Una radio que transmite mensajes de los muertos, una secta con obsesiones botánicas, o un fin del mundo demoníaco no parecen eventos muy acordes para contar una pequeña y clásica historia familiar norteamericana. Pero, bueno, cuando uno piensa en un autor como Daniel Clowes, pocas veces lo hace en términos de lo clásico, lo predecible o lo exactamente costumbrista. Después de siete años de silencio, su regreso es una aventura a todo color que muchos están diciendo es su gran obra maestra, un imponente libro de 112 páginas titulado Monica, donde intenta –en sus términos y a su manera– desentrañar libremente un pedazo de su historia familiar, y que acaba de editarse en Argentina de forma casi simultánea con el mundo anglosajón por el sello local Hotel de las Ideas.

Lo cierto es que la consigna de la obra maestra se ha repetido varias veces sobre el trabajo de Clowes, un nombre gigante del mundo de la historieta contemporánea. Quizás tantas veces como la idea de la nueva gran novela norteamericana, consigna que se renueva prácticamente cada año pero que a esta le acierta por varios costados. “Yo no pensé en hacer un statement norteamericano pero la verdad es que sí soy muy norteamericano y siempre he intentado explotar el mal gusto y la vulgaridad norteamericana”, se ríe el dibujante de 62 años, que responde una videollamada desde su casa en California, donde vive con su hijo y su esposa. Por estos días, dice, está muy contento en su oficina, una donde se asoma una abultada pero muy razonable estantería de libros, muy a diferencia de las habitaciones que dibuja para sus personajes: coleccionistas, obsesivos, freaks de todo tipo. Clowes está contento porque ha terminado por fin una larga gira de presentación para esta nueva entrega que tanto trabajo le llevó y ya quiere empezar con lo siguiente: “Si, bueno, es como tener un hijo, solo que engendrar este me llevó siete años. Después lo das al mundo para que todo el mundo te diga: qué feo bebé, qué tonto bebe”, se ríe él.

Portada de la edición original de Monica

UNA MUJER ESPECTACULAR

Después de veteranos como Robert Crumb y Art Spiegelman, por su poder expansivo y también por sus incursiones exitosas en el cine, Daniel Clowes quizás sea uno de los dibujantes independientes más conocidos por el público general. En su juego, ha ganado más de una docena de premios Harvey y Eisner, los galardones más relevantes que habilita el medio del cómic. Pero también se hizo de una nominación al Oscar en 2001 por la adaptación de su célebre Ghost World, la historia que lleva inspirando ya a varias generaciones de chicas punk. Y además de ser un habitué de publicaciones como el New Yorker, sus incursiones audiovisuales como los dibujos animados para el video de “I Don’t Wanna Grow Up” de los Ramones, o en la gráfica pop como el poster de la pelicula Happiness de Todd Solondz, son postales célebres de su estilo. Su última novela gráfica de largo aliento, Patience, su libro más largo, una historia de amor y horror lisérgica atravesada por viajes en el tiempo, salió en 2016. Por eso, y quizás con justa razón, algunos de sus fans estaban empezando a impacientarse un poco. “Además, yo no le cuento nada a nadie, ni siquiera a mi mujer, ni siquiera a mi psicóloga. Estuve muchos años en esto y mi idea era, por un lado, reprender ciertas cosas del dibujo, que es algo que todo dibujante debe hacer cada cierto tiempo, y por otro, redescubrir el mundo de mi infancia. Eran años muy distintos. La gente quizás era más soñadora aunque fueran tiempos hostiles, ahora tenemos la impresión de que todo está al borde de la destrucción todo el tiempo”, dice Clowes, que para el tiempo del hippismo, donde inicia su nueva historia, él era un niño impresionado por las sectas, por la espiritualidad y la lisergia de la época, todos componentes que sobrevuelan su novela.

Si se dice que este es el libro más ambicioso y también más personal de Clowes es porque –aunque parezca increíble considerando las delirantes historias que presenta– está basado más abiertamente en su vida. Retoma su relación real, imaginaria (y todo lo que hay en medio), con su propia madre: una mujer notable pero superada por la maternidad que en los años ‘70, y después de separarse de su padre, lo dejó a él y a su hermano en casa de los abuelos, que se ocuparon de criarlos. Aunque, durante el resto de su vida, Clowes mantuvo una relación más bien distante con su madre, cuenta que siempre la miró con admiración: era una persona peculiar que estaba dedicada al Fórmula Junior, un tipo de competición automovilística en la que los pilotos ignotos construyen autos de carrera con piezas de autos tradicionales, y que murió en la pandemia a los 88 años. “Yo admiraba mucho a mi madre, era una mujer espectacular y creo que lo único malo de todo es que ella realmente no quería tener hijos. Tenía este taller de auto, era cinturon negro en judo, una mujer muy poderosa y admirada por mucha otra gente. No solo nunca le mostré esto que estaba haciendo, sino que nunca le mostré nada. Las veces que leía algo mío, me decía ¿Pero por qué estás tan deprimido siempre?”, se ríe Clowes, que –nobleza obliga–, lleva décadas insistiendo en dibujar a las mujeres geniales que rondan sus historietas pero también algunos de los hombres más pusilánimes y tristes de la ficción. Si alguien se preguntaba por qué se ha pasado la vida, a diferencia de muchos autores de su generación, representando mujeres complejas, completas e inspiradoras quizás aquí haya alguna respuesta. A su madre, que nunca supo que la gran obra de su hijo la homenajeaba tan directamente, está dedicado este comic. Pero también a su hermano menor, que murió el mismo año, y a su gran amigo Richard Sala –autor de Peculia, otro gran personaje femenino, mucho menos conocido pero sí muy adorado en el medio, y que también falleció durante la pandemia– de modo que de alguna forma, este libro consagratorio recopila, homenajea y despide mucho de su mundo real, mucho de su mundo narrativo, mucho de la materia cercana a su corazón.

Daniel Clowes (Foto: Brian Molyneaux)

NUEVE VARIACIONES DE LA SOLEDAD

El personaje de Monica es una chica abandonada por su madre en la infancia, que crece y tiene éxito en la vida –como empresaria de velas, acaso un oficio tan extraño como el que llevó adelante la madre de Clowes, acaso un oficio tan extraño como el mismo oficio de dibujante– pero nunca puede superar el ímpetu por encontrar a esos padres perdidos a quienes sigue buscando a través de todo tipo de entramados. Con el fondo de una Estados Unidos tan violenta, como esperanzada y psicodélica, en un estadío soñador, el intento de Clowes es narrar el momento muy particular de alguien para referirse a una historia más grande, no solo de un país, sino de la humanidad, al menos desde el orden sentimental o espiritual. Suena bastante ambicioso, claro: “Pero la verdad es que todos pensamos exactamente eso de nuestras vidas, que todo lo que vivimos son grandes eventos fundacionales”. Por eso el inicio de Monica es bastante sugestivo, acaso un poco desconcertante, pues nada tiene que ver con una chica en busca de su origen familiar. Se trata de una imponente ilustración a doble página de una tierra que podría estar devastada o en ebullición, el principio de algo o su final. La ilustración tiene el espíritu de un amanecer o de un ocaso: un espacio liminal. Es decir, podría ser el meteorito que exterminó a los dinosaurios o el big bang que inició todo. La idea vino a Clowes desde el imaginario de su infancia, cuando estaba a la vez fascinado y horrorizado con El mundo en que vivimos, un libro publicado por Life en los años ‘50 que miraba en casa de sus abuelos. “Había una ilustración que representaba la formación del planeta tierra, con los continentes uniéndose a partir de un mar de lava, pero a mí me parecía que esa imagen tan melodramática y atemorizante remitía más al fin del mundo. Así que pensé mucho en esa imagen cuando estaba haciendo Monica y cómo tomar una historia muy particular sobre una persona en un momento histórico y convertirla en parte de una historia más amplia, no sólo de la raza humana, sino del universo”, dice Clowes, que todavía tiene esa imagen de inicio o destrucción en mente como talismán propio. ¿Qué piensa ahora sobre imagen hoy? “¡Realmente no lo se!”, aclara.

Desde fines de los años ‘80, con su revista Bola Ocho, una recopilación de historias serializadas o autoconclusivas que retrataban una hipérbole bizarra de la vida norteamericana, Daniel Clowes se ocupó de coleccionar personajes extraños, más bien suburbanos, que reptaban en entramados tan oníricos como costumbristas entre la comedia y el desconsuelo. Un espíritu muy propio de la época que lo engendró como dibujante, donde la contracultura aglutinaba a una parte de la juventud inquieta y también había pocos canales de difusión masivos, pocos diarios, pocos canales de TV, que se apropiaran de la idea de verdad oficial. Ahora, Monica se publica en un mundo donde cada uno en su lugar habla de lo suyo, y cada uno en su burbuja piensa que ve lo importante del mundo. O, como dijo T. S. Eliot hace más de cien años: Pensamos en la llave, cada uno en su prisión. “Yo estoy contento de haber vivido en otro tipo de mundo, o al menos de haberlo conocido”, dice Clowes, que con este libro intentó homenajear sus lecturas de infancia y adolescencia. Pero quizás también haga un extemporáneo composé con el mundo de hoy en su forma de dibujar y concebir esta obra: es una novela gráfica fragmentada, en pequeños pedazos rotos, que si bien se conecta sentimentalmente con el siglo XX con toda decisión, pareciera remitir también a la burbuja diseccionada y efímera que habita cada uno de nosotros en la actualidad.

El libro es una empresa bastante ambiciosa porque, a la manera de la literatura posmoderna, fragmentada y libre, es un intento de contar una historia mayor a través de pequeños relatos en apariencia inconexos que se van uniendo de formas lógicas o improbables, casi todos ellos sobre grandes eventos de la historia norteamericana, pero también de la humanidad. “Quizás también pensé en el Ulises de James Joyce y en muchas historias de ciencia ficción norteamericana de los ‘50”, dice Clowes. La novela se compone de nueve relatos –que él describe letalmente como “nueve variaciones de la soledad” – que a su vez homenajean diferentes estilos y géneros de la historieta clásica. Cada uno es un relato atravesado por la ciencia ficción, la historieta romántica, la bélica o la de terror. “Hubo un momento del mundo en el que podías comprar cómics de todos los géneros: policiales, románticos. También había de superhéroes, pero eran un género denostado, dirigido a los niños, y yo quería que mi historia empezara en un mundo en el que coexistieran todos estos géneros de cómics, pero que al final se convirtiera en un pastiche y vos tuvieras que averiguar en qué género estás en cada historia”, dice él. El momento en el que todos los cómics se encontraban en el kiosko y eran un pilar del entretenimiento para niños, pero también para adultos, es básicamente el momento en el que Clowes creció: “Fue mi primer lenguaje, creo que aprendí ese lenguaje antes de aprender a leer. Por eso cuando alguien me dice, y me dicen mucho: ¡Tu comic es muy literario”. Yo respondo: “No ¡Es un cómic-cómic! Un lenguaje totalmente diferente”. Ese momento en particular es también un momento de la sociedad norteamericana cruzado por la guerra de Vietnam, la era Reagan y el hiato espiritual donde los hippies y otras corrientes aledañas quisieron conectarse con la trascendencia de maneras bastante inusuales. En el derrotero de Monica, en búsqueda de su origen, hay sectas raras, personas peligrosas, misterios, pero la idea que sobrevuela la historia no es despreciativa, más bien, es una idea sobre nuestra propia naturaleza, en busca de destellos de sentido en una existencia aleatoria y caótica, acaso una máxima que nunca pasa de moda.“Creo que contar historias es quizás mi religión. Contar historias se parece mucho a una ¿no? Tenés que crear mundos e intentar que otras personas realmente crean en ellos”, dice Clowes. “Bueno, el libro también investiga un poco esta idea. Las cosas que imbuimos a la vida para darle algún tipo de significado. Cuando era adolescente en los años ‘70 también sentía una fascinación enfermiza por la idea de las sectas”.

DE MI CEREBRO AL TUYO

Si nada nuevo existe en el mundo, reinterpretarlo hasta convertirlo en una cosa nueva para otros puede que sea la única misión. Hay algo también muy contemporáneo en la certeza de Clowes que viene arrastrando hace mucho: que el tiempo no existe. Para un adolescente la guerra de Vietnam y sus embates puede ser un horror nuevo, tan nuevo como la nueva actualización de Twitter para un sexagenario. Las sectas religiosas y el hippismo y la sensibilidad new age, y luego los punks, y luego los walkmans con audífonos, pueden ser un terreno fértil y extraño para una nueva generación también. A su vez, este quizás sea el libro más personal de Clowes por su componente libremente autobiográfico, pero también es un agasajo para sus fans, porque en él se podría reconocer el espíritu de varios de sus libros anteriores. El imaginario deforme y pesadillesco de Como un guante de seda forjado en hierro –donde un hombre descubría a su ex mujer en una película de BDSM y emprendía un bizarro camino por encontrarla–, o el mix de géneros de Lloyd Llewellyn, donde un detective improbable se veía envuelto en todo tipo de casos dementes incorporando tópicos de la novela negra y el terror. También en la ciencia ficción lisérgica y colorida de Patience, o en las chicas audaces, poderosas y descreídas de Ghost World.

“Yo cuando niño leía esos relatos absurdos de hombres que iban a la guerra y luego volvían y le daban consejos sentimentales a las jóvenes de la época porque supuestamente sabían lo que ellas querían y me daba mucha risa y vergüenza. Supongo que yo quería ser una mejor versión que esas personas, pero ahora también supongo que simplemente soy el mismo viejo”, se ríe Clowes, de buen humor, sobre el componente de la novela romántica que también presenta el libro. Es gracioso que lo diga, básicamente porque en los noventas él mismo creó uno de los personajes femeninos que durante ya un par de décadas, sobretodo en los dos mil, todas las chicas quisieron ser o parecer. Enid Coleslaw, la protagonista de Ghost World, o Mundo Fantasmal, es un icono de estilo, un avatar popular en el antiguo MSN, un disfraz de Halloween, y hasta un tatuaje común con su pelo verde y su campera de cuero. A principios de los 2000 el personaje se renovó cuando fue interpretado por Thora Birch en la adaptación al cine dirigida por Terry Zwigoff, que protagonizó junto a Scarleth Johansson como su mejor amiga Rebecca y Steve Buscemi... ¡como interés amoroso! En Ghost World, Enid y Rebecca son mejores amigas, un par de chicas perdidas que no saben qué hacer durante el primer verano después del último año de secundaria y rumbean por la ciudad sin destino mientras su vínculo se va disolviendo en los intereses disímiles de ambas: acaso otra historia que a pesar de las diferencias de época nunca podría pasar de moda. “Es muy loco que este personaje siga convocando de esta manera porque Enid hoy tiene como 35 años. Son chicas que hablan por teléfono de línea, sin internet”, dice Clowes.

Con la adaptación de Ghost World, Clowes se hizo de una nominación al Oscar. Y luego continuó un recorrido que coqueteó con el cine. En 2006, junto al mismo Terry Zwigoff –director responsable también del notable documental sobre Robert Crumb– se unió para la adaptación de Art School Confidential, otro de sus comics –una burla a la dinámica de las escuelas de arte norteamericanas basada en su propia experiencia en el Pratt Institute– que tuvo algún impacto moderado en la audiencia del cine independiente. Y más tarde, en 2017, escribió la adaptación para cine de su historieta Wilson, que dirigió Craig Johnson, con la nada despreciable combinación de Woody Harrelson y Laura Dern como protagonistas. Bueno, finalmente, quizás parezca increíble, pero es así: los dibujantes prefieren dibujar. Y desde entonces Clowes se retiró para pensar en su nueva aventura: él solo, sus materiales, su escritorio y su soledad. Este es, entonces, su gran retorno: “Me encanta estar en una sala de cine rodeado de gente y experimentar así una película. Pero un cómic es algo que realmente pasa de mi cerebro al tuyo, lo que yo estoy pensando directo a la hoja y mientras lo lees vos pensás otras cosas, quizás, totalmente diferentes. Eso no se puede reproducir ¿No es fantástico? ¡Es fantástico!”.