Es lo primero que dice cuando me siento frente a ella, mesa de por medio, su celular en un raro soporte que imita dos manitos donde encaja y la espalda de su cuidadora que trajina la cocina, ofrece un café, pero no se da vuelta del todo nunca. “Yo ya no tengo trabajo, mi trabajo dejó de existir”.

Es la consecuencia directa del cambio de gobierno, del cambio de estatus estatal de la cultural en general, del cambio de era al que estamos asistiendo, entre el espanto y la atonía, lo que no puede ser y sin embargo sucede. Que María Moreno, nuestro mejor narrador, como dijo Ricardo Piglia -quien post mortem le presta la casa- se quede súbitamente sin trabajo, que lo necesite a sus 77 años porque la “pensión del escritor” es más escueta que un mal salario, es parte de la distopía total en la que estamos inmersxs en este fin de año. “Ahora me ofrecieron dar clases, eso está, pero me molesta dar clases, es duro con esta voz y me siento cansada. Pero eso, además empezaría a mitad de año, como parte de la carrera de escritura creativa que dirige María Negroni. Es cansador y a la vez no tengo alternativa”.

La convenzo, me convenzo de que sí, habrá alternativa o le encontrará la vuelta a una forma de dar clase que no fatigue la voz que le llevó un tiempo largo volver inteligible, apenas menos que los dos años y medio que pasaron desde el 3 de julio de 2021,  cuando tuvo un accidente cerebro vascular que hirió la motricidad del lado derecho de su cuerpo. “Somos despojos simbólicos”, dirá después de que la charla se enrede en el mismo tronco en el que se enredan todas, mínimo, desde agosto: la ruptura de los pactos sociales, la figura de la actual vicepresidenta y sus dichos sobre Estela de Carlotto, la justicia social como aberración, etc, etc. “Para colmo, se presentan como algo nuevo pero es el liberalismo más remanido y para colmo neo conservador, todos los antiderechos metidos ahí. Hace falta pensar por qué llegamos hasta acá”.

.¿Tenés alguna hipótesis?

-Pienso que los grupos contestatarios fueron muy narcisistas, muy metidos para adentro: convenciendo siempre a los convencidos. Tenemos un monstruo afuera y parece que no sabemos nada sobre esa forma de vida. Yo también pensaba, en el fondo de mi corazón ingenuo, que afuera el pueblo era como antes, un pueblo peronista. Y no. Es este pueblo individualista que se jacta de trabajar 24 horas y lo dicen prepeando, como si fuera un desafio.

-Como si les fuera a durar para siempre la energía para trabajar 14, 18 horas…

--Creo que no tienen idea de vida prolongada, eso sí que quedó con un presente perfecto. Hace poco presentamos un libro en el Museo de la Lengua, La hora del diamante. Diario de un duelo, de Luis Ignacio García, un cordobés, es un tipo que hace el duelo por su novia, pero a la vez lo desprivatiza, lo conecta con otros. Siento que en pandemia hubo un duelo que no atendimos. Lo pasamos, murió gente y bueno, nada, y al mismo tiempo quedó ese efecto de aislamiento. Nadie proponía hacer rituales -salvo la derecha con sus piedras-, hacen falta operaciones simbólicas…

Lo dice ella que es especialista en esa clase de operaciones, que nunca escribe sobre una sola cosa, nunca está narrando un hecho o una vida sino es para conectarla con otras vidas, otras marcas, otros tiempos que pueden encastrar o colisionar, pero siempre abren mundos. “Mi lenguaje pretendía ser un foulard empapado en purpurina barroca con un fleco de jerga psicoanalítica, otro de pop-feminismo más algunas gotas de argot farandulesco y tartamudeo histérico. Deja traslucir a la chica que iba al velorio de Perón con su hijo en brazos y vestida con un traje de Madame Frou Frou con mangas jamón y los colores de la española, se detenía ante la vidriera del Instituto Di Tella para observar los zapatos ortopédicos diseñados por Dalila Puzzovio”, se transcribe a sí misma en el capítulo Pero aún así, del apartado Porque escribí, del libro que lleva el nombre del capítulo -Pero aún así, elogios y despedidas- y que salió hace poquísimo, su primer libro post ACV, que la tiene a ella en tapa con su expresión nueva que la ha hecho más desafiante todavía, con la falta de parpadeo y en el que se pueden advertir más de un guiño a esa presunción -¿petulancia?- con que termina el párrafo citado recién: “parezco no advertir que identifico mi cuerpo al de la Patria a los comienzos de la democracia”.

¿Y el cuerpo de los 40 años de la democracia? ¿Acepta algún paralelismo? El de la Patria ahora mismo parece ir a toda velocidad, el de María Moreno juega a veces a la velocidad de su silla eléctrica -“así se llama, qué querés que te diga”- que se topa con el desastre de las calles que “hacen todo para que el discapacitado tienda a aislarse”, pero no tiene ansia de correr. Ha conquistado su posición de sentada contra todos los kinesiólogos y enfermeras que quisieron hacerla caminar como un mandato de humanidad, cuando ella se ha pasado “la vida sentada". "Nunca hice ningún ejercicio físico, de la cama a la computadora, al bar. No iba a empezar ahora, a esta edad”.

Más allá de los paralelismos arbitrarios, sin dudas el trabajo y la obra de María Moreno atraviesa las últimas cuatro décadas, desde las redacciones en las que ruido de las Remington era ensordecedor y se tomaba ginebra en los vasitos de agua que acompañaban el café que traía el mozo del bar de la esquina hasta los nuevos originales que en computadora facilitaban un trabajo de pachtwork con textos propios o ajenos -ella se reconoce plagiadora de sí misma, aunque sea un oxímoron-; desde que Alicia Muñiz se “cayó” del balcón -María Moreno fue esa voz que se levantó contra los grandes varones de la sección policiales del diario Sur- hasta los femicidios como cuestión pública y política. 

Es la gran cronista cultural de todos estos años y su trabajo está disponible en los libros que lo recopilan, revisados por ella, reescritos por ella, subrayados de sus obsesiones, como la carta de Rodolfo Walsh a sus amigos sobre la muerte de su hija Vicky, o su relación con el alcohol y los bares, que no es una recopilación sino un libro tremendo, Black Out, en el que la literatura del yo corcovea entre la narradora, la cronista, la autobiógrafa, la autoficción, temas que vuelven en Pero aun así, un título que también habla de seguir escribiendo después de un ACV discapacitante que no le quitó la vida porque, justamente, pudo seguir escribiendo.

La escritura y la vida

Entre los textos que se recopilan -reescritos por ella misma- en Pero aún así… hay uno que es inédito y es una lectura crítica de las cartas de Virginia Woolf y Vita Sackerville West. Comienza con el suicidio de la Woolf, al modo del lobo en Caperucita roja -tal la traducción del apellido-, con piedras en sus bolsillos; una performance, un acto literario como última escritura de quien era llamada La Cabra. En ese texto hermoso en el que destaca la correspondencia como letras de goce y deseo, también de obsesión por la escritura y los libros que Virginia manufacturaba incluso poniendo los linotipos de a uno en uno, Moreno le roba la lectura de Virginia Woolf a quienes la interpretan desde el diagnóstico de esquizofrenia que la habría llevado al suicidio

-Vos ves las cartas entre Vita y Virginia, vos ves que hay un montón de momentos felices y además con su actitud erótica cuando se suponía que era frígida.. la lectura de las cartas la pone en otros lugares. Ella es obsesiva, no es la loca, ella y su marido habían pensado el suicidio político. Porque aunque ellos no lo sabían exactamente, estaban en las listas de Hitler, que ya había entrado en Inglaterra.

María Moreno, escribir, contra la dificultad, o más bien, con la dificultad

“Alfonsina era la loba, la oveja descarriada, la que no tiene plata para comprarse medias. Cuando muere, no solo sigue siendo una mujer despareja sino que le falta un pecho”, escribe la Moreno -y el artículo aquí está permitido porque no habrá otra igual- en Alfonsina y el mal para también ubicar el último gesto de la poeta y periodista feminista o al menos antipatriarcal, en término políticos. “No se deja terminar, termina ella”, escribe María, casi usando las palabras que le adjudican a Vicky Walsh cuando, cercada por los grupos de tareas de la dictadura, les grita a los captores “Ustedes no nos matan, elegimos morir” y usa el arma contra ella misma.

--Yo lo pienso, sí, lo pienso como lo pensaba antes, sin drama, no tengo porque esperar que la anatomía cumpla y me agarre algo, quiero decidir mi muerte.

-¿Decidir tu muerte dijiste?

-Hasta acá no es legal, ya lo sé. Pero de todos modos, no tengo que estar tampoco tan enferma y tan sufriente en los momentos que quisiera decir 'esto termina acá'. Y más en este clima en el que estamos viviendo ahora, es muy importante, no te dan ganas de nada. De todos modos, tengo proyectos y los realizo, voy a hacer un libro, un ensayo sobre lo que me pasó. No va a ser expresivo, quiero hacer un ensayo sobre el cuerpo, pero es muy difícil, porque lo que me sale es el humor. Es que hay muchos elementos de humor. Estoy trabajando en eso. Y puede ser un poco tramposo lo que digo, porque seguramente después aparezca un nuevo tema. Pero si se apaga la energía, tampoco tengo por qué estar durando.

-¿Fue la escritura, entonces lo que te mantuvo las ganas de vivir en este último tiempo?

-Hubo varias etapas, medio atonía al principio. Nunca perdí la lucidez, ni siquiera en el primer momento. Pasó algo gracioso, ¿no? Porque estaba escribiendo sobre Lina Meruane y Marío Bellatín, estaba escribiendo sobre la asimetría corporal, a través de dos novelas de ellos. Estaba con esto y siento que no me dan los brazos, que no responden, pero todo blandito, suave, sin ningún dolor. Yo había tenido un desmayo antes, y sin embargo no relacioné los síntomas, no busqué nada, porque también se me habían ido las palabras, no fui en este caso obsesiva como siempre. Esa vez se me fue, pero esta vez me quedé ahí sentada sin poder moverme, entonces me tiré al piso, sí, pensando hacer ruido para que alguien me escuche, porque mi hijo no tenía que venir ese día a mi casa, nadie tenía que venir.

-¿Te rescató algún vecino o vecina?

--¡Hice un quilombo! Había una mesa ahí y la tiré, hice muchísimo ruido, pero supuestamente no lo escucharon. Yo pienso que pensaron que estaba haciendo una orgía con ruidos, ¿no? Esa idea. Esa enemistad con los vecinos que hace que te ignoren, vos hace ruido y nada. Hay ruido potable, legal, como el televisor o el ruido de los niños, pero otros ruidos, de música, de placer, más de mujer sola, no sé, esos son censurados, por eso nadie registra que un ruido de golpes a las dos de la tarde puede ser un ataque. Igual reconecté enseguida, pude hablar y llamé a Manuel (su hijo). Llegué a abrir la puerta que tenía una tranca de adentro ¿Y qué hizo la boluda cuando se sintió mejor? Se sentó en la computadora a terminar la nota, a poner los signos de puntuación convencida de que no me volvía más. Pero volvió.

-Y cuando te internaron ya no podías tomar decisiones…

--No hablaba, no podía caminar, pero entonces decidí que me iba a matar.

-¡¿Cómo?!

--Empecé a llamar a las amigas que habían sido militantes del ERP y conocían sobre el uso de armas. Y al principio no entendían nada. Llamé a una serie de personas de confianza, encargándoles una especie de eutanasia. No me dieron bola, no me tomaron en serio. Una me dijo, “si vos tenés miedo a las explosiones, ¿qué vas a hacer? ¿taparte los oídos para dispararte?” Porque es verdad, les tengo pánico. Entonces, ¿cómo podría apuntarme y taparme los oídos? Era una cosa totalmente grotesca… Pero sí me contestó un chico y me dijo, “tengo el grupo que estás necesitando.” Y ahí dije, no, imagínate, que aparezca un grupo ahí adelante ¿qué grupo sería además?

Después de ese primer momento, después de meses de medicación psiquiátrica que la dejaban “muy dura”, después de creer que el problema no era la motricidad sino que ya no podía asociar -su herramienta privilegiada-, empezaron a salir algunas palabras.

-Al principio intenté con frases más cortas, escribí así, frases cortas y eficientes, operativas. Pero eso fue al principio, ni bien me solté, aunque tardaba más me tiraba a escribir subordinadas de media página como siempre, enumeraciones caóticas, que realmente se producían como antes, solamente que las escribía con errores, porque está afectada la cabeza, dicen que no, pero sí, perdí totalmente la memoria, aunque también puede ser la edad.

-¿Y no probaste dictar? A un grabador, o alguien que tome nota…

--¡No! La escritura es gesto, aunque sea con un dedo. Piglia dictó, pero cuando no tuvo más remedio, porque ya no tenía ningún movimiento en las manos. Borges dictaba, pero su estilo tenía que ver con el dictado, armaba frases largas, estructuradas, perfectas que ya incluían al otro. Yo no puedo, yo tengo que ver también lo que escribo, eso es lo más cansador, porque lo que veo no se parece en nada a lo que está en mi cabeza, a las palabras les faltan letras o se juntan entre ellas. Lo que hago ahora al escribir se parece más al bordado, a la artesanía. Es una tarea manual.

-¿Leer podías?

-Fue largo, no podía con una mano agarrar los libros. Pero una vez que empecé me di cuenta de que era lo mismo que antes, escribir a mi modo, aun con esta dificultad manual, física. Pero era duro realmente, me preguntaba sí valía la pena. Y al mismo tiempo, suicidarse por quedar en silla de ruedas, me parecía demasiado. Aparte, en el hospital, a esta edad, tan mayor, era un papelón.

Vivir en el cuerpo

María Moreno está escribiendo/ investigando sobre el cuerpo después de haber “vivido en el cuerpo” durante mucho tiempo. Hace comunidad, de alguna manera, con Virginia Woolf en esa situación. “Para ella -escribe en Un final que comienza, primer capítulo del nuevo libro- la enfermedad no sólo excluye del ‘ejército de los erguidos’, sino que elimina los mandatos de cómo leer a los autores sagrados, predispone a la poesía y a la confesión”. La enfermedad, se podría agregar, habilita los viajes lisérgicos, las drogas que alivian y la vez permiten salirse de la esclavitud de la carne.

La Moreno y una realción con el cuerpo que es el germen de su próximo libro

--Virginia caminaba, pero pasó la mayoría del tiempo en la cama. El ejército de los erguidos también aparece en Judith Butler, en una conversación que tiene con una chica que silla de ruedas (Sunaura Taylor) y hablan del valor de la marcha y de la cosa ideológica del mandato de estar de pie como límite de lo humano. Debe ser militar también ese mandato, porque quienes hacían pasos en la selva inventaron la fila india pero adelante iban los más fuertes, siempre la jerarquía. Ese valor de que más vale morir de pie que vivir de rodillas. Ponerse de pie es levantarse de alguna desgracia, hay muchas metáforas aplicadas a estar parada.

-Y vos no querías caminar.

-Me tomó al menos un año darme cuenta de mis prioridades. Había una enorme presión para que caminara. En la clínica te ponen en un aparato, el Bipedestador, que aunque te estés muriendo y con los huesos rotos te pone de pie. Era doloroso y no quería, también pensaba que eran cosas para analizar, por qué la marcha. Llevó mucho tiempo poder organizarme. Era un mundo horroroso, te ponían cascos para llevarte al baño. Había algo cómico también, pero la comida era horrorosa. Y es un lugar que está de moda.

-Nunca dejás de reírte, de alguna manera.

--Es grotesco y es cómico. Entras a conocer el cuerpo físico, el cuerpo que para los jóvenes es sexo, sobre todo para mi generación. Con ese prejuicio, ni siquiera afecto, el cuerpo era sexo. Y después pasa a ser picazones, dolor físico y ninguna cosa erótica, lo que pasa a ser erótico es otra cosa: la sábana fría o el pañal limpio. Porque te ponían pañales aunque no los necesitaras, porque no podía moverme y las enfermeras no podían estar llevando chatas a todos al mismo tiempo. Era puro cuerpo. Porque además yo no me comunicaba bien, las enfermeras me trataban como a alguien con un retraso, porque yo hablaba así o un poco peor… Entonces me trataban como a un mueble, todo lo que yo decía lo desmentían. Tengo ganas de hacer un capítulo de Mi vida como idiota. Porque aparte era muy agresivo. Por ejemplo, tenía una compañera que era una psicóloga, pero no me dirigía la palabra. Hasta que se dieron cuenta de que yo era lúcida, cuando mejoré un poco la dicción, empezó a comunicarse, Incluso fue divertida la relación. Ella caminó enseguida, fue un acv pero leve. La que no caminaba era yo. Y no quería caminar, quería autonomía. Después me di cuenta de que la silla era autonomía, aunque no tanta por las condiciones de la ciudad y el capacitismo, desde el kinesiólogo hasta todo el mundo.

-¿Ahora estás más instalada en la casa, en la posibilidad de escribir?

-Lo más difícil es la pérdida de la intimidad, estoy acompañada siempre. Antes tenía el bar, ese ruido uniforme, y sino, estaba sola en casa, eso es distinto. Hay muchos detalles en mi nueva condición que hacen que no la vea como una merma total, sino como algo que me obliga a pensar sobre eso.

-La relación con las cuidadoras, por ejemplo.

-Sí, es como una coreografía de trapecistas. Es como que vuelve la madre, no la mía porque ella no me podía tocar de bebé, lo hacía mi abuela. Pero en esa interdependencia para bañarse, para ir al baño, hay algo de entrega que estoy observando. Viví muchos meses de sólo cuerpo, de estar atrapada en el cuerpo físico, que no se me había ocurrido antes. Y como escribo para pensar, un poco para dejar sentado, voy a escribir sobre eso, la historia del cuerpo, las tendencias. La historia del cuerpo es el objetivo, incluso hablo del cuerpo, pero de las tendencias, de eso me río también. Veo en Instagram muchas historias que me obligan a pensar, desde las divas que están en sillas de ruedas hasta los padres que arman un cuerpo bello para mostrar de sus hijos con trastornos craneofaciales. Exhiben cuerpos construidos por sus padres como bellos, cuando apenas respiran sin asistencia. Y también observo los mutilados. A veces pienso que podría ponerme una prótesis de esas increíbles en el brazo derecho, pero estoy muy vieja para eso.