En Argentina, durante los últimos años, los problemas se superponen sin resolverse: a un fenómeno excepcional como la pandemia y la sequía que complicaron el plano económico, se suma una fuerte polarización política y la tensión social alimentada por la falta de respuesta de los últimos gobiernos. Para colmo, el presente no se revela más amable sino todo lo contrario. A una semana de asumir como presidente, Milei ya dispuso medidas de ajuste, recortes y pérdida de poder adquisitivo, y proyecta un futuro sin salida. Aunque en su discurso del 10 de diciembre prometió “una luz al final del túnel”, también anunció que para eso falta y mucho. El acento fundacional que busca imprimirle a su gestión necesita de tiempos largos (por eso las acciones se enmarcan en "reformas de 1°, 2° y 3° generación"), pero las mejoras se requieren con urgencia. En este marco, hasta el más optimista de los libertarios navega las aguas con una incertidumbre que corroe. El cansancio, el hartazgo y la violencia actuales se acoplan de manera perfecta el temor ante lo desconocido. En medio de ese paisaje, la salud mental de los 46 millones de argentinos pasa factura a fines de 2023; y se multiplican los ejemplos de insomnio, ansiedad, depresión y estrés.
“La forma en la que una persona padece está fuertemente ligada a su historia, corporeidad y subjetividad, así como también, a las condiciones en las que se desenvuelve como sujeto. La población argentina trae una sucesión de estrés económico prácticamente desde hace ocho o nueve años. Estamos en una situación de mucho riesgo para la salud mental, por eso, hay que fortalecer las redes de asistencia”, señala a Página12 la psicóloga Alicia Stolkiner.
Los individuos están ensimismados, tristes y desconfiados: la inflación, además de desgastar los bolsillos, también desgasta los vínculos. “Lo que sucede con la inflación no solo es un tema económico, es un fenómeno en donde todo el mundo está especulando y trata de no perder frente al otro. Nos convertimos en rivales de los otros; sentir que a uno lo están cagando con los precios es un poco eso”, apunta el psiquiatra Federico Pavlovsky. La inflación proyecta su reflejo en los vínculos: erosiona el valor de la palabra, se cuela en los contactos personales y deja pendiendo de un hilo a la solidaridad social.
No llegar a fin de mes; no poder prever cuánto estará el kilo de carne; no saber si el salario actual alcanzará para cubrir el traslado en el transporte público; no tener certeza si el trabajo que en la actualidad se tiene será conservado; no poder planificar ni siquiera los próximos días: vértices de una situación que impiden el ejercicio prospectivo. Tras anunciar las “medidas de emergencia económica”, el ministro del área Luis Caputo afirmó que "vamos a estar durante unos meses peor que antes, en términos de inflación”. Lejos traer calma, gestionó la intranquilidad.
El temor a perder la salud
“Hay una situación de incertidumbre que se acrecentó durante todo el período eleccionario y que se profundiza. Lo advertimos todos los días en las farmacias del país. El hecho de que la gente no sepa qué va a pasar con las coberturas de medicamentos, cuáles serán las respuestas de sus obras sociales o prepagas. Una incertidumbre que va acompañada del aumento constante de precios que han venido teniendo los productos”, describe Rubén Sajem, director del Centro de Profesionales Farmacéuticos Argentinos (Ceprofar).
De acuerdo al último informe de Ceprofar, la regulación de precios, a través de acuerdos entre el Gobierno y los laboratorios, finalizó el 31 de octubre. Hasta ese momento, los precios habían acompañado en términos generales a la inflación. Finalizados los acuerdos, desde comienzos de noviembre comenzaron a verificarse importantes aumentos, tanto que entre el 1° de noviembre y el 15 de diciembre el incremento promedio de medicamentos fue del 85 por ciento.
Para los pacientes, enfrentar tratamientos crónicos y no saber si podrán costearse produce un estrés considerable. “En los pacientes de PAMI es muy claro, están muy ansiosos por asegurarse un acceso a los medicamentos. A veces vienen a consultar por una receta, pero ven los precios y se vuelven a sus casas. Se genera malestar, irritabilidad. Es esperable, por lo tanto, que aumente la venta de antidepresivos y ansiolíticos”, precisa. Preocupa el país actual, frente a la posibilidad de que se vea afectada la entrega gratuita de medicamentos a través del PAMI, que hoy beneficia a 9 de cada 10 jubilados.
Los medicamentos para el sistema nervioso corresponden al 25 por ciento del total en uso y, de acuerdo a las proyecciones realizadas, su consumo podría crecer. “En el último tiempo, ha aumentado mucho el uso de alternativas naturales. Preparados con hierbas de venta libre, o bien, la recurrencia a la melatonina para conciliar el sueño”, dice Sajem. Ante un escenario que quita el sueño, la salida se explora en las farmacias.
Lo económico, lo político y lo social se internaliza en la psiquis de cada individuo que lo absorbe de una y mil maneras distintas. “Hay una situación macro que es evidente. El ambiente condiciona nuestra conducta, estado de ánimo y expectativas. Un contexto que favorece quiebres personales, gente que no tiene ningún problema psiquiátrico se desmorona. Y ahí el uso de sustancias psicoactivas se vuelve frecuente. Un alivio que muchos encuentran para sobrevivir al contexto”, destaca Pavlovsky.
La chispa de la inflación: una historia conocida
“La situación de volatilidad, angustia y desesperanza que caracteriza al humor social por esta época afecta lo individual y las emociones que cada quien experimenta. También aparece la desconfianza, algo que Stefan Zweig mencionaba en ocasión de la época de la primera posguerra mundial. En 1923 hacía una comparación entre cómo se devaluaban los billetes y, en paralelo, cómo transcurría la devaluación de la identidad de cada quien”, comenta Pavlovsky.
El médico psiquiatra se refiere a la autobiografía de Zweig titulada El mundo de ayer, donde recuerda los tiempos de posguerra en Alemania y los efectos de la inflación sobre la sociedad berlinesa hace exactamente cien años. Lo sintetiza con maestría en el fragmento siguiente: “Hubo días en los que pague cincuenta mil marcos por un periódico, y a la tarde, cien mil; quien tenía que cambiar divisas distribuía la operación por horas, porque a las cuatro recibía un múltiplo de los que hubiera recibido a las tres y así durante el día. Se pagaba el tranvía con millones, el dinero en efectivo era transportado en camiones desde el Banco Nacional hasta los demás bancos y a las dos semanas se veían esos mismos billetes en las alcantarillas. (…) Quien vivió estos meses, años apocalípticos, presentía que había de sobrevenir un revés, una reacción terrible. Nada fastidió tanto al pueblo alemán, hay que tenerlo siempre presente, nada lo instigó tanto al odio y lo preparó tanto para Hitler como la inflación”.
Stolkiner investiga los vínculos entre salud mental y economía desde la crisis hiperinflacionaria de 1989. “Hemos tratado de analizar esa relación tomando, inicialmente, la ola de suicidios durante la gran crisis del 30, así como también explorando como base otros momentos de recesión y desempleo sucedidos en nuestro país y en el mundo. Utilizamos un método que consiste en pensar lo económico, lo institucional y la vida cotidiana en la forma en que se producen los procesos de salud, enfermedad, atención y cuidado”, relata.
La salud mental se ve afectada, también, por la tensión con la que se viven los vínculos y emociones, ahora atravesados por un nuevo estadio en la polarización política. A las luchas entre las hegemonías kirchneristas y macristas, se sumó una tercera vía, la que propone la ultraderecha que obliga a repensar no solo el tablero político, sino también el social y afectivo. Las campañas de descrédito más feroces que nunca, los cruces entre políticos y referentes de diferentes espacios que han atravesado todas las barreras del respeto habidas y por haber habilitan una violencia social que se exhibe con efervescencia en las calles. Dos pinturas todavía frescas: la persona que revoleó una botella al presidente electo; la persona que apuntó con un revólver a la exvicepresidenta.
En su nuevo libro titulado “Nosotros contra ellos” (Siglo XXI), Natalia Aruguete y Ernesto Calvo lo dicen claro: “En un mundo polarizado, los ciudadanos perciben al otro como extraño, distante, extremo (…) La desconfianza en la intención comunicativa de nuestros semejantes tiene consecuencias inmediatas y negativas en los niveles de intolerancia e incivilidad política”. La calle arde y todos los argentinos participan de situaciones violentas, solo que algunas veces están tan naturalizadas que pueden pasar desapercibidas. Así, la polarización política se lleva al terreno individual: la crítica a las ideas de las personas, se confunden fácilmente con la crítica a las personas.
La pandemia-bisagra
En el primer año de la pandemia por covid, la prevalencia mundial de ansiedad y depresión aumentó un 25 por ciento, de acuerdo a un informe publicado por la Organización Mundial de la Salud. A nivel doméstico, un estudio realizado por un equipo del Conicet y la Universidad Nacional de Córdoba en una muestra de 1100 personas arrojó que, durante ese lapso, un 29 por ciento afrontó síntomas de depresión y un 48 por ciento de ansiedad. Según una investigación que recoge información de 29 países y fue publicada en la revista académica The Lancet en agosto de este año, aproximadamente, la mitad de la población mundial podría afrontar alguna patología psiquiátrica a lo largo de su vida.
“Con la pandemia aumentó el consumo de sustancias como alcohol y psicofármacos, y más o menos se mantuvieron estables los de otras como la cocaína. Más allá de lo que pasó con el coronavirus, el cannabis viene en ascenso desde hace un tiempo considerable”, dice Pavlovsky. Y continúa: “La pandemia fue la bisagra cronológica y tecnológica de lo que se está empezando a ver, con el uso compulsivo de redes, las apuestas online y la consolidación del uso y abuso de pornografía”.
El capitalismo estimula el híper individualismo y fomenta el encierro. Las tecnologías prometen respuestas seguras para humanos alienados. La vida en sociedad es cada vez más salvaje. Parte de la población, desde la guillotina, aplaude a sus propios verdugos. Solo una certeza sigue en pie: llegó el tiempo de preservar la salud mental.