaba a diario informes que demostraban que en el penal sin la atención correspondiente corría riesgo su vida hasta que la Cámara de Casación le otorgó la prisión domiciliaria.
Cuando salió estaba desempleada y su acompañante de monitoreo le propuso que participe de uno de los talleres que brinda la cooperativa. "Ahorita solicitamos la salida laboral en la cope, para poder trabajar ahí", cuenta con los ojos a punto de desbordar de lágrimas y agrega: "Para mí este espacio es una luz literal, yo estaba sola y pude encontrarme con otras personas que entienden por lo que pasé y que me apoyan. Ojalá llegaran muchísimas más personas que como yo que estoy en prisión domiciliaria porque este tipo de lugares, además de darte herramientas para seguir con tu emprendimiento o tus proyectos, te acompaña y no te juzga porque tienes una pulsera o porque estás en domiciliaria, es una luz entre tanta oscuridad que pasé."
Florencia se encuentra en el complejo número cuatro del penal de Ezeiza, conoció a la cooperativa a través de compañeras que estuvieron privadas de su libertad y pasaron por Esquina Libertad, su voz desde la cárcel se amplifica en los parlantes de la radio abierta que organizaron para la jornada: "Me impactó mucho cómo la cooperativa abrazó fuerte a mis compas. En el penal hicimos talleres de encuadernación y de edición de género. La cooperativa se mantiene en contacto con nosotras para ver si estamos bien, si necesitamos algo y nos entrega donaciones. Siempre velan por nuestros derechos y nos acompañan en nuestras luchas, por eso estamos muy agradecidas de formar parte y ser un granito más en la cope. Para mí es una gran familia que sé que me va a abrazar el día que salga."
La pena trasciende a la familia de las personas privadas de su libertad
En Esquina Libertad trabajan priorizando la situación y el rol de lxs familiares desde la contención y la participación porque “la pena trasciende a la familia y a veces es muy difícil sostener ciertas cuestiones”, explica Ayelén. Encontraron en el cooperativismo una modalidad de trabajo que lxs unió: “Entendimos que los principios cooperativos eran para nosotros los principios de la inclusión social, y es la forma que elegimos para pensar nuestra comunión y la inclusión, es la herramienta que queríamos para vincularnos y también para reconstruir vínculos”.
Actualmente desarrollan diversas tareas: artes gráficas, sublimados, serigrafía, diseño. También tienen una pata editorial y otra comunicacional donde funciona una productora de contenidos. Encuadernación, imprenta y editorial son los principales trabajos que realizan desde su conformación. Hoy participan 80 personas, de las cuales 45 sostienen su economía con el trabajo cooperativo.
Hace 10 años el papá de Geni falleció en la cárcel producto de la desidia y la falta de atención. Antes de vivir una cadena de violencias que terminó con su vida, el papá de Geni y su hermano fueron víctimas de una causa armada por la que terminaron privados de su libertad en el penal de Ezeiza y Devoto respectivamente.
"Mi papá falleció porque no recibió la atención que necesitaba, de hecho hay un montón de cosas que fui entendiendo a partir de su muerte como, por ejemplo, que la medicación que le daban era incorrecta justamente para que suceda lo que en la cárcel quieren que pase, que se mueran todos, si salen muertos para ellos es mejor. A raíz de eso empecé a pedir ayuda, contención y también un poco de justicia, transité un montón de lugares hasta que llegué a la cope. Acá tuve mi espacio de escucha, de contención, de abrazo. Ya pasaron 10 años desde ese momento y sigo acá", cuenta Geni.
Ella solía visitar más seguido a su papá que a su hermano ya que este último recibía otras visitas. Fueron años difíciles, de tener que juntar plata para poder llevarle mercadería, de viajes eternos de madrugada con bolsos pesados y de filas interminables cada fin de semana para verlo solo un pequeño rato. "Un año después de la muerte de mi papá, la policía asesinó a otro de mis hermanos, tuve que transitar todas esas situaciones juntas y me puse al hombro a toda la familia. Para mí fue como un golpe muy duro. Cuando murió mi papá estuve muy activa, no podía parar de ir a un montón de lugares, de hablar con gente, necesitaba contar lo que me pasaba y cuando murió mi hermano me quedé sin voz, me aplané, no pude hablar más y recién ahora estoy volviendo. Con lo de mi hermano no pude hacer nada porque fue un golpe muy fuerte, no tuve fuerzas y me deprimí", recuerda.
Diez años después Geni puede poner en palabras la violencia institucional que sufrió: "La cárcel está llena de pobres, es para los pobres, hay un montón de causas armadas que muchas personas no creen pero es real porque ellos necesitan tener números, necesitan llenar las cárceles y lo hacen con trabajadores pobres."
Esquina Libertad está presente en tres centros de detención: Devoto, Complejo Penitenciario Federal 4 de Mujeres (Ezeiza) y Unidad 19 de Pre-Egreso de Varones (Ezeiza); y también realizan actividades y asesorías dentro de las cárceles del Sistema Penitenciario Bonaerense. “Tenemos talleres de capacitación de oficios, pero vimos que no alcanzaba sólo con eso, por esa razón armamos un circuito entre el adentro y el afuera. Hacemos talleres de formación en los penales y afuera recibimos a familiares y liberades que vienen de distintas unidades penitenciarias”, concluye Ayelen.