Desde la cumbre climática n° 28 que culmina en Dubai aseguran haber llegado a la aprobación de una declaración sin precedentes. El sultán Al Jaber, criticado por presidir el evento y al mismo tiempo ser un referente petrolífero en Emiratos Árabes Unidos, destacó: "Hemos sentado las bases para lograr un cambio transformador histórico".
Sin embargo, la algarabía no fue compartida. En la misma sala, Anne Rasmussen, delegada de Samoa y representante de las pequeñas naciones insulares, aseguró que “no se ha logrado la corrección de rumbo que se necesita” y, con pesimismo, proyectó que todo seguirá como hasta ahora. Aunque el objetivo es bien conocido –abandonar, de aquí hacia 2050, el empleo de los combustibles fósiles y orientar la producción de energía a partir de fuentes renovables– nadie parece dispuesto a perder y los puntos ciegos persisten en los informes finales ya rubricados.
Tras dos semanas de arduas negociaciones, parte de las autoridades de 198 países se mostraron satisfechas con lo alcanzado. De hecho, Wopke Hoekstra, comisionado de Acción Climática de la Unión Europea, lo subrayó en ese sentido: “La humanidad finalmente ha hecho lo que se debió haber hecho hace mucho, mucho tiempo”. El Acuerdo de París firmado en 2015 instaba a limitar el incremento de temperatura a 1.5 grados con respecto a la era preindustrial. Sin embargo, a esta altura y con la mezquindad de las súper potencias, se revela muy difícil de cumplir.
Una cumbre climática en un país petrolero
“A diferencia del borrador anterior que era muy malo, en el documento final elevaron bastante la vara. Se comprometen a abandonar a los combustibles fósiles de manera gradual hacia 2050. Es la primera vez que se menciona, de hecho, la palabra ‘combustibles fósiles’ en un acuerdo climático de Naciones Unidas. Es un hecho significativo en el marco de una cumbre realizada en un país petrolero y presidida por el CEO de una compañía petrolera”, señala Fermín Koop, periodista en Diálogo Chino, experto en el tema y presente en Dubai. Luego, exhibe el costado agridulce que quedó como saldo: “Al mismo tiempo, también hay que decir que lo acordado tiene varias lagunas, temas en los que falta más ambición. Se abre la puerta a combustibles de transición como el gas natural y faltan definiciones concretas”.
“Quedó un texto poco ambicioso teniendo en cuenta los niveles de urgencia que deberían tener las acciones climáticas. Si bien hace explícito el concepto de combustibles fósiles, si tenemos en cuenta que desde hace 30 años se realizan estas cumbres, evidentemente tenemos la vara muy baja”, apunta Carolina Vera, profesora emérita de la UBA e Investigadora del Conicet. El acuerdo fue bautizado Consenso de los Emiratos Árabes Unidos y, como indican Koop y Vara, por primera vez menciona a los combustibles fósiles como tales. El escrito puntualiza, como eje central, “la necesidad de una reducción profunda, rápida y sostenida de las emisiones”. A diferencia del documento borrador anterior –rechazado por “insuficiente” días atrás–, este fue aprobado por unanimidad.
La transición en los más de 20 años que quedan por delante hacia mediados de siglo debe ser “equitativa y ordenada”. La hoja de ruta está trazada: en 2030 la emisión de gases debería limitarse un 43 por ciento, en 2035 un 60 por ciento, hasta conquistar la meta final de cero emisiones en 2050. Asimismo, se establece que de aquí a 2030 el mundo debe triplicar su capacidad de producir energías renovables. También se indica la importancia de ajustar la transición teniendo en cuenta las necesidades de cada país.
“Un aspecto positivo es que se llama a triplicar la capacidad de las energías renovables para 2030. Otros puntos a favor son el llamado a duplicar la tasa anual promedio de mejoras en eficiencia energética, así como a reducir las emisiones de metano, aunque no dicen cuánto. Pienso que sería un progreso, pero también hay que plantear que la brecha entre los compromisos y la acción real es muy grande”, comenta Vera, que se desempeñó como vicepresidenta del Bureau del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC).
¿El principio del fin?
El debate, durante los últimos días, giró en torno a un asunto discursivo, que parece un detalle pero se revela clave. Si bien muchos referentes solicitaban que se incluyera la palabra “eliminación” de combustibles fósiles, finalmente, se refirió en términos de “reducción”. Una palabra de diferencia que en la práctica podría traducirse en una laguna jurídica al momento de que las naciones tornen efectivos sus compromisos.
Otras de las críticas que mencionan los especialistas en el rubro se vinculan con que se habilita el uso de gas natural como combustible de transición, cuando se trata de un combustible fósil de menor impacto ambiental pero que se ubica en línea con el petróleo y el carbón. Además, se abre la puerta para el empleo de tecnologías de eficacia poco probada hasta el momento para combatir el calentamiento global. Por otra parte, la desigualdad de género sigue siendo un problema: si bien los documentos que discuten los países suelen incluir el tema, de los líderes que llegaron a Dubai para consensuar las políticas finales, solo 15 son mujeres.
El financiamiento también quedó corto: “Los aportes de los países fueron bajos. Se trata de cantidades irrisorias para lo que en verdad necesita el mundo subdesarrollado si quiere enfrentar las acciones de adaptación. Todavía estamos lejos de que los aportes sean consecuentes con los compromisos previos que las naciones desarrolladas realizaron”, subraya Vera. Apenas iniciada la cumbre, se había puesto en marcha el Fondo de pérdidas y daños, a partir del cual las potencias podrían transferir dinero para que las naciones más pobres pudieran afrontar las pérdidas ocasionadas por el calentamiento global. No obstante, el dinero no es suficiente: solo contribuyeron con 700 millones de dólares, cuando se necesita, al menos, triplicar esa cifra para que el instrumento tenga sentido. Esperar soluciones de quienes ocasionan los problemas no parece ser la salida más inteligente.
Petro, Argentina y la contradicción de Lula
En esta edición, los países latinoamericanos pusieron sobre la mesa el “canje de deuda por acción climática”. Así lo expresó el presidente colombiano, Gustavo Petro: “Propongo a la humanidad cambiar deuda externa por gastos internos para salvar y recuperar nuestras selvas, bosques y humedales. Disminuyan la deuda externa y gastaremos el excedente en salvar la vida humana”.
En el medio, Javier Milei se convirtió en presidente. Pese a los amagues previos y de sus críticas en campaña (decía que “el cambio climático es mentira” y que “es un invento del socialismo”), no quitó a Argentina del Acuerdo de París e, incluso, envió a los representantes locales para presenciar los días finales de la cop 28.
Mientras tanto, Lula protagoniza una encrucijada: por un lado, el presidente se embanderó como el referente regional para luchar contra el cambio climático, a tal punto que prepara la Cop 30 a celebrarse en la ciudad de Belén, sobre la que se concentra mucha expectativa hacia 2025. Por otro, acaba de incorporar a Brasil como miembro observador en la OPEP, la Organización de Países Exportadores de Petróleo. La duda queda sembrada y la respuesta no está al alcance: ¿para qué acercarse a este grupo cuando, precisamente, lo que se plantea es su reemplazo por métodos que no arruinen el planeta?