Hace algunos años, María Moreno hizo una gran selección de periodismo feminista en los primeros años de democracia y en distintos formatos (radial, televisivo, de la prensa gráfica) y lo agrupó en una muestra emblemática que llamó Células madre, en el Conti. Ahí tuve oportunidad de reencontrarme con contenidos que hoy siguen siendo innovadores, o que hoy sentimos que se deben seguir reeditando de la forma en que el feminismo mejor sabe hacer: con la potencia colectiva.
La llegada de Alfonsín y la entrada a la democracia significó un antes y un después en mi vida. Yo volvía de un exilio en España, con dos hijos chicos y casi separada por segunda vez: necesitaba refuerzos externos para entender lo que pasaba en mi vida doméstica, laboral y familiar y la política me dio, una vez más, la razón para rearmarme.
Siempre digo que el exilio del modo en que yo lo viví fue muy diferente al de otras amigas y mujeres con las que tuve oportunidad de hablar en esos años: las que estuvieron en México, por ejemplo, estaban unidas por una red extensa de amistades y vinculaciones cercanas que las hicieron muy solidarias entre ella. Con mi familia estuvimos cuatro años en Barcelona y personalmente fueron años de mucha soledad: no conocía a otras argentinas en esa situación, no me hice amigas ni conseguí trabajo. Mi hija Flor era muy chiquita y estaba todo el día con ella. Las resonancias de lo que pasaba en Argentina eran muy dolorosas.
No tengo dudas en que todo eso que traíamos cuando volvimos al país después de los años del horror fue lo que nos volvió tan sensibles a la militancia, tan deseosas de un activismo que tenga emoción, calle y sobre todo muchas voces. Si voy atrás con mi mente y congelo ese diciembre del 83 en que salimos felices a festejar, me acuerdo de todo lo que tejió esa habilitación. No era solamente la certeza de que merecíamos vivir en democracia, esto es, de vivir por la voluntad del pueblo y no de un estado torturador y genocida como el que nos gobernó entre 1976 y 1983, sino la convicción absoluta de que las mujeres teníamos mucho para decir, para hacer y para desear de ahí en adelante. Y si tengo que mencionar algunos hitos, ademas de mis lecturas de Virginia Wolf, de Oriana Fallaci o de Simone de Beauvoir, es el modo en que las francesas se pronunciaron a favor de la legalizacion del aborto en 1975. Fueron ellas, en ese estar todas juntas, lo que me impactó y me dio la sensación que algo se abría ahí, en esa simultaneidad de cuerpos y mentes avanzando juntos. En ese entonces yo trabajaba en un programa pionero en hablar de sexualidad en la televisión, De Padres y de hijos, con Mario Mactas. De la noche a la mañana fue levantado por el director de canal siete de ese entonces pero quedó la revista, que duró hasta el 76, cuando los milicos nos pidieron a mi y a mi familia que nos retiremos del país o la ibamos a pasar mal con nuestros "contenidos subversivos".
Digo esto porque se me asocia a Buenas Tardes Mucho Gusto, porque claro, estuve en la conducción de ese programa pionero durante muchísimos años y desde que fui muy chica, pero siempre con la intención de que esa experiencia, la de estar en la casa cuidando y aportando al cuidado familiar, tuviera un plus, un dato, un servicio, información. Es así que generaciones enteras de mujeres (y también de varones) me han agradecido la entrada diaria a sus casas. Es así como hablamos primero de asesoramiento legal, de discriminacion, de qué pasaba en las cárceles y de violencias intramuros. No solamente de hacer el repulgue de una empanada.
Entonces cuando llego al 83, después de esos años de soledad y desamparo, de no saber si algín día iba a volver a mi país (aunque sí tenía la certeza de que no podía quedarme en España para siempre), o de si mi país iba a dejar de sufrir tantas injusticias, y Daniel Divinsky me llama para hacer un programa en radio Belgrano, le dije que sí sin pensarlo. El me dijo "quiero un programa con voces de mujeres" y yo le dije "vos querés hacer un programa feminista". Asi nació Ciudadanas, con mi amiga entrañable a partir de entonces, Marta Merkin.
El primer 8 de marzo en democracia estaba la plaza llena, fuimos con nuestras hijas, y entró Alicia Moreau de Justo sentada en una silla y elevada por sobre la gente. Fue tal la ovación, tal la sensación de participar de la historia, que no nos podíamos sacar el tono de barricada. "Salgamos a romper todo", era el espíritu.
Por eso para mí la democracia está asociada a mi primavera personal, al momento de dejar de hacer por y para otros y empezar a seguir mis deseos, mis intuiciones. “Es por acá” pensábamos con Marta cuando salían temas espontáneamente en el programa, relatos íntimos, experiencias personales de quienes nunca habían confiado en nadie para narrarse, para hablar de sus identidades, de sus maneras de maternar, de vincularse, de ganar dinero. Para hablar desde la villa o desde un castillo en recoleta.
No es que yo me volvi feminista de la noche a la mañana, fue una construcción de mucho tiempo, y cuando llegué ahí ya no me quise ir más, porque el feminismo es un modo de ser, de sentir y de hacer. Por eso estos 40 años de democracia son tan emotivos, porque nos agarran en un tiempo de pocas certezas, en los que justamente la palabra democracia parece floja, sin valor. Y yo me acuerdo de ese momento y el poder hablar, el poder estar entre nosotras, lo era todo. La palabra ciudadanas nos delataba: ya no éramos objetos, ahora éramos sujetas de poder y ese poder tenía potencia política. No es moco de pavo el feminismo como actor social, no hay que menospreciarlo nunca. Podrá estar apagado, desorganizado, pero siempre estará.
Cuando vinieron las primeras Madres a Ciudadanas, le pregunté a Norita Cortiñas dónde estaban los varones, dónde estaban los maridos. Y ella, muchos años después, dijo que en ese momento se dio cuenta de que era feminista, porque era verdad: ellas salían a la calle solas.
Un día me llegó una carta de Lili Nava de Cuesta, ella estaba presa y en el 85 era la única presa política mujer, la última del continente. Me escribió para decirme que escuchaba Ciudadanas. Empecé a ir a verla y nos volvimos muy cercanas. Conocerla a Lili, acompañarla hasta que salió de la cárcel, es uno de los recuerdos más vibrantes que tengo de esa época. Poco tiempo después conocí a María Luisa Bemberg y me convocaron a participar de sus encuentros para un posible festival de cine realizado por mujeres. Hoy soy la presidenta de la asociación La Mujer y El Cine. Todo lo que tengo hoy, todo lo que conozco y conseguí, tuvo su momento iniciático en esos ochenta.