“No pibe, cantás tango, ¡no te podés llamar Tomi!” Las noches en los boliches tangueros tienen sus particularidades. Tomi Lago las conoce bien, aunque tenga sólo 33 años, porque recorrió esos espacios durante años antes de lanzar su primer disco, El consorcio, que acaba de salir por Sony Music. Lo presentará junto con su banda este jueves a las 21 en el Centro Cultural Richards (Honduras 5272) y lo concibe como una forma de renovar en algo el género desde la utilización de un lunfardo actual y un intento de reflejar los nuevos modos de relacionarse. A diferencia de la generación que abrió paso al tango siglo XXI, cuyas influencias rockeras se pueden interpretar más cercanas al punk, Lago bebe más de Andrés Calamaro, Fito Páez (a quienes versiona en el disco) y Charly García. Además, él mismo destaca el profundo impacto que tuvo en su camino artístico descubrir Sur, de Pino Solanas, y la voz de Goyeneche.

“En mi casa se escuchaba más rock porque justamente soy tan joven que ni mis viejos escuchaban tango. Fui llegando a él a través de pequeños homenajes al tango que hay en el rock argentino. Calamaro tiene un disco de versiones, Charly tiene varios dentro de su discografía”, enumera. “Yo pienso que son dos géneros urbanos, ¿no? Es música popular. Inclusive si el rock argentino tiene la calidad de letras que tiene, un poco es porque escuchó tango”.

Lago se plantea como “misión” que “el tango no quede en un museo”. Por eso sus letras pueden plantear reclamos laborales entre amigos o la resignación de un amor perdido, que lejos de un reproche, encierra comprensión. “El tango es una música viva y sigue relatando cuestiones cotidianas, vínculos entre amigos, obviamente una frustración amorosa, temáticas que abarca el tango y que en algún punto yo trato”, dice. Para componer suele trabajar con el uruguayo Joaquín Plada o con Mariano Napoli. “Capaz en un tema usamos un lunfardo reantiguo y otro más nuevo, o lo mezclamos”, señala. “Un poco jodemos con eso. El lunfardo se renueva solo, yo lo siento como una extensión del lenguaje, y lo que me copa del lunfardo es que tiene algo de gracioso, hasta fonéticamente, y está bueno incorporar y mezclar eso, aportar desde ese lado”.

-Tomás los mismos temas, pero no hablás de las relaciones del mismo modo que ocurre con los clásicos. ¿Sentís que cambió el modo de relacionarse?

-Hay algo de las épocas. Y del postmodernismo que al final, me guste o no, es el contexto en el que vivo. A mí me copa que no haya tanta solemnidad. Una solemnidad que no me sale justamente porque estoy criado en esta época. No tengo la pluma de Manzi, o de Ddiscépolo, y trato de no ser pretencioso con eso, sino relajarme, jugar un poco. Igual de base hay algo de las relaciones que se sostiene porque los humanos somos seres sociales, y eso ya lo dijeron los griegos hace 2.500 años. Entonces hay algo ahí que sí se sostiene en el tiempo y obviamente va cambiando el contexto, ciertos elementos. La tecnología fue muy disruptiva en los últimos 10, 15, 20 años. Hay algo de la comunicación y los vínculos que también se va a partir de eso. Aparece una cosa de que no me comprometo con nada y trato de reírme de eso, aunque lo padezca.

-Mencionás los cambios tecnológicos. El tango siempre tiene este cartelito colgado de género nostálgico. ¿Es posible la nostalgia en los tiempos de hipercomunicación?

-Creo que sí. Yo soy nostálgico, así que a mí no me cuesta. Quizás por el flash con la historia, o que me gusta música más de antes, no porque no me guste la de ahora, pero en general escucho más clásicos. Tengo hasta nostalgia de momentos que no viví. ¿Me entendés? Me hubiese encantado estar en el ‘40 o en el '50 e ir a ver a cualquiera de esos maestros en el punto más álgido de las orquestas. También estar en Woodstock en el ‘69. Hay una propuesta que yo asocio al neoliberalismo, que es como ahistórico, como un presente sin historia. Eso a mí no me cabe, no es la mía. Yo no concibo así el mundo. Esa cosa del “viví el ahora”, medio new age, que respeto si a alguien le sirve, pero a mí no, yo pienso que somos una especie que está cargada de historia, y obviamente de futuro.

-¿No pasa también que las redes sociales nos exigen estar constantemente subiendo presente y no hay ni tiempo de plantearse el pasado?

-Sí, sí, pero también pienso que cualquiera de golpe puede pensar en una ex novia o en un ex novio y recordar con nostalgia años donde uno era más joven y estaba más predispuesto a arriesgarse. Eso nos pasa por igual a todos.

En esa tensión entre pasado, presente y futuro, Lago también piensa sus videoclips. Acaba de lanzar un tríptico (en breve saldrá el tercero) donde, con dirección de Belen Asad, homenajea a Sur, de Pino Solanas. Los filmaron en ese túnel del tiempo que es el Bar Los Laureles, pero las figuras son inequívocamente actuales, con sus ropas, sus tatuajes y piercings, y bien lejos del farolito, la mujer fatal y el guapo de esquina. “Es que son escenas de hoy. Hay como una sobreactuación en algunos casos. La verdad es que me encanta también juntarme con amigos de la bohemia tanguera que todavía existe. Porque más allá de la cosa del tango for export, o más del baile, o de las piruetas para extranjeros que vienen, el tango hoy en día sostiene una cosa bohemia genuina que no se encuentra mucho en otros círculos. Yo no voy a usar gomina, no puedo caretear eso. Uno puede ir a una milonga un martes y cruzarse a un tipo de 85 años que se queda tomándose unos vinos hasta las 3 de la mañana, bailando con una piba de 25 años. Eso me parece hermoso. La imagen del tango al final es un cambalache. Y entonces que cada cual haga la suya”.