La disipación de la figura del padre no es sin consecuencias. Si el padre cumplía una función ordenadora en la familia y por extensión en la sociedad, organizada desde el modelo edípico, es indudable que una modificación en su función como la eliminación de la función misma iban a tener consecuencias tanto en el marco familiar como en el social.

A lo largo de la historia la familia ha ido cambiando de una manera que no estamos en condiciones de apreciar en toda su extensión. Los cambios en los modos de producción desde las sociedades agrícolas y artesanales hasta la industrialización y luego el aceleramiento del mundo capitalista también han incidido en la constitución de la familia y de la sociedad.

Desde el pater-familia del mundo romano, padre en un sentido amplio que incluía no sólo a la familia propia estricta sino también a la de los hijos, y los hijos de sus hijos, ha dejado de existir, y mucha agua ha corrido bajo el puente. La institución padre ha sufrido a lo largo de los siglos transformaciones profundas y otras sutiles. Pero que a través de la literatura podemos si no captar todo su recorrido por lo menos sus jalones más importantes.

El padre de las sociedades agrícolas en las familias reducidas o ampliadas si no se ha perdido en su totalidad, se conserva tan sólo en zonas marginales o alejadas de los centros urbanos tan dominantes, absorbentes y magnéticos con falsos atractivos.

La decapitación de un padre simbólico como podía ser el rey en la revolución francesa coincide con una época de emergencia de la industrialización y de la aparición de masas obreras que comenzaban a incidir en la vida social.

No puedo referirme a estos fenómenos más que de un modo sumario y en todo caso superficial, perdiéndose así seguramente multiplicidad de fenómenos y detalles, que no es el caso entrar en ellos en este lugar.

Ni hablar en el mundo actual sobre todo en las grandes ciudades donde las relaciones tanto sociales como intrafamiliares han ido perdiendo consistencia, y los hilos que unían a los individuos van adelgazándose hasta desaparecer, con la consecuencia del alejamiento y el desanudamiento concomitantes de esas relaciones.

Sabemos también de los movimientos que abogan por la caída de lo que se ha dado en llamar Patriarcado, centrado éste en un orden del Padre como su nombre lo indica que van minando las bases de sustentación de esa forma de la existencia tanto individual como social.

Es importante subrayar que muchas de estas modificaciones no tienen un alcance general sino parcial, que hay regiones en nuestro país y en otras partes del mundo donde las mismas no tienen incidencia, es decir que no profundizan en el gusto ni en las costumbres sociales.

En una misma sociedad hay una multiplicidad de tangencias, de planos que la atraviesan y que conforman realidades muy distintas que conviven sin notarse o notándose pero sin influirse entre ellas y consiguientemente sin modificarse más que quizás de formas ultra-mínimas e inapreciables.

Por ejemplo si hablamos de los planos religiosos, en las que la imagen de padre en cada una de ellas es distinta. Y también en otros planos determinados por ideologías, costumbres y políticas. Quiero decir que es muy difícil si no imposible generalizar y hablar de una evaporación del padre en todos los órdenes y realidades diversas.

Sí, en todo caso, es posible detectar que lo que en la época victoriana estaba reprimido y refrenado explota en una orgía de sangre y destrucción en la primera guerra mundial, lo cual ya se anunciaba en los finales del siglo XIX más pacíficamente, como algo que no andaba y que dio ocasión a la aparición del psicoanálisis mismo, que si bien no venía a restaurar un orden que estaba conmocionado, sí a constatarlo y a trabajar con aquellos sujetos que sintomatizaban ese desajuste, incluso que revelaban que ya el padre no cumplía su función, o mejor que su función estaba cuestionada y no alcanzaba a sostener y ordenar a los sujetos que acudían a Freud.

Sigmund Freud constató e hizo emerger un orden o mejor una razón oculta que llamó inconsciente, en la que el padre era una pieza clave. Su descubrimiento del Complejo de Edipo no dejó de poner sobre la palestra una red de relaciones que desde hacía tiempo operaban en silencio. Y él mismo se encargó de destacar que ese inconsciente no era meramente individual sino podríamos decir social, o mejor colectivo, y no sólo familiar sino más extenso en sus ramificaciones. Y que la concentración familiar y del padre en ese contexto, no debía hacer que nos confundamos pues en definitiva el padre no era más que un representante de un conjunto de lineamientos, es decir que no era más que una función, o como diría Lacan, un Nombre y más adelante un semblante.

En este mundo de caída de los ideales y de los semblantes y, por qué no decirlo, de los nombres que han sido guías o -como diría J.-A. Miller- brújulas orientadoras de una vida en cuanto moral, cabe preguntarse: ¿Qué hacemos en un mundo que se ha quedado sin brújulas?

Seguiremos con esta reflexión.

 

*Psicoanalista. Coordinación Psicología en Rosario12.