“Hay plantas que ponen toda su fuerza en la raíz/otras en dar hojas o crecer para arriba/ yo sería de las que se van en hojas/ muy desarrolladas a simple vista/ pero cualquier vientito y chau”, Roberta Iannamico, Bahía Blanca, 1972.
“Hay golpes en la vida, tan fuertes…/ ¡yo no sé!”, César Vallejo, Santiago de Chuco, 1892 / París, 1938.
El golpazo emocional que comenzó el domingo a partir de las 18, cuando nos enteramos de que la tendencia consagraba a JM como el presidente elegido por la mayoría de los argentinos, nos envió al pasado. Pero no a cualquier momento, sino a la última dictadura cívico militar, cuando teníamos 18 y 14 años. No nos conocíamos, pero podríamos haber sido compañeras en el Centro de Estudiantes.
Lo cierto es que nos encontramos el año pasado en la carrera Artes de la Escritura de la Universidad Nacional de Las Artes, cuando una docente nos sugirió que una (Graciela) preparara a la otra (Laura) para rendir el final de la materia Morfología y Sintaxis.
Desde entonces somos amigas, hermanas, compañeras. En los últimos meses elegimos militar juntas en el Partido Solidario, que integra el Frente Unión por la Patria. En este tiempo, junto con otras compañeras y otros compañeros, participamos en semaforazos y volanteadas, dimos testimonios personales, hicimos encuestas y organizamos suelta de plantas, nos movilizamos en el barrio, con gente de otras organizaciones populares, intercambiamos experiencias con estudiantes y profesores de la UNA.
Graciela, ayer y hoy
Los sacaron de sus camas a la rastra, uno por uno, a los siete, en la misma madrugada del 12 de junio de 1977, y los metieron en varios Falcon verdes. Eran Fito, Gloria, el negro Luis, la Pata, José, su madre y su hijita de un año y medio, Marianela. La única sobreviviente fue la beba, abandonada en Casa Cuna tres días después.
Gloria, con 22 años, iba a recibir al día siguiente un premio por su libro de cuentos Pico de paloma, un homenaje a su madre ceramista que siempre modelaba ese símbolo de la paz. Mi compañero y yo, junto con los demás, íbamos a asistir a la entrega. Nos iban a comunicar la hora exacta a través de un número telefónico que compartíamos y que atendía una desconocida, una centralita donde éramos el señor López, la señora Gómez, el señor Pérez… un supuesto grupo de vendedores de enciclopedias. Militábamos difundiendo las noticias de ANCLA (Agencia de Noticias Clandestina, fundada por Rodolfo Walsh) sobre la represión ilegal en las barriadas de la ciudad.
Gloria nunca recibió su premio. Mi pareja de entonces y yo nos salvamos porque Fito, ya secuestrado, consiguió alertarnos con una clave: le debemos la vida, no solo nuestra, sino de las tres hijas y los cuatro nietos que tendríamos y que no habrían nacido sin ese aviso.
Tiempo después sabríamos que a los compañeros se los había chupado la ESMA, esa que ahora la vicepresidenta electa quiere convertir en un predio donde desaparezcan, de nuevo, los aullidos de los torturado y donde se les enseñe a los chicos una Historia amnésica.
Milito hoy, como entonces, mirando la realidad, tratando de interpretarla, escuchando a la gente, hablando con ella. También estudiando, enseñando, trabajando, ayudando a criar a mis nietes como personas libres, pensantes y solidarias. Mucho cambió desde aquella nefasta noche de junio de 1977: no tengo más a mis compañeros —la sociedad entera se perdió su inteligencia, su coraje, su compromiso—, pero los valores que defendían sobreviven en mi familia, en cada texto que escribo, en cada canción que canto, en la mirada de mis nietes y en cada abrazo que nos damos.
Cuando enseño Morfología, propongo a mis alumnos que analicen palabras como represión y les pido que reflexionen, no solo en la raíz —presión— sino en que ese prefijo indica repetición. Cuando enseño Sintaxis, les cuento que cada sujeto puede volverse objeto, según el lugar que decidan ocupar en la oración, en la Historia, según los vínculos que establezcan con los demás. Nunca un sustantivo es más que eso, un sustantivo, si no es por los otros, por los que lo rodean, lo modifican, lo complementan. Com-pañ-ero es quien comparte el pan, y hay muchas clases de panes: están los que llenan la panza (¡y tanta falta que hacen!) y están los hechos de palabras, de miradas, de afectos. Pero todos metaforizan la solidaridad, la empatía, el saber que uno no es sino con el otro. Hoy nos necesitamos más que nunca; hoy necesitamos también recordar a Fito, a Gloria, a la Pata, a Luis, a José, a su madre, porque re-cord-ar es hacer que algo vuelva a pasar por el corazón, de donde nunca más, NUNCA MÁS, nuestra memoria debe salir.
Laura, de la mudez a la escritura
Nací en una casa de actores independientes y militantes. Desde siempre, mis hermanas y yo creíamos que el Hombre (y la Mujer) Nuevxs eran un horizonte posible. Crecimos entre los ensayos de las obras teatrales de Discépolo a Brecht, el embute de periódicos y volantes hechos con mimeógrafos, las primeras noticias sobre desaparecides de la colonia de vacaciones Zumerland, las vueltas angustiadas de papá que nos llevaba al parque porque amigos suyos habían tenido que exiliarse. Nosotres tuvimos nuestro exilio interno. Dentro de casa, las voces de Sui Generis, Quilapayún y Mercedes Sosa. Afuera, las recorridas angustiadas de papá, que nos llevaba al parque porque amigos suyos habían tenido que exiliarse. Y el terror amenzándolo todo.
En la secundaria “de señoritas”, se decía que la vicerrectora era de la SIDE (Secretaría de Inteligencia del Estado) y había una interventora que nos amonestaba si no llevábamos medias azules, la pollera por debajo de la rodilla y el pelo recogido. La lucha por el boleto estudiantil, salir a hacer pintadas, enamorarse de un compañere eran actividades habituales y subversivas. Tuve, durante la dictadura y unos cuantos años después, mi período de mudez. El miedo me había secuestrado la gramática. Detrás de cada rostro, podía haber un uniforme azul o verde. O, peor, alguien que parecía amigo y era mi contrario. Hubo que hacer consciente que la subjetividad se trama siempre en un contexto social, político, económico. Y trabajar, trabajar, trabajar. Después llegaron el periodismo, les hijes, la poesía, el bordado sola y en colectivas. Cuando supe que, en el marco de la democracia, la mayoría podía elegir una opción contra sí misma, en vez de quedarme encerrada con mi susto, le conté a Graciela que quería hacer algo. Y volví a sentir la felicidad de hacer flamear la bandera, cantar por nuestros derechos, por el artículo 14 bis y la Constitución entera, bailar orgullosa por gorda y por las pobres, les originaries, les negres y les queer.
Escribió Ana María Ponce, poeta desaparecida por la dictadura, su "Octubre 1976": Y si de vos me dijeran que no exististe, les gritaría que me quedan tus ojos tristes, tu caminar lento, tu sonrisa apenas esbozada, tu caricia leve y una espera, una larga espera de la que no volveremos nunca, o tal vez sí.