En diciembre pasado el fútbol nos dio el máximo éxtasis colectivo posible. Qatar 2022 no significó una simple copa mundial en una vitrina sino, más bien, un interesante experimento de exorcismo social. De la ciencia a la fe, todo argumento fue válido para legitimar ese derecho a la alegría popular. Desde las tácticas hasta las cábalas: adentro. Fue una especie de “Fe de vida” que la cultura futbolera argenta, tan apoyada en sus bronces, actualizó con la nueva gesta ecuménica. La que le dio salida definitiva a la era pandémica.

Nadie imaginaba en diciembre de 2022 cómo podría ser el diciembre siguiente. El de 2023. Había, en el medio, un tránsito fuerte: las elecciones presidenciales. Una instancia clave, decisiva. Pero nadie, sinceramente, pensaba en eso. Nadie de los que estaban en las calles, subiendo memes, likeando todo lo que aparecía. Viéndolo a la distancia y con otra serenidad, lo primero que uno cree es que no ocurrió una tragedia de milagro. O, por el contrario: ocurrió, finalmente, nuestro milagro de hoy.

Tal vez fue porque la narrativa realmente lo merecía: la consagración definitiva de Messi en una orquesta que quedó para la historia. Fue la mejor versión de Messi con la Selección, junto a la mejor Selección posible desde el 1986 para acá. Lo marcan los rendimientos, las performances y, naturalmente, una saga poco repetida en la historia del fútbol mundial: la Copa América, la Finalissima y el Mundial adentro en apenas un año y medio. Argentina jamás lo había logrado. Algo de eso habrá influido para que millones de personas tomaran las calles y los lugares públicos de todas las maneras posibles sin que quedara una nota negra. Todo recuerdo de ese diciembre resulta bello e indiscutible.

La épica de Qatar nos fue incubando la manija desde la Copa América 2021, nuestro propio Maracanazo en pandemia. Luego la previa con la Finalissima en Wembley y algunos amistosos. Y, ya en el golfo pérsico, el dramatismo desde la derrota ante Arabia hasta el penal de Montiel. De principio a fin. Para estallar. El tiempo dirá si fue nuestra última puerta abierta para salir a jugar.

Conferencias

Casi un año después, y tras de padecer una derrota áspera ante el Uruguay de Marcelo Bielsa en la cancha de Boca, la Scaloneta retomó impulso y se trajo una brava del Maracaná, donde Brasil lo sometió a golpes. La expresión es literal: el partido se demoró a instancias del propio Messi, tras advertir la represión de la policía carioca al público argentino. Antes de la orden del capitán, Dibu Martínez había saltado hasta una tribuna para intervenir. Más adelante, en el juego, los locales zurraron a la visita y hasta se llevaron una tarjeta roja.

Argentina ganó 1-0 en Río dos días después del balotaje presidencial, en un momento de alta tensión. Unos minutos después del final de ese tremendo partido, en conferencia de prensa, Lionel Scaloni abría la posibilidad de dar un paso al costado. No era un adiós. Tampoco un hasta luego. Era un “voy a ver”. La alegría en el Maracaná, esta vez, duró poco.

Las suspicacias alrededor de ese inesperado mensaje generaron otro tipo de lecturas hasta entonces inéditas en el entorno de la Scaloneta: las políticas y electorales. En una conferencia previa al choque ante Uruguay, y por ende también previa al balotaje, el DT fue consultado sobre un debate que se pretendía instalar en campaña, acerca de la privatización o no de los clubes de fútbol argentino. Fastidiado, Scaloni eludió posicionarse al respecto. Y pocos días después, en la misma escena -una conferencia, aunque ahora en Brasil-, plantaba la bomba de su posible partida.

El primer aniversario de la gesta en Qatar se contextualiza también con esos entornos por fuera del juego, de la pelota. Se instaló una idea de tensión entre Scaloni y la dirigencia de la AFA, vínculo que hasta entonces parecía rodar muy bien, para beneficio de ambas partes. La lucha en la pulsa popular es desigual: todos se inclinarían por el DT, sea Scaloni o quien fuere, por motivos reales o simbólicos.

Finalmente se abrió una especie de armisticio: pocos días después, entrenador y presidente viajaron juntos al sorteo de la Copa América de Estados Unidos (junio y julio del 2024). Por lo que se descuenta su continuidad hasta, al menos, ese entonces.

Por debajo, el fútbol. En el hemisferio norte, Messi descansa hasta el año próximo, cuando el Inter Miami retome su calendario. Y Dibu Martínez lleva al Aston Villa a una saga memorable en la Premier: victorias al City campeón de Europa y al Arsenal, hasta ese entonces puntero. Enzo Fernández y Alexis Mac Allister destacan en Chelsea y Liverpool, impulsados desde el Benfica y el Brighton gracias a los protagónicos que les ofreció Scaloni en Qatar. Mientras que empiezan a florecer algunos europibes como Nico Paz (valorado en el Real Madrid como el “canterano” más promisorio) o Matías Soulé, sorprendiendo en el Frosinone bajo préstamo de la Juventus. Apenas ejemplos.

En Argentina, en cambio, las competencias domésticas sorprenden más bien por sus impredecibles cambios de último momento que anulan descensos o agregan ascensos. Una hipertrofia de categorías que llevó a eliminar la legendaria D, cuando esta tenía alrededor de diez frente a los treinta de las categorías superiores (casi cuarenta en el Nacional). 

A río revuelto, Platense y Rosario Central definirán este sábado en Santiago del Estero al último campeón del año: el de la Copa de la Liga. Estudiantes de La Plata ya se había aquerenciado la Copa Argentina el miércoles a la noche, en Lanús, frente a Defensa y Justicia.

River, que ganó el primer torneo del año (el “auténtico”, la Liga Profesional) y los dos superclásicos, parece haber quedado lejos tras caer prematuramente en las siguientes competencias de la temporada, adentro y afuera del país. El postgallardismo exige algunos sacrificios y el Millonario los irá transitando mientras mantenga la calma.

Riquelme vs Macri

Boca, en tanto, vive su propio viaje en un año que puso como nunca en discusión todo lo que significa el bosterismo, la subcultura más pregnante del fulbo argentino por fuera de la Selección. Una especie de reservorio emocional de culto, a pesar de la magnitud del fenómeno.

Como el país, Boca tuvo un 2023 intenso. Con momentos de genuina esperanza (la aparición de Chiquito, el aura copera de Román, el “7” en todo momento y lugar) y otros de profunda angustia. Y así, sin términos medios, se jugará este domingo su verdadera finalísima. Quedan atrás los clásicos perdidos, la final en el Maracaná, no clasificar a la próxima Libertadores. Las urnas en La Bombonera opondrán a Mauricio y a Román. A Macri y a Riquelme.

Con una previa demasiado contaminada y, otra vez, el debate (a pedido de la nueva agenda política, aunque a Scaloni le moleste) sobre la enajenación del rol social de los clubes en beneficio de negocios nunca garantizados. A los tumbos, Boca llega a una elección en el año de las elecciones (entre las PASO, las generales, el balotaje y las de las provincias que se desdoblaron), casi que con el último suspiro, buscando otro resultado que defina el futuro. Un día antes del aniversario por la Copa del Mundo de 2022.


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