Las artes marciales, la filosofía y los feminismos se entrelazan en la vida y obra de Alessandra Chiricosta. Publicado por Tinta Limón, Contra el mito de la fuerza viril es el primer libro editado en castellano para acceder al pensamiento de esta filósofa italiana que vivió diez años en Vietnam y brinda talleres de autoconciencia de combate feminista y clases de filosofía en la universidad. 

Desde joven, Chiricosta -quien vive actualmente en Roma- practica y enseña artes marciales de origen asiático (kung fu-wushu, jiu jitsu, muay thai y tai chi chuan). El libro contiene una entrevista realizada por Verónica Gago, en la que la autora explica la importancia de sus años en Vietnam, país que presenta una concepción "diferente" acerca de la fuerza y el género, ya que las mujeres no sólo participaron en conflictos sino que además crearon artes de combate. También, la filósofa explica cómo las artes marciales le aportaron una visión que "entra en tensión con el relato oficial de la fuerza".

El eje del libro es su discusión con el mythos de la fuerza viril: no es natural la conexión entre fuerza, virilidad y violencia. Es una construcción cultural. A partir de las narrativas de mujeres combatientes y de leyendas de artes marciales creadas por mujeres o personas no binarias, Chiricosta plantea la necesidad de escribir un nuevo mythos que contemple otras posibilidades de fuerza. El texto incluye el ensayo "Una estrategia amazónica sobre la guerra: fuerza de combate y redefinición del campo de batalla". "Analizar la lógica que hay detrás de la violencia sistémica y estructural y proporcionar narrativas que encarnen otras posibilidades es una de las formas no sólo de limitar los efectos de la violencia, sino de eliminar sus causas y transformar las sociedades", postula en diálogo con Página/12

-¿De dónde nace tu interés por las artes marciales?
-Las descubrí durante mi adolescencia. Había asistido a una clase de jiu jitsu a la que asistía mi hermana mayor, y me había entusiasmado de inmediato. Sin embargo, en aquella época no había clases para chicas y esperé ansiosamente a tener la edad suficiente para empezar. Como adolescente menuda que era la práctica me abrió un nuevo escenario. Me permitió experimentar mi cuerpo-realidad de una forma que me era desconocida. Me proporcionó métodos, prácticas para conocerme a mí misma, dándome cuenta sobre el tatami de lo que podía y no podía hacer, más allá de lo que la sociedad en la que vivía me decía que era "de mi clase". Además, mi curiosidad por un sistema tan ingenioso de concebir las posibilidades de los cuerpos y entrenarlos me apasionó por las culturas de Asia Oriental, sus filosofías, tradiciones, historias, abriéndome perspectivas nuevas y un deseo ardiente de vivir en esos lugares. 

-¿De qué manera se articulan las artes marciales, la filosofía y el feminismo? 
-En mi historia personal, el camino de la práctica de las artes marciales se ha entrelazado con el feminismo y la filosofía de manera significativa. Las claves solicitadas en una esfera se han injertado en la otra, en un continuo experiencial que no tiene continuidad y que es difícil de delinear de forma lineal. Los feminismos me han enseñado a poner "el cuerpo en el centro" y a "partir de mí". Me han llevado, entre otras cosas, a intentar adquirir la mayor conciencia posible de mi cuerpo, de los significados que lo constituyen, de cómo mi cultura, mis prácticas de la vida cotidiana y las relaciones humanas y sociales conforman mi percepción de mí misma y del mundo. Las artes marciales pusieron en juego mi persona, este cuerpo-realidad que soy, de una forma excéntrica, diferente de los caminos generalmente propuestos para las mujeres. Una primera observación genérica, banal, pero siempre central, es que la mayoría de las artes marciales de Asia oriental y meridional desconocen la separación "cartesiana" entre cuerpo y mente. Esta asunción ha hecho posible no sólo pensar de forma diferente sobre el cuerpo, sino, sobre todo, avanzar en la dirección de explorar el pensamiento del cuerpo, su lenguaje y sus formas. El abandono práctico del paradigma cartesiano de separación ha tenido un efecto liberador en mí. Ha traído consigo la reapropiación del carácter de presencia del pensamiento, de su darse en contexto y en relación; de ser, él mismo, un cuerpo. Y no un cuerpo genérico, sino ese cuerpo preciso y particular que soy, ese cuerpo-territorio colonizado por normas, éticas, prácticas, políticas que oprimen su potencial, pero también por increíbles estrategias de resistencia, transformación y liberación. Estas pueden reactualizarse en diferentes esferas de conflicto. Así, la práctica de las artes de combate corporales me sugiere formas de abordar cuestiones de naturaleza filosófica o política.

-¿Qué es “el mito de la fuerza viril” y cuál es su propuesta para desarmarlo?
-Es un relato que hemos encarnado sobre la fuerza de combate, el conflicto visto desde la perspectiva masculina. Representa un modelo muy importante en la construcción de la concepción del género masculino en muchas culturas patriarcales. Tiene sus propias reglas específicas que, entre otras cosas, determinan la subjetivación como "hombre", regulan las relaciones masculinas, crean vínculos y articulan relaciones mayoritariamente asimétricas con otros géneros. Es precisamente la inferiorización, incluso corporal, de las mujeres y las personas no binarias uno de los rasgos distintivos de la forma en que se concibe la fuerza en esta narrativa. Es una fuerza que coincide con la violencia, porque, como nos enseña Simone Weil, es ciega, aplasta, oprime, destruye, bajo la ilusión de vencer, por lo tanto de adquirir subjetividad en el ejercicio de esa fuerza. En esta lógica no hay victoria, sino una prevaricación continua que nunca se detendrá: quien mata hoy será asesinado mañana, y la belleza potencial de ambos se desvanecerá para siempre. Tenemos que salir de esta lógica, no limitarnos a pensar que podemos triunfar invirtiendo las posiciones de partida. Necesitamos aprender una fuerza que no coincida con la violencia, sus reglas y formas, pero que sea igual de poderosa para contrarrestarla. 

-¿Ejemplos?
-La experiencia combatiente de personas de otro género, cuya narrativa encarnada no seguía las reglas de la fuerza masculina, abre perspectivas inimaginables. Un cuerpo-realidad condenado a la debilidad, instruido para ser sumiso, dócil, no confrontativo, al que se le ha enseñado que su papel en el conflicto sólo puede ser el de una víctima potencial, necesitada de protección, no parte de los mismos supuestos ni utiliza los mismos métodos y estrategias que quienes oprimen. Aquí es donde debemos empezar de nuevo, si queremos liberarnos definitivamente de la dominación de la violencia machista. De hecho, este proceso de liberación también va dirigido a los hombres, oprimidos a menudo por la violencia machista de diferentes maneras. Actuar siguiendo otras líneas de fuerza es una elección política.

-El mito de la fuerza viril impacta, en primera instancia, en una autoinhibición de los cuerpos, ¿no?
-Como recuerda Pierre Bourdieu en su ensayo La dominación masculina, la violencia física mediante la cual se construye la supremacía masculina en las culturas androcéntricas y patriarcales se transforma en simbólica mediante la interiorización y "naturalización" del complejo de normas y categorías que sirven para sustentarla. En otras palabras, la violencia física consigue convertirse en estructural en cuanto es aceptada como inevitable y natural por las propias subjetividades sobre las que se ejerce, que interiorizan su propia inferiorización. Las sociedades androcéntricas no sólo han limitado siempre la posibilidad de acción de las mujeres, sino que, lo que es aún más grave, han construido normas, costumbres, reglas morales, religiones, teorías, prácticas que les impiden experimentar la falsedad del supuesto que las quiere débiles, incapaces de ejercer una fuerza que contrarreste la violencia. Estas normas se introyectan, bloqueando la capacidad de las realidades corporales para llevar a cabo estrategias eficaces.