Domingo 19 de noviembre. Confirmar lo que minutos antes ya se intuía. A partir de ahí. Recordar los cuidados de siempre para estos casos. Charlar con amigos. No caer en provocaciones. El camino ético elegido va más allá de un resultado electoral. Tiene que ver con lo que nos habita, eso que nos permite abrazarnos. Ese cuerpo abierto. Ese diálogo siempre en busca del Otro, aunque sea en el dolor. Dolor. Es acá en el pecho. Sí, ya sé. Es la angustia. Desde hace unas semanas. Cada tanto aparece. El sonido hueco de las nuevas medidas viejas huecas. Las mentiras de siempre. Los sinvergüenzas de siempre. Cada vez más a cielo abierto. Sin eufemismos. Un tipo que de un saque tomó la mayor deuda de la historia hablando de déficit fiscal y bla. Fin-de. Hay que ir a la fiesta de una amiga. Cumple años. Familia gorila. Va a estar ...y también... Sí, ya sé ¿Qué hacemos? Hay que ir. La queremos. Ok, ni un comentario. Por más que escuchemos las mismas tonterías de hace noventa años. Porque como pocas veces hoy el pasado se pasea en el presente con un impudor atronador. “Pasarle a la historia el cepillo a contrapelo”, decía Walter Benjamin. Hoy ya ni necesitamos el cepillo porque el pelo nos lo recontra-toman. “Es la última vez”, dice el presidente que habla con los perros muertos. Sí, sí, es el regreso de los zombies. Entonces, hallazgo: si tengo angustia es porque estoy vivo. Canto el feliz cumpleaños. Sí, amiga, te quiero. Brindamos. Buena vida. Y vamos todavía. Volvemos. Me llaman para participar en un libro de escritura compartida sobre Alberdi. “Viva la libertad, carajo. Alberdi revisitado”[1]. Gracias. Claro, por supuesto. Confirmo: sí, sí. Confirmo que “actuar es arrancarle a la angustia su certeza”. Entonces: las mentiras del Peluca sobre el escritorio. Los cien años, la libertad y toda esa cantinela infame allí expuesta para quien la quiera leer. Son las seis de la mañana. Ocho horas sobre el monitor. Unas pocas páginas. Pero es algo digno. Allí va. Llegan los pacientes. Escucho sueños, un fallido maravilloso y un pibe que dejó las apuestas on line para ponerse a estudiar. Ok, estamos vivos. Bancar la parada, se dice en el barrio. No, ni en pedo veo la asunción. Domingo 10 de diciembre. Estoy en el delta. Cerca de la casita en el arroyo Espera que era de Marcos Sastre. Sí, sí, ese que formaba parte del salón del 37' que ahora mencionan los zombies. Si Don Marcos supiera. Sentado en la costa recuerdo los discursos de los milicos y los ministros de economía de los milicos y de los que después no eran milicos pero lo mismo eran milicos igual: “Es la última vez”. Y ahora se confirma esa mentira brutal, estragante, descalificadora: “El ajuste no lo va a pagar la gente”. Se habla del loco. Del chiflado. Pero qué locura, cuanta. Los 120 puntos de devaluación por cada año que nos separa de aquel país maravilloso donde casi todos eran pobres, pero Argentina era el país más rico del mundo. Qué estafa. Qué locura, qué locura. Ok, volvió la angustia. Sí, sí, ya sé. Es así. No es el saber de la acumulación. Es ahí. Un saber hacer ahí con esta angustia. Estoy caminando por el arroyo Espera. Por la costa, digo, no estoy para milagros, vio. Tampoco para esperar. No espero nada. Hago. Veo. No veo. Hay comentarios, memes, videos y artículos. Que no veo. Porque las ganas de abrazar al Otro es lo mejor que me queda nos queda. Porque estar vivo es así. Guau, guau. Los perros de la isla nunca muerden. Quizás porque no tienen dueños. Hay uno petiso que me sigue hace un rato. Nos sentamos juntos en un muelle. Al rato veo que dice Propiedad Privada. La locura es lo privado, me enseñaron en el Hospital Alvarez, querido, muy querido hospital público. Sí, en lo que no se puede compartir está el nudo de la locura. Ganarle tierra al mar es la metáfora que Freud utiliza para avanzar sobre lo privado, sobre la locura. Pero estos tipos quieren privatizar el mar, o sea. “Estaremos peor a corto plazo”, dice el mismo caradura que nos endeudó por cien años para volver a estar como hace cien años. Locura renegatoria la llaman. ¿Hay que esperar? Ya de vuelta en mi ranchito le doy de comer a mi amigo perro. ¿Seremos como perros en los próximos meses, años? ¿Hay que esperar? Llega la noche, todo se ilumina. Habla Axel. Alguien que por fin en estos días marca un rumbo. Sí, querido. Es eso. ¡Viva la Justicia Social, carajo! Esa justicia sin la cual la libertad es el pasaje a la locura. Y porque si tengo esta angustia es porque estoy vivo y con ganas de trabajar. Siempre. Ya. Claro. Sin esperar.
Sergio Zabalza es psicoanalista. Doctor en Psicología por la Universidad de Buenos Aires.
[1] ¡Viva la libertad, Carajo! Nathalie Goldwaser Yankelevich, Diego Fiscarelli, Clara Schor Landman, Daniel Caputo. Sergio Zabalza. Editorial Milena Caserola, 2023.