Freud ubicó del lado de lo imposible, las tareas de gobernar, educar y psicoanalizar, pero Freud no fue mujer, ni madre, ni le tocó habitar estos tiempos en esta parte del mundo.

Domingo, estoy en mi escritorio, en un rincón de mi habitación, delante de mi laptop, de una botella de óleo calcáreo y un paquete de algodón. Junto a mis pies, el colchón donde está durmiendo la más grande. Tuvimos que comprar una cama nueva por el nacimiento del bebé y la mandaron mal, así que estamos todos en un mismo espacio de 4x4. En mi sonido ambiente hay llantos de bebé y ¡mamaaaá ya me desperté! Brbrbrrrrr taca taca, el lavarropas a punto de explotar, bueno, si va a explotar, que lo haga otro día. Me quedan 5 días para la entrega de esta crónica, tengo que escribir.

No recuerdo cómo hice la primera vez, y al mismo tiempo, sí. La maternidad tiene esos espacios borrados de la mente, en donde el recuerdo viene y se escapa. Con el nacimiento de mi segundo hijo, supe que no iba a poder escribir durante un tiempo, no me preocupé porque pensé, seguramente pueda leer y en los dos primeros meses leí: Doña Clementina queridita la achicadora (Graciela Montes).

Lunes 7:00 horas, estoy en la habitación matrimonial, en un segundo piso de una casa de 80 m2, de un plan Procrear, en la última hilera de casas de un pueblo de 6000 habitantes del centro-oeste de la provincia de Santa Fe. Desde mi ventana veo tanques de agua, casas en construcción, otra de un plan de UPCN, una vivienda llamada de emergencia, más allá caballos pastando y un monte de eucaliptus.

Peor es no tener casa, Natalia, acota mamá cada vez que me quejo por el espacio. Miro por la ventana y me siento culpable, culpa de aspiraciones de clase, de queja burguesa, demasiado que tengo casa, que tengo trabajo y que al menos tengo una biblioteca.

Martes 15:00 horas, en este momento estoy en mi consultorio, tengo 15 minutos antes de que llegue el próximo paciente, pienso si acaso el problema viene por no tener un cuarto propio como dijo Virginia Woolf en ese largo ensayo a través del cual interrogó lo que hoy podríamos establecer como lógicas patriarcales. ¿Qué necesita una mujer para escribir una novela? Se preguntó y a través de todo un desarrollo, sintetizó: Independencia económica y un cuarto propio. Hoy me gustaría decirle a Virginia que no ha alcanzado ni con eso.

Miércoles 7:00 horas, en la cocina de mi casa. Volví a revisar planos del Procrear, pienso que quizás no elegimos bien, sin embargo, la mayoría son de dos habitaciones. ¿Cómo se piensan los diseños de las casas? ¿Para que sean habitadas cómo? ¿Cómo se imaginan los arquitectos la vida de una casa?

Jueves 15.05 horas, retomo la escritura a la espera de mi próximo paciente. Tengo 10 minutos, el bebé duerme en los brazos de mi mamá, la mayor está en la escuela. Pienso que no tengo un cuarto propio, y el rincón que pude armar para escribir no se parece en nada a una foto de Instagram, se desvanece, se convierte en lugar para poner la ropa por doblar. Sharon Olds escribió la habitación por barrer, yo voy a escribir: la ropa por doblar, el baño por limpiar, mensajes por leer y contestar, las cuentas por pagar, juguetes que ordenar.

16.10 horas, tengo 20 minutos, faltó un paciente ¿Cómo son las casas de otras mujeres? Hice un pedido por las redes: mujeres, madres y trabajadoras, necesito fotos de sus “espacios propios”.

Lidia me mandó una foto de ella con sus cuatro hijxs y dos mujeres, detrás se ve el mar. Un texto que dice: ¡Hola Naty! acá te mando foto de mi vida maternando y trabajando en Venezuela. En el 76 fuimos exiliados, partí con dos hijos de 4 y 5 años, allá tuve dos más. Dejamos todo al irnos, solo una pequeña valija cada uno.

Ángela envió la foto de un baño y un texto que dice: mi lugar en la casa desde que convivo con gente que depende de mí. Maira envió una ventana abierta de par en par, sin texto. Fer, una de su escritorio con cosas apiladas como un yenga: Mi rincón ganado. Al lado de la tele. Un quilombo.

Paula mandó foto de un escritorio, amontados a la derecha, libros, carpetas, lápices, todo desplazado por un cambiador, una mochila maternal, una caja con algodón y pañales, un texto que dice: convertí mi escritorio en estación de cambiado.

Nori me envió una foto de su escritorio, doble computadora, papeles, cables, un jostyc. El texto dice: No es un espacio perdido, ni ganado. Es un espacio compartido.

Caro vive en España, me envió tres fotos. En la primera se ve la punta de una mesa que se apoya sobre una pared, una silla y detrás de la silla una puerta abierta. En la segunda un escritorio pequeño, tres libros infantiles, un vaso de vidrio y una riñonera. En la tercera un ventilador que apunta a una pared y una ventana. Un texto que dice: Amiga ¿cómo estás? Fotos de mis rincones, no habitación propia. Son itinerantes y se mueven, en función de todas las que soy en este tiempo. Son rincones de sesiones online con mis pacientes, de mi propio análisis, de mis propios estudios, de conversaciones con amigxs y familia. Y de la crianza que siempre lo abarca todo, como una ola.

En Rosario, la artista Silvia Lenardón hizo una intervención en los túneles del Centro Cultural Parque España que llamó Obra agotada, una propuesta colectiva que convocaba a artistas madres con sus hijxs, para discutir, producir y criar. Todas con la misma dificultad: no hay tiempo para lo creativo, y eso es un tema político dice Virginia Giacosa en la nota que tituló “Madres hay unas solas”, en Revista REA del 7 de diciembre del 2021.

Quizás la cuestión no sea solo de lugar, pienso. ¿Qué son estos espacios que se mueven? ¿Qué son esos tiempos que se extinguen como el fuego?

En Construir, pensar, habitar, Heidegger planteó que somos como habitamos. Entonces ¿Qué es esto que habita? ¿Qué es esta especie de fragmentos del ser en trashumancia? ¿Qué es esto en peligro de quedar afuera?