Estaban allí, miles de personas. Vivaron los anuncios presidenciales de ajuste, de represión de las protestas que sin dudas éste originaría --al grito de “¡policía, policía!”--, aceptaron sin dudar las cifras estrafalarias expuestas respecto de la inflación, y la de las muertes que podrían haberse evitado en la pandemia (no hay que olvidar que el presidente negó públicamente la existencia de la misma), repitieron “no hay plata” en tono de algarabía (había remeras con esa frase), apoyaron los reiterados anuncios de meses durísimos por delante, etc. Todo fue vivado en nombre de la libertad. Pero justamente eso es lo que perderán esos miles (no sólo ellos) que festejaron cada anuncio del presidente. La motosierra blandida por el líder fue vitoreada por aquellos sobre quienes se descargará. ¿Se trata de masoquismo? ¿de necesidad de castigo? Nada de eso.
Vamos por partes.
Pandemia y ultraderecha neoliberal
La pandemia parió a los negacionistas y a las ultraderechas en su forma actual e hizo explotar las redes sociales. El odio generado por el aislamiento (asociado a profundas sensaciones de desamparo) --y las imágenes de transgresiones gubernamentales y de personas cercanas al poder político-- comenzó a circular por las redes y lentamente se fue asociando a las frustraciones generadas por un régimen que produjo exactamente lo contrario de lo que prometía. Desde 1974, en Argentina se entronizó el neoliberalismo, se profundizó durante la dictadura terrorista y luego con Menem. Y nunca se fue. En ciertas capas de la sociedad generó la ilusión de poder arribar a la clase alta (esto sucedió durante el menemismo) y la frustración las enfureció. Su furia no es la misma que la del casi 50 por ciento de la población que entendió que con esta democracia no siempre se come, se educa o se cura. Para algunos, nunca.
La pandemia entonces parió a LLA. Pero no solamente ella. Es fundamental posar la mirada sobre la subjetividad que se fue gestando en estas décadas de neoliberalismo y que se precipitó en una subjetividad negacionista, odiadora, atrapada en las redes sociales por ese odio, mal educada (fallas notables en la comprensión de textos), deshistorizada, fanatizada, en busca de un Mesías o de un vengador. La pandemia, como sostuve en su momento, fue un desencadenante universal, tanto a nivel individual como colectivo. Desencadenó lo que estaba en ciernes, en potencia. Desencadenó odio y potenció el desamparo. Esto es fundamental para entender el ascenso del régimen actual. Porque el odio, el desamparo, la desilusión y su consecuencia, la idealización de un líder mesiánico, impiden el pensamiento crítico. Que es fundamental para todo proyecto democrático.
Esto viene de muy lejos
En su Psicología de las masas del fascismo, Wilhelm Reich incorpora a la subjetividad como un factor indispensable para entender el ascenso de Hitler. Pero ahora no se trata de nazismo o fascismo, es el “perfeccionamiento” de elementos de dichos regímenes que ingresan a una nueva forma, una especie política nueva. Estamos ante un régimen de ultraderecha neoliberal-libertaria.
El neoliberalismo acuñó leitmotivs --suerte de holofrases-- que han permeado la psique de los sujetos y han formateado-horadado -- lentamente, como la gota que cae sobre una roca-- a la subjetividad. Ya Thomas Mann sostenía algo que tiene una vigencia notable: “El nazismo se instila en la carne y la sangre de la multitud por medio de las palabras aisladas, los giros y las palabras que impone repitiéndolas millones de veces, y que son recogidas de manera mecánica e inconsciente. Las palabras pueden obrar como ínfimas dosis de arsénico: se las traga inadvertidamente, parecen no producir efecto, y tras algún tiempo sobreviene, sin embargo, el envenenamiento”. Hemos oído millones de veces esta suerte de catecismo neoliberal: reducción del gasto público y del déficit, libre comercio, bajar la carga impositiva, privatización de las empresas públicas, libre competencia, poca o nula intervención del Estado (asimilado éste a El Maligno --sic-- por Milei), etc. El presidente mencionó parte de este mantra al domingo pasado. Que en una subjetividad en la que está ausente el pensamiento crítico penetra sin mayores resistencias. Un sencillo ejemplo es que el modelo neoliberal se aplicó con consecuencias catastróficas en este país en más de una oportunidad. Esta subjetividad sufre de una suerte de Alzheimer generalizado.
“La finalidad es conquistar el corazón y el alma, la economía es el método” para esa conquista. El objetivo de Margaret Thatcher (autora de esta frase) se cumplió holgadamente. Sentimos y pensamos, actuamos, soñamos y padecemos de acuerdo a un magma simbólico dominado por lo central del mismo: la economía. “No hay alternativa”.
Esto se complejiza en una cultura digital, cuya presencia e incidencia en la psique es determinante, por masividad, vertiginosidad y diversidad de dispositivos: estamos todo el tiempo conectados. Y en las redes digitales (en las que estamos atrapados) están los trolls, los haters, los algoritmos, la IA, las fake news... El Yo (Je) se ve afectado en funciones indispensables para sostener un pensamiento crítico: memoria, atención, juicio de realidad, etc. Pero, además, es un medio traumatizante porque la cantidad de estímulos que recibe la psique es improcesable, afectando la función de ligadura del Yo, que es central y previa a cualquiera de las funciones mencionadas.
El dogma liberal-libertario
El neoliberalismo fue dando paso a algo que posee enorme actualidad: el dogma liberal-libertario asociado a las ultraderechas. Otro mundo.
"Soy el primer presidente en la historia de la humanidad liberal libertario". Esta fue la presentación de Milei cuando fue electo. Debemos detenernos en esta frase. Es una frase total, absoluta, que ubica en un lugar de excepción a quien la enuncia. Un rey, un Papa, por ejemplo, son excepciones, no hay nada por encima de ellos. Y en este caso, se corresponde con una Idea. La del régimen liberal-libertario. Y es total porque el líder de LLA transmite que no va a aceptar disidencias respecto de dicha Idea. De un lado los"argentinos de bien", es decir, aquellos para quienes va a gobernar. Y del otro lado...
Toda Idea total, cerrada sobre sí misma, que no admite cuestionamientos, es una idea que pertenece a regímenes totalitarios. Lo totalitario no admite contradicciones, cuestionamientos ni conflictos, no acepta interrogarse a sí mismo. Esto no necesariamente implica el advenimiento de un régimen totalitario, pero puede ser un germen del mismo.
La ley liberal-libertaria
El ideario liberal-libertario obedece a una ley, que es la de los números, por lo que lleva al extremo una forma de vida que consiste en reducir ésta a aquéllos. Una lógica pobre y al mismo tiempo depredatoria que produce una vida invivible. Entre otras cosas instala el temor a poder ser prescindible --a dejar de contar--, a quedarse sin. Sin lo que sea. La psique que se ve inundada por la realidad de los números envueltos en un fárrago de informaciones numéricas inasimilables. Cuanto más se haga presente esa realidad, menos posibilidad puede haber para la realidad psíquica: imaginación, fantasmas, asociaciones, sueños, etc. El realismo capitalista (Mark Fisher) implica el acotamiento de eso con lo que los psicoanalistas trabajamos: la realidad psíquica. Poniendo en riesgo su salud. Y --como sostuve--, genera la caída del pensamiento crítico. El citado Wilhelm Reich, preguntándose respecto de cómo era posible que un discurso absolutamente irracional (refiriéndose al de Hitler) consiguiera el apoyo igualmente irracional de buena parte de la población, sostuvo que eso nada tenía que ver con condiciones objetivas, sino que el nazismo --su discurso-- contaba con un fuerte componente emocional “que no se sostiene con argumentos racionales”. Es decir, y por lo dicho hasta aquí, la ausencia de pensamiento crítico, la identificación alrededor del odio y del desamparo, hacen abrazar un discurso mesiánico cargado de falacias. Ya que ello ubica a un enemigo (los que no son “hombres de bien”) contra el cual dirigirse y adquirir identidad, y genera además una sensación de amparo alrededor de la figura del líder, que en este caso apela a un discurso cargado de certezas incuestionables y apelando a elementos religiosos y místicos.
Entonces, el estado de la subjetividad ha sido una de las determinaciones más importantes que nos ha llevado a esta nueva y probablemente obscura época, dado la presencia de la pulsión de muerte, apreciable en los discursos cargados de odio en las redes, la calle, los medios, y en el discurso de LLA. Pulsión que identifica a los odiadores y fragmenta a la sociedad. Pudiendo llevar a la extinción de la forma de vida en común conocida hasta ahora. Es necesario, por lo tanto, analizar tanto a la subjetividad como a las significaciones que le dieron lugar. Y crear condiciones subjetivas y colectivas (indisociables) para el retorno del pensamiento crítico.
Yago Franco es psicoanalista y escritor. Miembro del Colegio de Psicoanalistas.